Por suerte no me duele la cabeza, pero me cagué de frío y no pegué un ojo en toda la noche. Son las siete de la mañana y sigo levemente agitado. Estamos a poco mas de 3.800 metros de altura ya prontos a comenzar un día lleno de adrenalina.
Día 2
El día se presenta espectacular y don Eduardo Cinícola va comentando por radio todo lo que nuestros ojos van viendo. Los nombres de los cerros que nos custodian, todos tienen nombre y le son viejos conocidos.
A los pocos kilómetros de salir de Santa Catalina, y en el camino hacia El Angosto, el pueblo mas septentrional de la República Argentina, se presenta el primer obstáculo en el río homónimo, pero como la Toyota Land Cruiser cruza sobrada, atrás la seguimos con confianza en las otras dos camionetas.
Dejando atrás El Angosto buscamos una salida por otro tramo del lecho casi seco del río que presentaba un suelo pedregoso y de barro colorado en las cuestas. El sonido del gasoil de los varios bidones chocando en sus paredes plásticas nos iba acompañando en nuestro avance. Cada tanto un hombrazo contra la puerta, mientras las suspensiones de las camionetas iban trabajando a full copiando el terreno.
Tras lograr recorrer algunos kilómetros sobre el lecho del río nos topamos con un escenario que nos era desfavorable, en el que el río se achicaba en una suerte de cañadón con grandes e infranqueables piedras. Había que buscar otra manera de llegar al Río Grande de San Juan, nuestro próximo destino.
- "Por acá no podemos seguir. Tenemos que volver sobre el lecho " - nos dice Eduardo, adelantando lo que nos era obvio, pero todos estábamos esperando el As bajo la manga que nos sabe presentar.
Yo daba por seguro que íbamos a retroceder nuevamente hasta El Angosto, y me distraje sacando fotos a diestra y siniestra cometiendo el primero de mis errores, el de perder de vista a la camioneta que me precede cuando se circula por un lugar que no es huella o camino, o sea cuando no es de paso predecible.
Cuestión que estuve mas de 30 minutos perdido, buscando encontrar el lugar por donde habían pasado las otras dos camionetas en nuestro intento de llegar al Río Grande de San Juan. Comunicados por radio y ante las precisas instrucciones de Elsa y su memoria visual pude tener mi pronto reencuentro con el grupo en lo alto de un filo de barro, en donde me estaban esperando.
Cuando llegamos al Río Grande de San Juan (o Río San Juan de Oro) notámos que el cruce era demasiado profundo para dos de las tres camionetas, y aún peligroso para la tercera y mas grande de ellas, por lo que tomamos la sabia decisión de cruzar las camionetas eslingados a la enorme Toyota Land Cruiser manejada por Andy, el héroe de la jornada.
Primeramente atámos la Toyota Hilux que transportaba a Elsa y Eduardo con una soga de plasma de 45 metros que Andy sacó del paquete para ese trajín. El cable preparado para uso en malacate (winche o molinete) no soportó el primer tirón de ajuste y tuvo su primer corte. Hizo falta la primer aparición de mi súper eslinga de camión, indestructible, y que me acompaña en el baúl hace mas de una década para cruzar a la pobre Elsa que le propinaba a Andy un sinfín de insultos mientras su Toyota Hilux rebotaba contra las piedras y el agua colorada le acariciaba el capot de su nueva camioneta.
Del otro lado esperaba yo con el cable de malacate preparado por si hiciera falta.
Las dos camionetas ya estaban del otro lado. Eduardo tenía unos tracks antiguos de un paso por este mismo río distantes a 700 metros de donde hoy nos encontrábamos. La camioneta blanca de Elsa se adelantó en búsqueda de un lugar que nos permitiera salir de aquel río, difícil de pasar, y que queríamos evitar a toda costa aún a sabiendas de que tarde o temprano íbamos a tener que volver a cruzarlo.
Ahora Andres volvía por mí, desafiando no sin temor las aguas traicioneras de este río que sabe presentar grandes piedras y arenas movedizas formadas por la gran cantidad de sedimentos que arrastra estas aguas que hacen de frontera entre Argentina y Bolivia.
El río venía aumentando su caudal de agua, u un grupo de piedras que tenía marcado como referencia, habían desaparecido bajo el manto rojizo.
