miércoles, 25 de febrero de 2015

Campo de Piedra Pómez y el camino a Las papas (Día 7)

Despertar en Antofagasta de la Sierra siempre es un placer pues es un destino de aventuras. Ese día nos permitimos dormir un poco mas de la cuenta luego de la larga jornada del día anterior y los vinos que corrieron mientras comíamos el espectacular corderito con el que el Tano Baldi nos agasajó en Hostería Incahuasi.  Por suerte no fui el último en levantarme, aunque eso creí mientras mis ojos foto sensibles trataban de adaptarse al fuerte sol de la mañana.
No podíamos salir tan temprano. Debíamos hacernos de combustible, y yo de una gomería en donde arreglar con un doble parche mi séptima cubierta pinchada, y que luego volvería a pinchar.

Nos despedimos de Gastón y el Tano agradeciendo su impecable hospitalidad, y también de Sandra y de Omar quienes volvían a su casa en Tucumán, y nos habían acompañado los dos últimos días.

Tomamos dirección sur y no tardamos en salirnos del camino que es por donde mas nos gusta andar. Fuimos entonces cruzando toda la bella depresión del Campo de Carachi Pampa, una pampa de altura rodeada por volcanes que se ven pequeños, pero no lo son.
En el campo de escorial se circula por la gran cantidad de lava renegrida expelida por los volcanes cercanos. Nos vamos alejando de Antofagasta de la Sierra internándonos en los dominios de una de las zonas mas remotas y acaso bellas del planeta.

A nuestra derecha vemos que se ha formado una vega en el Salar Carachi Pampa cuyos bordes ahora muestran un insólito verde.
Esta zona nos muestra un vulcanismo joven (o mas reciente) formado por los conos de basalto que rodean el área, y que nos regala ese color negro tan característico que se aprecia en los suelos.
Tras una breve parada técnica en donde evaluamos algunas posibilidades de la ruta a seguir, llegamos al apenas conocido lado oeste del Campo de Piedra Pómez, un paisaje como salido de otro planeta formado tras la potente explosión de la caldera del cercano Cerro Blanco, a quien le debemos la constitución de este peculiar y magnífico destino que semeja a la luna. 
Había visitado otra porción, la mas "turística" de este lugar en mi anterior visita a Antofagasta de la Sierra. Aquella vez saliendo desde El Peñon.  Poder conocer este otro sector me ponía muy feliz, amén de que el Campo de Piedra Pómez es uno de esos lugares que con gusto se vuelve a visitar.
En la roca se ven los orificios producidos por el escape de gases durante el enfriamiento
Nos movíamos tratando de pisar siempre la piedra caliza a modo de evitar huellas inútiles en la arena, y tras colocar las camionetas en poses fotogénicas nos dispusimos a caminar por el sitio.
El día estaba de lo mas agradable. Ideal para acompañar este paisaje que por su calidad, no tengo dudas, no tardará en convertirse en un espacio protegido. Pero claro. Llegar no es del todo fácil.
Andyman, un tipo al que quiero mucho
Las vistas desde lo alto nos permiten ver la enormidad de este campo de rocas blancas, ocres y rosas. Pensar que en antaño era cuatro veces mas grande, pero sus partes mas bajas quedaron sepultadas bajo un grueso manto de cenizas.
Coincidimos en la idea de pasar una noche de luna llena en la inmensidad blanca de estas formaciones. No tengo duda de que lo vamos a hacer realidad en algunas de las próximas visitas a esta región que nos fascina y encanta.
A Denis siempre se lo ve trepando o bajando en busca de las mejores fotos 
Hubiéramos pasado mas tiempo entre los merengues, pero el camino era largo y aún había que sortear los extensos arenales y un camino por el que hay que cruzar ríos mas de 80 veces. Además no habíamos podido dar con información certera sobre el estado de crecida de dichos ríos, y retroceder a esa altura ya no era una opción.

Continuamos nuestro camino en sentido oeste buscando el cráter del Cerro Blanco, que tiene un diámetro de 5 kilómetros y a la postre resulto un fantástico mirador natural para nuestro almuerzo. El viento soplaba muy fuerte y nadie quería comer arena, por lo que cada uno comió lo que pudo dentro de los vehículos, extrañando las maravillas que Andy sabe sacar de su infinita heladera.

Tras terminar de comer y antes de que nos agarre la modorra post ingestión, dimos marcha a nuestros bólidos y nos tiramos adentro de la caldera del volcán. Una vez dentro circulamos por ella. Yo no sabía si íbamos a poder salir, pero confiaba en "El Señor de los Mapas", gran conocedor de esta orografía, pero también un temerario amante de la adrenalina. Efectivamente nos hizo salir de la caldera por uno de sus lados mas gentiles. Bordeamos entonces  un costado del Cerro Blanco, que es en realidad un volcán.

