martes, 30 de agosto de 2022

Visitando a la Difunta Correa

Corría 1840 cuando las montoneras de Facundo Quiroga irrumpieron en la provincia de San Juan, en el tranquilo pueblo de Angaco, en pleno corazón del Cuyo. Ellos iban de regreso a La Rioja. Eran los tiempos de Unitarios y Federales que mantenían dividido al país.

En un modesto rancho de barro en las afueras del poblado  comían pan Deolinda Correa, su marido Clemente Bustos y su hijo de apenas unas pocas semanas. Sin previo aviso llegaron las tropas y se llevaron por la fuerza al padre y sostén de la familia.
Acosada por un policía local y alertada de que su marido pudo ser tomado prisionero por las tropas de Unitarios, es que decide Deolinda salir en su busca, o rescate, o quien sabe con que intenciones más que las de juntarse con su marido, su amante, su todo en esta vida. Tomó unas pocas provisiones y dos sacos repletos de agua, y siguió las huellas de los arrieros por dónde tiempo antes habían pasado los que iban con su marido.
El calor sanjuanino sabe ser implacable. Cielos diáfanos sin ninguna nube que tape nunca el sol, y poca sombra para guarecerse una vez que uno se va internando en los valles y en el desierto. Las temperaturas nocturnas son bajas y rigurosas, y un cielo bañado en estrellas tampoco ayuda a soportar el frío. Con esas condiciones estuvo caminando Deolinda Correa por algunos días, hasta que se le acabó el agua y toda ración de alimento.
Quebrada y sin fuerzas busca la sombra y protección de un cercano algarrobo, y es allí dónde pasa sus últimas horas, o días, acercándose al día final, siempre atendiendo las necesidades de su bebe. La luz de Deolinda Correa se fue apagando sin que nunca pusiese llegar a su amado marido don Clemente Bustos.
Dos o tres días más tarde un grupo de arrieros que pasaba por el lugar se vio sorprendido por el llanto de un bebe. Al acercarse al algarrobo encontraron el cuerpo sin vida de Deolinda Correa, y entre sus brazos y pechos, esos pechos  que aún podían darle de comer.
Los arrieros improvisaron un funeral bajo el algarrobo y le dieron sepultura a Deolinda Correa. Del hijo nunca más se supo mucho, aunque las versiones sobre su destino son de lo más variopintas.
Lo cierto es que la historia de Deolinda Correa (o Dalinda Antonia Correa) se hizo conocida en este y otros valles cercanos, y así comenzó a cobrar fuerza la leyenda de la Difunta Correa.
Una tarde oscura y con una tormenta de esas que asustan, un tal Zeballos, chileno y arriero como tantos otros puso en peligro su trabajo cuando todo el ganado que debía llevar a salvo se le dispersó en el eterno desierto asustado por los truenos. Temeroso y empapado se acercó a ese algarrobo bajo cuya sombra descansaban los restos de Deolinda Correa, y se le ocurrió pedir a la difunta ayuda para juntar a los animales y proseguir con el largo viaje.

A la mañana siguiente todos los animales pastaban tranquilos. El arriero pudo agarrarlos y continuar su ruta hacia Chile, no sin antes agradecer a la difunta dejándole una promesa. 
Al regresar Zeballos de su viaje a Chile se acercó nuevamente al algarrobo de la Difunta Correa, y en el lugar en dónde solo había una cruz comenzó a construir con sus manos este santuario en forma de eterno agradecimiento.
Tras este segundo milagro conferido (el primero sería la supervivencia del bebe aún lactando), la gente comenzó a ir acercándose cada vez en números más grandes al santuario de la Difunta Correa.
El de Vallecitos (así se llama la localidad del departamento Caucete de la provincia de San Juan) es el primer santuario dedicado a la Difunta Correa, pero con el correr de los años comenzaron a aflorar, especialmente en Cuyo, pero también en otras zonas del país, cientos de santuarios para venerar a Deolinda Correa, aquella heroica madre que murió por sed y por amor. Esta figura pagana de la fe.
Existen en este sitio 17 capillas donadas por los fieles que ya pidieron al Papa Francisco el proceso de beatificación de Deolinda Correa. Los camioneros y los numerosos arrieros de la zona son sus principales devotos y difusores de los milagros de la Difunta Correa.
Hoy el Oratorio de la Difunta Correa es uno de los sitios de peregrinación más importantes de Argentina. Más de un millón de personas pasan por aquí cada año, especialmente durante el Día de las ánimas, la Fiesta Nacional del Camionero o Semana Santa.