Cuando encontrada una huella que nos permitiera salir de los dominios del río hicimos la misma maniobra llena de adrenalina para cruzar mi camioneta. Motor apagado y atado a la TLC, pero con la primera de baja puesta y preparado para ayudar si así hiciera falta ante alguna eventualidad.
Tras cruzar a territorio Boliviano (contábamos con un salvoconducto otorgado por la República Plurinacional de Bolivia) recorrimos el camino de cornisa en el margen opuesto del Río Grande de San Juan pasando por tres pequeños poblados de Bolivia desde donde tendríamos que volver a enfrentar al río para reingresar a la Argentina y dirigirnos al aislado poblado de La Ciénaga (3.570 m.s.n.m), 79 habitantes según el último censo nacional.
Tras volver sobre nuestros pasos hayamos una pendiente por donde era posible bajar al río. Estudiamos el terreno desde arriba, y ayudados por las cajas reductoras depositamos nuestros bólidos en el lecho.
Esta vez había que cruzar el río en tres partes, que aunque presentaban menos volumen de agua, no dejaban de ser peligrosos y obligaban a estar muy atentos a las grandes piedras sueltas en nuestro cruce de vuelta a la República Argentina.
Todavía alucinados por el primer vadeo del San Juan, le tomamos respeto al Grande y nos dejó pasar.
Tras superar el río y recorrer el minúsculo caserío dedicado a la cría ovina, fuimos ascendiendo por un camino de cornisa que nos llevaba a un promedio de 4.300 metros y que disfrutamos horrores, mientras las grandes ruedas de nuestras camionetas rodaban por la cuesta y el paisaje exorbitante se presentaba siempre a uno de nuestros lados dejándonos estirar la vista hasta los volcanes mas cercanos.
Desde ahí continuamos nuestro periplo circulando por viejas huellas de herradura que nos acercarían a las poblaciones de Oratorio (89 habitantes) y mas tarde Misa Rumi (108 habitantes), en donde intercambiamos palabras con algunos de sus habitantes.
Fuimos siguiendo huellas y cortando a campo traviesa cuando era necesario en búsqueda de unas curiosas formaciones que conocía Eduardo y que en seguida me recordaron a Petra, en Jordania.
En ese camino, acariciado por los rayos del sol, cuando salían, me quedé dormido en dos o tres oportunidades. Un peligro. Bajé a estirar las patas y tomarme un "Energy Drink" para llenar mi cuerpo de cafeína.
Elsa iba domando el terreno siempre buscando altura, hasta que el tiempo, siempre apremiante (especialmente en Alta Montaña) nos hizo ser cautos y buscar alguna forma de descender y llegar cómodos y en forma a nuestro próximo destino.
Denis nos va enseñando la flora que se presenta en el lugar, y resulta un complemento perfecto para ir aprendiendo a cada paso, de ese recorrido a campo traviesa que nos llevó hasta el lecho seco mismo del Río Quebrada de Paicone (que es parte de nuestra querida Ruta 40) por donde avanzamos felices por los farallones y tanta belleza que nos circunda.
Tras abandonar el lecho del Río Quebrada de Paicone tomamos un camino que nos acercó un poco a la localidad de Cusi Cusi (359 habitantes) en donde pensábamos pasar la noche.
Antes volvimos a salirnos del camino y ascendimos por un camino de piedras sueltas y filosas plantitas.
Por la radio escucho: - "Johann, tu rueda trasera izquierda tiene unas 14 libras" Era el ojo afilado de Cinicola que volvía a tener razón.
Comenzaban así los problemas de mi rueda izquierda trasera. Al principio solo perdiendo un ápice de aire con el correr de las horas, trámite que resolvía en forma veloz con mi compresor de aire.
Ya en camino a Cusi Cusi, en la recta final de un día que había sido largo, y en el que solo fantaseaba con la idea de recuperar horas de sueño que ya le estaba debiendo a mi cuerpo vuelvo a pinchar, como era de esperar la goma trasera izquierda, gran protagonista de esta travesía.
Como la tormenta avecinaba desde el oeste y era menester que repare mi neumático pinchado, retrocedí hasta el pequeño pueblo de Paicone (120 habitantes) mientras el resto del grupo proseguía camino a Cusi Cusi, en donde planeábamos pasar la noche.