Ahora si venían los arenales. Los primeros kilómetros los hicimos a fuerza de motor y una vez que las piedras habían desaparecido de la superficie dejándole lugar solo a la arena (ceniza volcánica) nos dispusimos a sacarle varias libras de aire a cada uno de nuestros neumáticos para hacer mas fácil el avance en las blandas arenas.
Yo venía muy susceptible con el tema de mis cubiertas. Haber pinchado tantas veces me daba inseguridad y no quería arriesgar a desbandar un neumático, por lo que no desinflé tanto.

Luego de andar varios kilómetros apareció algo parecido a un mar congelado de arena. Es como que las olas de un mar imaginario habían quedado petrificadas.
Navegando las olas fuimos subiendo y bajando una por una sin poder tomar velocidad pues sus cortes eran abruptos y nos hacían saltar las cosas del baúl, pero sin ir tan despacio a modo de no correr el riesgo de quedar colgados del ángulo ventral de nuestros vehículos.
Un paraíso para los amantes del off road en un entorno inmejorable para quienes gustamos de los lugares remotos y desérticos.

Mientras bajo y subo las olas tengo el constante ruido de una de mis gomas chocando contra los plásticos sueltos de mi guardabarros, previamente precintados por quien escribe. Tambien de la arena puliendo los bajos de mi camioneta y del viento acariciando las chapas.
En algunos lugares de Argentina venden botellas plásticas de Coca-Cola de 3 litros. Llevaba una de esas acomodada entre las cosas del baúl cuando de golpe estalló haciendo un enchastre en todo mi interior y empapando algunas de mis ropas que siempre llevo sueltas en la camioneta. Los continuos saltos de mis pesados bártulos, sumados a la presión atmosferica producto de los 4.000 metros de altura por donde andábamos circulando, hicieron que el resto de mi viaje tenga olor a cola. 

Así, perdiendo velocidad y tratando de controlar los saltos de mi carga, la fina arena supo detenerme. 
Levantando la patita para hacer pipí
Tenía pala, las planchas de desatasco plásticas (ideales para la arena) y hasta un ancla para el malacate que hubiera sido inútil en este lugar. Pero también tenía una linga que ya tenía atada a la parte trasera de la camioneta para cuando llegó la Toyota Land Cruiser de Andy a pegarme ese pequeño estirón hacia atrás que me desencajase de una de esas miles de olas de arena que hacen ese paisaje tan particular y que parecían no terminar jamás. 
Cuando se acabo el sector de las olas y volvimos a la arena "plana" sentía una sensación parecida a cuando se vuelve al asfalto tras muchos kilómetros por fuera del camino. Placer puro.
Tengo en mis oídos arena como para hacer un castillo, y mi dedo índice solo consigue hundirla mas y cementarla a mi pabellón auditivo.
Ahora que habíamos sorteado los eternos arenales, la "preocupación" era esa tormenta que se avecinaba. La misma tormenta a la que veníamos esquivando hace varios días, aunque nos agarró en Cusi-Cusi, y también en Susques, la noche previa al paso del Rally Dakar por dicha localidad.
Hacia allá mismo nos dirigíamos. Justo abajo de la tormenta y sin saber cuan crecidos estaban los ríos que debíamos cruzar, ni como podía afectar la lluvia la crecida de agua en el cauce de los mismos.
En el fondo nos divierte esta posibilidad aunque sabemos que no tenemos margen de error. La tormenta y la lluvia pueden ser jodidas en la Puna, y el día se acercaba a su fin.
Estamos transitando el límite entre los departamentos de Antofagasta de la Sierra y Tinogasta, en la provincia de Catamarca. A nuestro frente se presenta la Cordillera de San Buenaventura. Este cordón montañoso corre en forma transversal a la Cordillera de los Andes, algo que resulta excepcional en la región. Oficia de límite austral de la Puna.
Cordillera de SanBuenaventura
Este paso del altiplano a la pre-puna se evidencia con los primeros verdes que tapizan cerros y valles donde desde el vamos se adivinan ríos cruzando esta orografía menos extrema. Además se ven nubes negras que prometen lluvia, algo que rara vez sucede del otro lado.
Las formas geológicas que se van viendo desde la huella son muy bellas y cambiantes. Se nota que sufren la erosión del viento y del agua.
Estamos cruzando la Sierra de San Buenaventura y abandonando el altiplano. En pocos kilómetros casi todo será barranca abajo. Descenderemos varios miles de metros.
Serpenteando la sierra nos vamos acercando a la pequeña localidad de Las Papas, en donde habita un puñado de familias que viven gran parte del año incomunicados del resto de la provincia.
Subia el termometro exterior de mi camioneta y caían las primeras gotas de lluvia cuando divisamos a lo lejos el pequeño poblado.
Las Papas
Hacían aparición los primeros cortes de agua. Cruzamos por lo menos 3 ríos antes de llegar al caserío.
En Las Papas nos detuvimos a charlar un rato con sus pobladores, y aunque nos hubiera encantado compartir mas tiempo, el sol ya se estaba escondiendo atrás de los cerros, y aún nos quedaba sortear los numerosos cortes de agua que nos separaban del norte de la ciudad de Fiambalá.
Desde Las Papas  el "camino" se recorre en gran parte por el lecho mismo del río si es que las crecidas lo permiten. Por lo menos 20 kilómetros en los que estamos encajonados entre las bellas sierras.
Las formaciones a diestra y siniestra nos siguen fascinando, mostrando paisajes muy diferentes a los que estuvimos viendo durante toda la semana en nuestra querida Puna.
Son mas de 80 las veces que hay que cruzar este río, y cada vez el agua presentaba mayor profundidad, aunque nunca llegó a ser un factor de preocupación, ni obstáculo para las camionetas. Pero lo notábamos con cada cruce y no sabíamos si íbamos a salir secos y sin problemas.
Espectacular el recorrido. El suelo casi siempre es firme, incluso en los continuos cruces por los ríos, siendo el caudal de agua o los frecuentes derrumbes de montaña lo único que pueden detener a un vehículo de doble tracción.
Esa sensación de prueba superada comienza a apoderarse de nosotros. También de cierta tristeza por tener que despedirnos una vez mas de estas regiones remotas que tanto amamos.
Una variante excelente para los mas aventureros. Una oportunidad de desviar el turismo hacia la pequeña localidad de Las Papas. Un atajo que reduce a la mitad de kilómetros la distancia entre las poblaciones de Antofagasta de la Sierra y Fiambalá.
Llegamos entonces al norte de la ciudad de Fiambalá,  en donde llenamos los depósitos con combustible y continuamos camino tratando de quedar a una distancia lógica de Buenos Aires, a donde debíamos llegar al día siguiente para cumplir con nuestras variopintas obligaciones, y en mi caso hacer los preparativos para mi viaje de reencuentro con la Patagonia.

