jueves, 29 de enero de 2015

De campos minados, estaciones y cornisas (Día 4 parte 2)

Tras abandonar nuestra experiencia Dakar apuntamos hacia el límite entre las provincias de Salta y de Jujuy buscando el camino que va a Catúa, un pequeño pueblo con una población estable que ronda las 400 personas que desde hace poco subsiste de la minería. Desde allí proseguimos nuestro camino hacia el vedado Paso de Huaytiquina, que alguna vez comunico a Chile con Argentina antes de que los chilenos plantaran minas antipersonales por doquier y se convierta en un lugar de paso prohibido.
Casa de Zorro, una mina de Onix que había en el camino
En un camino que trepaba mas allá de Catúa visitamos una mina de Onix, y mas tarde nos desviamos del camino por otra huella ascendente y arenosa hasta una segunda mina en donde extraían Boro. En ninguna de las dos se veía reciente actividad.
Siempre sumando metros de altura y en dirección oeste nos topamos con el viejo y oxidado cartel de
"Bienvenidos a Chile" de las buenas y viejas épocas en las que este paso estaba exento de peligros.
Antes de arriesgar nuestros pellejos en lo que quizás sería el último día de nuestras vidas, detuvimos nuestros bólidos varios kilómetros mas adelante frente al cartel de advertencia que en un fuerte amarillo avisa de la existencia de minas y que nos persuadía a pegar la vuelta pisando sobre suelo seguro.
¿Nos persuadía de volver, dije? Este grupo no conoce la marcha atrás. Había que meterse y ver que había mas allá. Lo pensamos. Lo analizamos por exactamente 7 segundos y nos mandamos. Además Elsa se ofrecía como voluntaria para explotar primero.
Con una distancia prudencial entre los vehículos fuimos adentrando en lo prohibido. Por mi cabeza pasaba todo lo que había aprendido cuando visite lo de el soldado Aki Ra en Camboya.
La huella ya no se adivina entre los matorrales. Vamos escuchando a las tupidas plantas arañar nuestros chasis y los golpes de los objetos que saltan en los interiores de nuestras camionetas en lo irregular de un camino que hace rato dejo de ser. Supongo que alguna iba rezando un Rosario y otro cruzando los dedos para no volar en mil pedazos.
Mas de 500.000 minas antipersonales están sembradas en la Cordillera de los Andes, frontera natural entre Argentina y Chile, desde que el Conflicto del Beagle casi nos lleva a la guerra con el país vecino.

La historia en pocos renglones
En 1840, Chile comienza a utilizar la zona del Estrecho de Magallanes que se encontraba mas al sur de los límites fijados en su Constitución Nacional de 1822 y 1833. Esto provoca malestar en Buenos Aires y se da inicio a una serie de reclamos a ambos lados de la frontera que se extiende por varias décadas.

Isabel II, Reina de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y soberana de los Reinos de la Mancomunidad de Naciones parecía un buen arbitro que contentaba a ambos bandos, pero en 1977, quizás por alguna espina clavada falló en contra de Argentina.
Las islas Picton, Nueva y Lennox y todas sus islas adyacentes ahora pertenecerían a Chile quien además obtenía derechos marítimos en el Canal de Beagle.
Chile lo convirtió en ley, pero Argentina declaró nula la decisión arbitral.