Volví a vadear el Río de Orosmayo que ya estaba arrastrando mas caudal de agua, y me acerqué hasta una gomería cuyo cartel había visto una hora antes.
- "De los verdaderos no tengo niuno"- me dice la dueña de la única despensa mientras le pedía cigarrillos, y como cualquiera me venía bien me llevé cuatro paquetes de CJ.
Con la goma ya reparada me vi sin reparo arrastrando los 40 kilos de la misma hasta mi camioneta, y tirándola sobre el equipaje en el baúl. Iba empapadome por las gotas gordas y mojadas de la lluvia cordillerana. Objetivo cumplido.
- "Vamos, vamos que nos vamos" Gritaban de pronto. Mucha gente para un pueblo tan chico. Mucha gente subida en la caja de tres pick-ups y un utilitario 4x4 de una pareja argentino-alemana empezaban su camino a Cusi Cusi.
No llegué a tiempo pero pude adivinar entre la torrencial lluvia sus tenues luces traseras. Las escobas del limpia parabrisas no podían con tanta agua. Mi pantalón de jean iba pegado a mis piernas y mis zapatillas escupían agua. Por mi cuello se había colado tanto líquido que cuando hacía los cambios el agua me apagaba el cigarrillo. Con unas aceleradas pude alcanzarlos para formar parte del convoy.
Mi GPS se volvía loco. Por momentos se apagaba, y cuando prendido variaba la distancia a Cusi Cusi entre 31 y 104 kilómetros. Siguiendo las luces fuimos cruzando los ríos y acercándonos a la población de Cusi Cusi, lindera a Bolivia.
Por la radio no me oían pero cada tanto escuchaba cuan difícil se les hacia a mis compañeros conseguir algún lugar en la casa de un poblador en donde poder pasar la noche.
Cuando el torrente se detuvo, paré por 5 minutos para sacarme mis ropas mojadas y disfrutar del silencio de la Cordillera. Tras algunas curvas y contra curvas noté que la camioneta del alemán me había estado esperando. Juntos cruzamos dos o tres ríos mas y al llegar a Cusi Cusi (3.800 m.s.n.m) nos separamos con dos cortos bocinazos.
Eran casi las 10 de la noche y mis compañeros recién conseguían donde tirar un par de horas nuestros esqueletos sucios y cansados.
(Viene de acá)
Día 2
El día se presenta espectacular y don Eduardo Cinícola va comentando por radio todo lo que nuestros ojos van viendo. Los nombres de los cerros que nos custodian, todos tienen nombre y le son viejos conocidos.
A los pocos kilómetros de salir de Santa Catalina, y en el camino hacia El Angosto, el pueblo mas septentrional de la República Argentina, se presenta el primer obstáculo en el río homónimo, pero como la Toyota Land Cruiser cruza sobrada, atrás la seguimos con confianza en las otras dos camionetas.
Dejando atrás El Angosto buscamos una salida por otro tramo del lecho casi seco del río que presentaba un suelo pedregoso y de barro colorado en las cuestas. El sonido del gasoil de los varios bidones chocando en sus paredes plásticas nos iba acompañando en nuestro avance. Cada tanto un hombrazo contra la puerta, mientras las suspensiones de las camionetas iban trabajando a full copiando el terreno.
Tras lograr recorrer algunos kilómetros sobre el lecho del río nos topamos con un escenario que nos era desfavorable, en el que el río se achicaba en una suerte de cañadón con grandes e infranqueables piedras. Había que buscar otra manera de llegar al Río Grande de San Juan, nuestro próximo destino.
- "Por acá no podemos seguir. Tenemos que volver sobre el lecho " - nos dice Eduardo, adelantando lo que nos era obvio, pero todos estábamos esperando el As bajo la manga que nos sabe presentar.
Yo daba por seguro que íbamos a retroceder nuevamente hasta El Angosto, y me distraje sacando fotos a diestra y siniestra cometiendo el primero de mis errores, el de perder de vista a la camioneta que me precede cuando se circula por un lugar que no es huella o camino, o sea cuando no es de paso predecible.
Cuestión que estuve mas de 30 minutos perdido, buscando encontrar el lugar por donde habían pasado las otras dos camionetas en nuestro intento de llegar al Río Grande de San Juan. Comunicados por radio y ante las precisas instrucciones de Elsa y su memoria visual pude tener mi pronto reencuentro con el grupo en lo alto de un filo de barro, en donde me estaban esperando.