La noche la pasamos en un hotel de Aimogasta, en la provincia de La Rioja. Nadie se cuido del colesterol durante la comida, y coincidimos en el éxito de nuestra travesía. Un grupo con gente de primera. ¡Gracias por tanto!

(Viene de acá)

jueves, 12 de febrero de 2015

De Mina Julia hacia Antofagasta de la Sierra (Día 6)

Mi maldito colchón inflable adquirido para esta oportunidad comenzó a perder aire a gran velocidad apenas me apoyé sobre él.  Su caja pomposa ofrecía instrucciones en 18 idiomas diferentes. "No juzgues un libro por la tapa". En eso pensaba mientras se desinflaba todo. El piso estaba duro. Hoy me duele todo el cuerpo. Otra noche en la que me fue difícil conciliar el sueño.
Denis y Omar ya listos. Los Baldi siguen en cama
Tras una tempranera recorrida por las instalaciones del puesto Socompa junto a Omar, en donde caminamos por la estación y vimos los vagones de gas llegados desde Chile, nos dispusimos a levantar campamento e ir a tomar una infusión caliente junto a los gendarmes.

Omar y Sandra deciden seguir camino con nosotros hasta Antofagasta de la Sierra. Preferían arriesgar la integridad de su auto antes de volver solos por el camino de faldeo del día anterior.
Estación Socompa
Desde el puesto de gendarmería de Socompa desandámos unos kilómetros por el camino por el cual habíamos llegado y tomamos una tenue huella ascendente en la que pronto teníamos vistas de los volcanes Socompa (6.051 msnm), Llullaillaco (6.739 msnm) y Cerro Mellado (5280 msnm).