Se movilizó el Batallón de Infantería de Marina para tomar las islas por la fuerza, con ayuda de la Armada, el Ejército y la Fuerza Aérea. Todas las fuerzas estaban preparadas para invadir Chile, si así fuese necesario. La noche del 21 de enero de 1978, apenas horas antes de la Operación Soberanía (tal era el nombre de la misión), la Junta Militar decide dar marcha atrás, aceptando el pedido de paz del Papa Juan Pablo II quien se ofreció como mediador del conflicto entre las dos naciones.
Argentina aceptó la mediación papal recibiendo al enviado del Vaticano, Cardenal Antonio Samoré.
El nuevo fallo volvió a ser adverso para Argentina, quien en 1984 tras un plebiscito popular en el que se decidió por el SI papal, se acepto finalmente la perdida territorial. Solo dos años antes se había perdido la Guerra de Malvinas.
Tras reingresar sanos y salvos a territorio argentino, y burlando los controles migratorios, siempre a campo traviesa y con paisajes que pocos han visto en estos últimos 40 años, pudimos encontrar la ruta por la que pasa el Paso de Sico, y tras tomar en sentido contrario a los puestos de gendarmería y carabineros, y bordear el Salar del Rincón llegamos a la Estación Laguna Seca, una de las tantas del Ramal C-14, la obra ferroviaria mas espectacular de todas las que se hicieron en Argentina, y que hoy, como la mayoría de este mítico trazado y del país, se encuentra abandonada.
20 kilómetros mas al sur y adelante pasamos por la Estación Salar de Pocitos, que a diferencia de la anterior presenta vida humana por un cruce de tres rutas y la intensa actividad minera que llena los depósitos de Pocitos con el Litio del Salar del Hombre Muerto y la plata del Nevado Quevar.

Nos esperaba siempre siguiendo rumbo sur y re orientándonos para el oeste, las formaciones rojizas de  Los Colorados, por el que aprovechamos las rectas y buena superficie del trazado para avanzar a velocidades inéditas con rumbo Tolar Grande.
Por curvas y contracurvas se van presentando uno de los paisajes mas lindos de la provincia de Salta. Al rato aparece ante nosotros el Desierto del Diablo, un paisaje sumamente vistoso y marciano.
Ya estábamos en la recta final a Tolar grande, en donde debíamos llegar a tiempo a la hostería municipal para no quedarnos sin lugar para dormir. Además nos esperaba el Tano Baldi, su hijo Gastón con su flamante moto, quienes nos iban a acompañar de travesía hasta Antofagasta de la Sierra, lugar de sus dominios. Allí conocimos a Sandra y a Omar una pareja de divertida, fanática de la Puna quienes (aún no lo sabíamos) también se sumarían al convoy en las etapas hacia la Puna de Catamarca.

Todavía quedaba una hora de luz. Ideal para subir a lo mas alto del Cordón Sagrado del Macón, venerado por los Incas, ascendiendo por los caracoles de este camino de gran belleza y una luz que lentamente comenzaba a desaparecer.
De izquierda a derecha los volcanes Pajonales y Pular (en Chile) y Aracar
En la cima del Cerro Macon, por sobre los 4.665 m.s.n.m. han colocado la estructura de lo que será el cuarto observatorio astronómico de la Argentina, un proyecto conjunto entre Argentina y Brasil en donde colocarán un telescopio de gran porte en uno de los cielos mas claros del mundo.
El fuerte viento obliga a buscar nuestros mejores abrigos y endurece nuestros músculos cansados. Desde arriba se consiguen las mejores vistas de Tolar Grande, desde donde se aprecia el Salar de Arizaro, el Salar de Pocitos y las figuras de los notables volcanes Socompa y Llullillaco, hacia donde nos dirigiríamos en las próximas jornadas.