Cuando llegamos al Río Grande de San Juan (o Río San Juan de Oro) notámos que el cruce era demasiado profundo para dos de las tres camionetas, y aún peligroso para la tercera y mas grande de ellas, por lo que tomamos la sabia decisión de cruzar las camionetas eslingados a la enorme Toyota Land Cruiser manejada por Andy, el héroe de la jornada.
Primeramente atámos la Toyota Hilux que transportaba a Elsa y Eduardo con una soga de plasma de 45 metros que Andy sacó del paquete para ese trajín. El cable preparado para uso en malacate (winche o molinete) no soportó el primer tirón de ajuste y tuvo su primer corte. Hizo falta la primer aparición de mi súper eslinga de camión, indestructible, y que me acompaña en el baúl hace mas de una década para cruzar a la pobre Elsa que le propinaba a Andy un sinfín de insultos mientras su Toyota Hilux rebotaba contra las piedras y el agua colorada le acariciaba el capot de su nueva camioneta.
Del otro lado esperaba yo con el cable de malacate preparado por si hiciera falta.
Las dos camionetas ya estaban del otro lado. Eduardo tenía unos tracks antiguos de un paso por este mismo río distantes a 700 metros de donde hoy nos encontrábamos. La camioneta blanca de Elsa se adelantó en búsqueda de un lugar que nos permitiera salir de aquel río, difícil de pasar, y que queríamos evitar a toda costa aún a sabiendas de que tarde o temprano íbamos a tener que volver a cruzarlo.
Ahora Andres volvía por mí, desafiando no sin temor las aguas traicioneras de este río que sabe presentar grandes piedras y arenas movedizas formadas por la gran cantidad de sedimentos que arrastra estas aguas que hacen de frontera entre Argentina y Bolivia.
El río venía aumentando su caudal de agua, u un grupo de piedras que tenía marcado como referencia, habían desaparecido bajo el manto rojizo.
Cuando encontrada una huella que nos permitiera salir de los dominios del río hicimos la misma maniobra llena de adrenalina para cruzar mi camioneta. Motor apagado y atado a la TLC, pero con la primera de baja puesta y preparado para ayudar si así hiciera falta ante alguna eventualidad.
Tras cruzar a territorio Boliviano (contábamos con un salvoconducto otorgado por la República Plurinacional de Bolivia) recorrimos el camino de cornisa en el margen opuesto del Río Grande de San Juan pasando por tres pequeños poblados de Bolivia desde donde tendríamos que volver a enfrentar al río para reingresar a la Argentina y dirigirnos al aislado poblado de La Ciénaga (3.570 m.s.n.m), 79 habitantes según el último censo nacional.
Tras volver sobre nuestros pasos hayamos una pendiente por donde era posible bajar al río. Estudiamos el terreno desde arriba, y ayudados por las cajas reductoras depositamos nuestros bólidos en el lecho.
Esta vez había que cruzar el río en tres partes, que aunque presentaban menos volumen de agua, no dejaban de ser peligrosos y obligaban a estar muy atentos a las grandes piedras sueltas en nuestro cruce de vuelta a la República Argentina.
Todavía alucinados por el primer vadeo del San Juan, le tomamos respeto al Grande y nos dejó pasar.
Tras superar el río y recorrer el minúsculo caserío dedicado a la cría ovina, fuimos ascendiendo por un camino de cornisa que nos llevaba a un promedio de 4.300 metros y que disfrutamos horrores, mientras las grandes ruedas de nuestras camionetas rodaban por la cuesta y el paisaje exorbitante se presentaba siempre a uno de nuestros lados dejándonos estirar la vista hasta los volcanes mas cercanos.
Desde ahí continuamos nuestro periplo circulando por viejas huellas de herradura que nos acercarían a las poblaciones de Oratorio (89 habitantes) y mas tarde Misa Rumi (108 habitantes), en donde intercambiamos palabras con algunos de sus habitantes.
Fuimos siguiendo huellas y cortando a campo traviesa cuando era necesario en búsqueda de unas curiosas formaciones que conocía Eduardo y que en seguida me recordaron a Petra, en Jordania.