Bajando los caracoles, medio rápido pues el tiempo apremiaba, me llevé un susto cuando vi que la camioneta de Elsa había sacado del camino las ruedas traseras de su camioneta, enfrentándolas al vacío, que por suerte esta vez, y en esa porción del camino, presentaba suaves laderas que no le costaron la vida. Segunda y a seguir descendiendo.
De izquierda a derecha los picos de los volcanes Socompa, Arizaro y Salin
Siempre queriendo sacarle un poco mas de jugo al día, nos acercamos a nuestro último objetivo del día (esta vez es cierto). Otra vieja estación abandonada, lejos de todo, en donde yace abandonado un viejo vagón tipo coche cama, y algunas construcciones de adobe. Un aljibe da el toque surrealista.
Había sido un día largo. La adrenalina había corrido por nuestras venas largo rato. Ya estábamos cansados y el frío comenzaba a apretar. Aún nos restaba correr hasta Tolar Grande para marcar nuestras seis camas en un cuarto que tiene dieciocho.
 Prontos y con las camas semi ocupadas por nuestras ropas, salimos a comer a la vuelta, al único bodegón de Tolar Grande, en donde saciamos nuestro apetito con el menú à la carte. Los vasos siempre llenos. El Tano no se le animo al vino del lugar, Andy fue por mas cerveza y volvió con una solo llena por la mitad. La alegría era grande, y largo el día de mañana.

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miércoles, 28 de enero de 2015

Una sorpresa inesperada (Día 4 antes de salir)

Hubiera sido difícil encontrar donde dormir aquella noche en Susques, pero Walter Picone, dueño del Hotel Pastos Chicos , una suerte de oasis en la Puna, nos hizo el favor de crear lugar para nosotros. No era para menos, una nueva edición del Rally Dakar se estaba corriendo en Argentina y la etapa 10 pasaba bajo nuestras narices y casi por arriba de nuestras camas.

Esa noche nos dimos varios lujos como comer carne vacuna, ricas ensaladas y las únicas cervezas frías de todo el viaje (y el N.O.A.), mientras intercambiábamos anécdotas .
 Al día siguiente coincidimos en el desayuno con pilotos, reporteros oficiales, dueños de equipos. En fin. Nosotros éramos los únicos que no teníamos nada que ver o hacer con el Dakar.
El sonido de los motores V8 de Toyota me provocaban ansiedad y ganas de tener uno para encenderlo cada mañana. Me conformaba con ver trabajar a los mecánicos llegados de todos los rincones del mundo, y codearme con los pilotos.
El mundo es chico, podía pasar, pero no dejo de sorprenderme y aplaudir el encuentro con nuestros amigos comunes Pexa y Diego dueños de Safe Parts y Gabriel L. quienes venían siguiendo el Dakar llegando desde Calama, Chile, y si mal no recuerdo tuvieron que pasar (a falta de lugar) la noche en las camionetas. Nos pusimos al día con los muchachos mientras los mates pasaban de mano en mano. En eso y para la envidia de todos mis amigos, viene de la nada un tipo de la televisión francesa y me regala un filtro de aire "Ont la meme camion"me dice señalando su camioneta y la mía.
Los chicos de Safe Parts, conocedores de las Toyota, solucionaron todo. Tenían la manguerita, también el aceite correspondiente.
Las cinco Toyota.
Recorrimos por entre los autos y hasta hubo tiempo de sacarse una foto con un príncipe de los caminos.
Con Nasser Al-Attiya, gran animador del Dakar
Cada uno tenía que seguir su camino. No íbamos a desaprovechar la oportunidad de ver pasar una etapa del codiciado Dakar, pero las huellas y senderos nos esperaban.
Basta de pavadas. Entre mangueras, amigos y pilotos se nos pasó media jornada, quizás, no lo sabíamos, el último día de nuestras vidas.

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martes, 27 de enero de 2015

Huellas, flamencos y una metida de pata (Día 3)

Mientras acomodaba en el techo los 4 bidones de combustible que mi camioneta acababa de deglutir, pasó a mi lado Lars, el alemán del camino. Venía bajando con su recién formada familia desde Ecuador, y su viaje de varios meses estaba llegando a su fin. Convenimos con ellos ir juntos al cercano "Valle de la Luna", distante a muy pocos kilómetros del poblado de Cusi Cusi, en donde nos encontrábamos. Este otro Valle de la Luna bien debiera llamarse "Valle de Marte", pues es el rojo el color que se impone por sobre los pocos blancos del lugar.
Para ese día teníamos planeados un buen número de objetivos cruzando los mas variopintos paisajes en nuestro camino. Minutos mas tarde ya habiéndonos despedido de la pequeña familia viajera estábamos subiendo una cuesta que nos llevaría a Lagunillas del Farallón, un pueblo minero de menos de 200 habitantes que hasta 1940 era parte de Bolivia, y que como su nombre sugiere tiene mas de una lagunilla. Son dos alrededor del ejido urbano y estaban secas al momento de nuestra visita.

Volcán Granada de 5.697
Tras superar el pueblo continuamos aprovechando una tenue huella de piso rocoso que iba ascendiendo  y desapareciendo hacia lo mas alto del abra existente entre los volcanes Granada y Salle.
Siempre en ascenso y por una angosta huella con precipicio hacia la derecha, y sorteando las primeras planchas de hielo, vamos encarando buscando la manera de llegar del otro lado de esas altas montañas.
Eduardo va de copiloto de Elsa, con la Toyota Hilux abriendo el camino. Le toca bajarse cada trescientos metros a mover alguna roca fría y pesada que le obstaculiza el paso a la caravana. Una sola vez recibe ayuda, pero el hombre es fuerte. El aire escasea en la Puna y hay que tener sumo cuidado con los esfuerzos.
Los socavones se llevan parte del camino. La erosión hídrica es evidente a cada paso.
Tras lograr con esfuerzo el primer cometido de llegar hasta lo mas alto, circulamos por un piso de lajas flojas hasta el filo mismo de la montaña que ofrecía un mirador natural desde donde estirar nuestra mirada al mas abajo.
Desde este balcón natural se ven los ciénegos (o vegas) que rodean algunas lagunas y en donde pastan especies como la vicuña y otros camélidos pertenecientes a los rebaños de los campesinos que practican todos la transhumancia (o pastoreo en continuo movimiento con bases fijas, tipo poblados). Con Denis escuchábamos a los perros ladrar y guiar a los animales mientras tratábamos de llenarnos de ese escaso pero puro aire de cordillera.
Desde lo mas alto, ya todos en nuestros vehículos, buscamos a campo traviesa una salida que nos permitiera comenzar a bajar algunos cientos de metros y acercarnos a la poco conocida y remota Reserva Provincial Altoandina de la Chinchilla, un espacio protegido y apenas habitado de 157.000 hectáreas en donde teníamos interés de visitar algunas de sus doce lagunas.
El camino nos enfrenta por primera vez al Cerro Zapaleri, un volcán extinto de 5.619 metros de altura, que sirve como punto tripartito entre las repúblicas de Argentina, Bolivia y Chile.
Buscando siempre una forma de acercarnos a esta serie de lagunas altoandinas hipersalinas que son alimentadas por el agua de deshielo de los cerros circundantes, y que no tienen salida fluvial hacia el océano. Todas estas lagunas se encuentran por encima de los 4.500 m.s.n.m. y desde el año 2.000 fueron designadas como Sitio RAMSAR  por la gran cantidad de Parinas (Flamencos Rojos de Altura) existentes.
La primera que visitamos es la Laguna de Pululos. Mas chica que la de Vilama, pero de agua dulce y cerros circundantes de enorme belleza y gran cantidad de Flamencos.
Aprovechamos la oportunidad para hacer uno de nuestros almuerzos de altura, siempre provistos por el generoso Andy, en el que tras varias horas sentados, todos mis compañeros rechazaron mis fabulosas sillas de camping prefiriendo comer de a parado.
Tras el almuerzo, y aprender las diferencias entre los Flamencos y las Parinas, identificándolos con ayuda de unos prismáticos, proseguimos nuestro camino hacia Laguna Vilama , la segunda de estas escondidas aguas y la mas grande de todo este conjuntos de espejos de agua.
Sólo después de haber visitado estas dos primeras, y tras recorrer algunos pocos kilómetros se presentó ante nosotros la Laguna Colpayoc.
Nos faltaba ver la Laguna Palar, la cual bordeamos .Ahora tomaríamos dirección sur apuntando a una huella que va hacia el Paso de Jama, el único paso que comunica Jujuy con el país andino.
El avance es por caminos que presentan extrañas formas y vistas completamente diferentes a las que veníamos experimentando.