En ese camino, acariciado por los rayos del sol, cuando salían, me quedé dormido en dos o tres oportunidades. Un peligro. Bajé a estirar las patas y tomarme un "Energy Drink" para llenar mi cuerpo de cafeína.
Elsa iba domando el terreno siempre buscando altura, hasta que el tiempo, siempre apremiante (especialmente en Alta Montaña) nos hizo ser cautos y buscar alguna forma de descender y llegar cómodos y en forma a nuestro próximo destino.
Denis nos va enseñando la flora que se presenta en el lugar, y resulta un complemento perfecto para ir aprendiendo a cada paso, de ese recorrido a campo traviesa que nos llevó hasta el lecho seco mismo del Río Quebrada de Paicone (que es parte de nuestra querida Ruta 40) por donde avanzamos felices por los farallones y tanta belleza que nos circunda.
Tras abandonar el lecho del Río Quebrada de Paicone tomamos un camino que nos acercó un poco a la localidad de Cusi Cusi (359 habitantes) en donde pensábamos pasar la noche.
Antes volvimos a salirnos del camino y ascendimos por un camino de piedras sueltas y filosas plantitas.
Por la radio escucho: - "Johann, tu rueda trasera izquierda tiene unas 14 libras" Era el ojo afilado de Cinicola que volvía a tener razón.
Comenzaban así los problemas de mi rueda izquierda trasera. Al principio solo perdiendo un ápice de aire con el correr de las horas, trámite que resolvía en forma veloz con mi compresor de aire.
Ya en camino a Cusi Cusi, en la recta final de un día que había sido largo, y en el que solo fantaseaba con la idea de recuperar horas de sueño que ya le estaba debiendo a mi cuerpo vuelvo a pinchar, como era de esperar la goma trasera izquierda, gran protagonista de esta travesía.
Como la tormenta avecinaba desde el oeste y era menester que repare mi neumático pinchado, retrocedí hasta el pequeño pueblo de Paicone (120 habitantes) mientras el resto del grupo proseguía camino a Cusi Cusi, en donde planeábamos pasar la noche.
Volví a vadear el Río de Orosmayo que ya estaba arrastrando mas caudal de agua, y me acerqué hasta una gomería cuyo cartel había visto una hora antes.
- "De los verdaderos no tengo niuno"- me dice la dueña de la única despensa mientras le pedía cigarrillos, y como cualquiera me venía bien me llevé cuatro paquetes de CJ.
Con la goma ya reparada me vi sin reparo arrastrando los 40 kilos de la misma hasta mi camioneta, y tirándola sobre el equipaje en el baúl. Iba empapadome por las gotas gordas y mojadas de la lluvia cordillerana. Objetivo cumplido.
- "Vamos, vamos que nos vamos" Gritaban de pronto. Mucha gente para un pueblo tan chico. Mucha gente subida en la caja de tres pick-ups y un utilitario 4x4 de una pareja argentino-alemana empezaban su camino a Cusi Cusi.
No llegué a tiempo pero pude adivinar entre la torrencial lluvia sus tenues luces traseras. Las escobas del limpia parabrisas no podían con tanta agua. Mi pantalón de jean iba pegado a mis piernas y mis zapatillas escupían agua. Por mi cuello se había colado tanto líquido que cuando hacía los cambios el agua me apagaba el cigarrillo. Con unas aceleradas pude alcanzarlos para formar parte del convoy.
Mi GPS se volvía loco. Por momentos se apagaba, y cuando prendido variaba la distancia a Cusi Cusi entre 31 y 104 kilómetros. Siguiendo las luces fuimos cruzando los ríos y acercándonos a la población de Cusi Cusi, lindera a Bolivia.
Por la radio no me oían pero cada tanto escuchaba cuan difícil se les hacia a mis compañeros conseguir algún lugar en la casa de un poblador en donde poder pasar la noche.
Cuando el torrente se detuvo, paré por 5 minutos para sacarme mis ropas mojadas y disfrutar del silencio de la Cordillera. Tras algunas curvas y contra curvas noté que la camioneta del alemán me había estado esperando. Juntos cruzamos dos o tres ríos mas y al llegar a Cusi Cusi (3.800 m.s.n.m) nos separamos con dos cortos bocinazos.
Eran casi las 10 de la noche y mis compañeros recién conseguían donde tirar un par de horas nuestros esqueletos sucios y cansados.
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