En la soledad de mi camioneta no puedo dejar de sorprenderme por lo duros y negros de mis mocos. Son verdaderas rocas.
La alta radiación solar va dejando sus primeras marcas. Imposible andar en mangas cortas. Mi brazo izquierdo ya presenta dos laceraciones.
Tras prender un cigarrillo y darle una profunda calada, este se me pega a la boca robándome un cacho de labio que no pude despegar con mis dos manos.
Pero todavía había que hacer camino, y el día estaba lejos de terminar. Teníamos que buscar un lugar en donde protegernos de las inclemencias climáticas de un lugar cuya amplitud térmica es brutal.
A veces por difusas huellas, pero la mayor parte por campo traviesa, no dejaba de sorprenderme por la belleza de la Puna y sus extraordinarios y generosos paisajes. Me sentía como manejando por el techo del mundo, y si estiraba la mano, casi de seguro tocaba el cielo.
Una manguera pinchada había dejado sin dirección hidráulica a la enorme Toyota Land Cruiser de Andy, que con mas de tres toneladas de peso bruto se hacía muy difícil de dominar en caminos angostos, y en cuestas que se hacían aún mas peligrosas. Mi pobre amigo, que siempre le pone lo mejor que ofrece el mercado a sus camionetas estaba frustrado por esta pequeña rotura que no nos dejaba avanzar en forma segura y coherente. Había que bajar a la civilización, a algún cercano pueblo en donde estos tres hombres que conocen de mecánica y se dan mucha maña pudieran solucionar el problema del vehículo mas poderoso de la flota.
Tras ver restos de pequeñas instalaciones mineras abandonadas en la inmensa aridez encontramos un camino por el que llegamos al pequeño pueblo de Rosario de Coyaguayma (o Rosario de Susques) un "pueblo de ceremonia" al que llegan algunas veces por año los aborígenes nativos que viven desparramados en sus ranchos de adobe, perdidos en la soledad de la Puna.
La iglesia colonial es de gran belleza, acentuada por lo remota de la ubicación. Tiene un arco de entrada y una torre que hace de campanario. El conjunto esta blanqueado y su techo de paja se encuentra en gran estado. Probablemente se haya construido para los trabajadores de todas las minas que hay en los alrededores. Hoy yace sola y le sigue dando la espalda al Volcán Granada de 4.780 m.s.n.m.
La tormenta acechaba por sobre la cordillera, y aunque nos sentíamos relativamente cerca, era hora de  proseguir camino acercandonos al Paso de Jama , en donde había unas fumarolas que Eduardo quería ver, y a las que no les tenía fe.
Bajamos una veintena de metros desde el camino para ver estas fumarolas sin humo (ya se que no era la hora correcta, si es que largan humo en alguna ocasión).
Metros arriba quedaban las tres fieles camionetas esperándonos con los motores encendidos, y contentas de estar en su salsa.
Buscando esta foto, lo hice.
Metí la pata en uno de esos tres o cuatro ridículos agujeros de agua caliente, casi tapados por la cantidad de hojas de coca, que como ofrenda colocan los pocos que saben de la existencia de estos mini geyseres. El olor a huevo duro podrido me obligo a un cambio de ropas, y a colocar las siniestradas en una bolsa en el techo de la camioneta, en donde muy a mi pesar logró llegar de vuelta a Buenos Aires.
El camino, a veces paralelo al Río Agua Caliente, y otra veces parece ir por el lecho mismo. Avanzaba la caravana en dirección sur, no muy lejos (en línea recta) del Paso de Jama, y con el firme propósito de desembocar en Susques, donde teníamos que lograr el cometido de la manguera.
Entre farallones, cañadones y extraños paisajes, siempre con la Cordillera de los Andes a nuestra izquierda, fuimos acercándonos hasta el poblado de El Toro (200 habitantes), en donde confirmamos que la forma más rápida de llegar a Susques era por la vieja y querida Ruta 40.
 Todo el grupo se sentía fuerte y con ganas de seguir. En tres días no habíamos cruzado un solo vehículo, mas siquiera un solo alma de la Puna.
Pero una sorpresa inesperada nos aguardaba en Susques.

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jueves, 22 de enero de 2015

Comienza el Rocanrol (Día 2)

Por suerte no me duele la cabeza, pero me cagué de frío y no pegué un ojo en toda la noche. Son las siete de la mañana y sigo levemente agitado. Estamos a poco mas de 3.800 metros de altura ya prontos a comenzar un día lleno de adrenalina.

Día 2

El día se presenta espectacular y don Eduardo Cinícola va comentando por radio todo lo que nuestros ojos van viendo. Los nombres de los cerros que nos custodian, todos tienen nombre y le son viejos conocidos.
A los pocos kilómetros de salir de Santa Catalina, y en el camino hacia El Angosto, el pueblo mas septentrional de la República Argentina, se presenta el primer obstáculo en el río homónimo, pero como la Toyota Land Cruiser cruza sobrada, atrás la seguimos con confianza en las otras dos camionetas.
Dejando atrás El Angosto buscamos una salida por otro tramo del lecho casi seco del río que presentaba un suelo pedregoso y de barro colorado en las cuestas. El sonido del gasoil de los varios bidones chocando en sus paredes plásticas nos iba acompañando en nuestro avance. Cada tanto un hombrazo contra la puerta, mientras las suspensiones de las camionetas iban trabajando a full copiando el terreno.
Tras lograr recorrer algunos kilómetros sobre el lecho del río nos topamos con un escenario que nos era desfavorable, en el que el río se achicaba en una suerte de cañadón con grandes e infranqueables piedras. Había que buscar otra manera de llegar al Río Grande de San Juan, nuestro próximo destino.
- "Por acá no podemos seguir. Tenemos que volver sobre el lecho " - nos dice Eduardo, adelantando lo que nos era obvio, pero todos estábamos esperando el As bajo la manga que nos sabe presentar.
Yo daba por seguro que íbamos a retroceder nuevamente hasta El Angosto, y me distraje sacando fotos a diestra y siniestra cometiendo el primero de mis errores, el de perder de vista a la camioneta que me precede cuando se circula por un lugar que no es huella o camino, o sea cuando no es de paso predecible.
Cuestión que estuve mas de 30 minutos perdido, buscando encontrar el lugar por donde habían pasado las otras dos camionetas en nuestro intento de llegar al Río Grande de San Juan. Comunicados por radio y ante las precisas instrucciones de Elsa y su memoria visual pude tener mi pronto reencuentro con el grupo en lo alto de un filo de barro, en donde me estaban esperando.

Cuando llegamos al Río Grande de San Juan (o Río San Juan de Oro) notámos que el cruce era demasiado profundo para dos de las tres camionetas, y aún peligroso para la tercera y mas grande de ellas, por lo que tomamos la sabia decisión de cruzar las camionetas eslingados a la enorme Toyota Land Cruiser manejada por Andy, el héroe de la jornada.
Primeramente atámos la Toyota Hilux que transportaba a Elsa y Eduardo con una soga de plasma de 45 metros que Andy sacó del paquete para ese trajín. El cable preparado para uso en malacate (winche o molinete) no soportó el primer tirón de ajuste y tuvo su primer corte. Hizo falta la primer aparición de mi súper eslinga de camión, indestructible, y que me acompaña en el baúl hace mas de una década para cruzar a la pobre Elsa que le propinaba a Andy un sinfín de insultos  mientras su Toyota Hilux rebotaba contra las piedras y el agua colorada le acariciaba el capot de su nueva camioneta.
Del otro lado esperaba yo con el cable de malacate preparado por si hiciera falta.
Las dos camionetas ya estaban del otro lado. Eduardo tenía unos tracks antiguos de un paso por este mismo río distantes a 700 metros de donde hoy nos encontrábamos. La camioneta blanca de Elsa se adelantó en búsqueda de un lugar que nos permitiera salir de aquel río, difícil de pasar, y que queríamos evitar a toda costa aún a sabiendas de que tarde o temprano íbamos a tener que volver a cruzarlo.

Ahora Andres volvía por mí, desafiando no sin temor las aguas traicioneras de este río que sabe presentar grandes piedras y arenas movedizas formadas por la gran cantidad de sedimentos que arrastra estas aguas que hacen de frontera entre Argentina y Bolivia.
El río venía aumentando su caudal de agua, u un grupo de piedras que tenía marcado como referencia, habían desaparecido bajo el manto rojizo.

Cuando encontrada una huella que nos permitiera salir de los dominios del río hicimos la misma maniobra llena de adrenalina para cruzar mi camioneta. Motor apagado y atado a la TLC, pero con la primera de baja puesta y preparado para ayudar si así hiciera falta ante alguna eventualidad.
Tras cruzar a territorio Boliviano (contábamos con un salvoconducto otorgado por la República Plurinacional de Bolivia) recorrimos el camino de cornisa en el margen opuesto del Río Grande de San Juan pasando por tres pequeños poblados de Bolivia desde donde tendríamos que volver a enfrentar al río para reingresar a la Argentina y dirigirnos al aislado poblado de La Ciénaga (3.570 m.s.n.m), 79 habitantes según el último censo nacional.

Tras volver sobre nuestros pasos hayamos una pendiente por donde era posible bajar al río. Estudiamos el terreno desde arriba, y ayudados por las cajas reductoras depositamos nuestros bólidos en el lecho.
Esta vez había que cruzar el río en tres partes, que aunque presentaban menos volumen de agua, no dejaban de ser peligrosos y obligaban a estar muy atentos a las grandes piedras sueltas en nuestro cruce de vuelta a la República Argentina.
Todavía alucinados por el primer vadeo del San Juan, le tomamos respeto al Grande y nos dejó pasar.
Tras superar el río y recorrer el minúsculo caserío dedicado a la cría ovina, fuimos ascendiendo por un camino de cornisa que nos llevaba a un promedio de 4.300 metros y que disfrutamos horrores, mientras las grandes ruedas de nuestras camionetas rodaban por la cuesta y el paisaje exorbitante se presentaba siempre a uno de nuestros lados dejándonos estirar la vista hasta los volcanes mas cercanos.
Desde ahí continuamos nuestro periplo circulando por viejas huellas de herradura que nos acercarían a las poblaciones de Oratorio (89 habitantes) y mas tarde Misa Rumi (108 habitantes), en donde intercambiamos palabras con algunos de sus habitantes.
Fuimos siguiendo huellas y cortando a campo traviesa cuando era necesario en búsqueda de unas curiosas formaciones que conocía Eduardo y que en seguida me recordaron a Petra, en Jordania.
En ese camino, acariciado por los rayos del sol, cuando salían, me quedé dormido en dos o tres oportunidades. Un peligro. Bajé a estirar las patas y tomarme un "Energy Drink" para llenar mi cuerpo de cafeína.
Elsa iba domando el terreno siempre buscando altura, hasta que el tiempo, siempre apremiante (especialmente en Alta Montaña) nos hizo ser cautos y buscar alguna forma de descender y llegar cómodos y en forma a nuestro próximo destino.
Denis nos va enseñando la flora que se presenta en el lugar, y resulta un complemento perfecto para ir aprendiendo a cada paso, de ese recorrido a campo traviesa que nos llevó hasta el lecho seco mismo del Río Quebrada de Paicone (que es parte de nuestra querida Ruta 40) por donde avanzamos felices por los farallones y tanta belleza que nos circunda.
Tras abandonar el lecho del Río Quebrada de Paicone tomamos un camino que nos acercó un poco a la localidad de Cusi Cusi (359 habitantes) en donde pensábamos pasar la noche.
Antes volvimos a salirnos del camino y ascendimos por un camino de piedras sueltas y filosas plantitas.
Por la radio escucho: - "Johann, tu rueda trasera izquierda tiene unas 14 libras" Era el ojo afilado de Cinicola que volvía a tener razón.
Comenzaban así los problemas de mi rueda izquierda trasera. Al principio solo perdiendo un ápice de aire con el correr de las horas, trámite que resolvía en forma veloz con mi compresor de aire.
Ya en camino a Cusi Cusi, en la recta final de un día que había sido largo, y en el que solo fantaseaba con la idea de recuperar horas de sueño que ya le estaba debiendo a mi cuerpo vuelvo a pinchar, como era de esperar la goma trasera izquierda, gran protagonista de esta travesía.

Como la tormenta avecinaba desde el oeste y era menester que repare mi neumático pinchado, retrocedí hasta el pequeño pueblo de Paicone (120 habitantes) mientras el resto del grupo proseguía camino a Cusi Cusi, en donde planeábamos pasar la noche.

Volví a vadear el Río de Orosmayo que ya estaba arrastrando mas caudal de agua, y me acerqué hasta una gomería cuyo cartel había visto una hora antes.

- "De los verdaderos no tengo niuno"- me dice la dueña de la única despensa mientras le pedía cigarrillos, y como cualquiera me venía bien me llevé cuatro paquetes de CJ.
Con la goma ya reparada me vi sin reparo arrastrando los 40 kilos de la misma hasta mi camioneta, y tirándola sobre el equipaje en el baúl. Iba empapadome por las gotas gordas y mojadas de la lluvia cordillerana. Objetivo cumplido.

- "Vamos, vamos que nos vamos" Gritaban de pronto. Mucha gente para un pueblo tan chico. Mucha gente subida en la caja de tres pick-ups y un utilitario 4x4 de una pareja argentino-alemana empezaban su camino a Cusi Cusi.

No llegué a tiempo pero pude adivinar entre la torrencial lluvia sus tenues luces traseras. Las escobas del limpia parabrisas no podían con tanta agua. Mi pantalón de jean iba pegado a mis piernas y mis zapatillas escupían agua. Por mi cuello se había colado tanto líquido que cuando hacía los cambios el agua me apagaba el cigarrillo. Con unas aceleradas pude alcanzarlos para formar parte del convoy.

Mi GPS se volvía loco. Por momentos se apagaba, y cuando prendido variaba la distancia a Cusi Cusi entre 31 y 104 kilómetros. Siguiendo las luces fuimos cruzando los ríos y acercándonos a la población de Cusi Cusi, lindera a Bolivia.

Por la radio no me oían pero cada tanto escuchaba cuan difícil se les hacia a mis compañeros conseguir algún lugar en la casa de un poblador en donde poder pasar la noche.

Cuando el torrente se detuvo, paré por 5 minutos para sacarme mis ropas mojadas y disfrutar del silencio de la Cordillera. Tras algunas curvas y contra curvas noté que la camioneta del alemán me había estado esperando. Juntos cruzamos dos o tres ríos mas y al llegar a Cusi Cusi (3.800 m.s.n.m) nos separamos con dos cortos bocinazos.
Eran casi las 10 de la noche y mis compañeros recién conseguían donde tirar un par de horas nuestros esqueletos sucios y cansados.

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