Recorriendo un portezuelo del Volcán Llullaillaco, el segundo volcán activo mas alto del mundo, vimos las "bombas" huecas que este coloso alguna vez arrojara. Eduardo nos explica que la lava expulsada por los volcanes adquiere formas aerodinámicas durante su vuelo, y cuando esta lava se enfría en el aire es que se convierte en bombas volcánicas. El viento cesa y hasta el Llullaillaco parece escuchar sus palabras.
Bombas volcánicas expulsadas por el volcán Llullallaico
El mismo volcán que era sagrado para los Incas es el lugar en donde cerca de la cima encontraron las famosas Momias de Llullaillaco que hoy se exhiben en el Museo de Arqueología de Alta Montaña (MAAM) frente a la plaza mas importante de la ciudad de Salta, un museo creado específicamente para albergar los cuerpos de estos tres niños espectacularmente conservados.
Corrida sur de lava del Vn Llullaillaco y la huella por la que subimos

Los Baldi con el formidable volcán Llullaillaco de fondo
Tras continuar camino en dirección oeste llegamos al lugar en donde se encuentra uno de los Hitos que marca el límite entre Argentina y Chile. Uno de los hitos fronterizos determinados por Buchanan en 1899.
Estamos a 4.850 msnm. El día espléndido y un gran recorrido por delante.
Tras las fotos grupales de rigor, nuestras y de las camionetas paradas junto al hito, tomamos una muy linda huella por la que fuimos descendiendo metros y metros mientras íbamos acercándonos a los bordes del Salar de Llullaillaco, con su laguna llena de flamencos. Este salar esta en manos de una compañía minera canadiense (TNR Gold) ya que es rico en Litio.

Esta huella que discurre entre dos abras es la única forma de salir de ahí si se viene de Socompa y se pretende llegar a Mina Julia, ya casi en el límite con la provincia de Catamarca, y también del de Chile.
El camino era ahora una suerte de pampa desde donde aún veíamos uno de los extremos del salar. Cruzamos muchas vicuñas, algunas de las cuales todavía no temían a los humanos.

Tras bordear el salar en dirección sur y descender algunos cientos de metros sobre el nivel de los mares, tomamos una polvorienta huella que obligaba a guardar un centenar de metros entre los vehículos.
A nuestra derecha vemos por primera vez al Cerro Estrella (o Cerro Azufre) desde donde se extraía el mineral durante todos los años en que Mina Julia era la mina de azufre mas importante de la Argentina.
Hacia allá nos dirigimos. Objetivo a la vista.
Los colores que regala el cerro son magnificos, acentuados por ese amarillo del azufre, y todos los blancos, marrones, naranjas y violetas de los cerros circundantes.
El camino nos va llevando en franco ascenso hacia lo que fue Mina Julia. El camino es de cornisa pero muy ancho, lo cual permite manejar prestandole al paisaje la atención  que se merece.
La cumbre norte de la Corrida de Cori yace monumental frente a nosotros. Hubo alguna vez una cumbre sur, pero Argentina se la robó a Chile "desapareciendo" mas de 1.000.000 de toneladas de azufre. Además  logró con ello modificar el límite fronterizo a su favor.

Era mi primera vez en Mina Julia y lamenté no haber venido antes. Mientras tanto grababa en mis retinas estos inusuales paisajes. La Puna otra vez me sorprendía con su belleza salvaje.
Por suerte ninguno de nuestros organismos presento problema alguno en la larga trepada hasta los + 5.200 metros, el punto mas alto en donde se pude llegar rodando (intentamos ir mas allá), y en donde los motores tampoco encuentran el oxigeno necesario para realizar en forma correcta la combustión.
Cuando ya no pudimos avanzar mas con los vehículos, pegamos la vuelta sobre la misma calzada cada vez mas estrecha, en otrora utilizada por los camiones mineros. Nos bajamos entonces a caminar por el lugar para entender la magnitud de esta obra y el esfuerzo que han tenido que hacer los mas de 600  mineros que trabajaban aquí entre los 5.300 y 5.800 msnm, en donde el clima extremo apenas permite respirar, la radiación solar es voraz y las temperaturas en invierno pueden alcanzar los 40° bajo cero.
Cable carril de Mina Julia. Al fondo el Salar de Río Grande
El viento sopla muy fuerte. La emoción por la tremenda vista y la historia del lugar se apodera de nosotros y nos deja mudos. El pecho se encoge al mismo tiempo que nuestros hombros y la garganta se anuda cuando pensamos en el tremendo esfuerzo que supuso la creación y ejecución de este lugar.
 Nadie quiere perderse este momento, y respirando fuerte por la nariz se nos queda grabado el olor a azufre. A ese azufre que hace (y que hizo) de Mina Julia un lugar diferente.

Desde arriba apreciamos la kilométrica linea del mineral caído de la época en que un cable carril enviaba el azufre puro en vagonetas con tachos de 200 litros  que iban desafiando el fuerte viento en los 15 kilómetros que recorría desde Mina Julia hasta Mina La Casualidad en donde se refinaba. Desde ahí era enviado en camiones a la Estación Caipe, o en tren a los arsenales que Fabricaciones Militares tiene en la provincia de Córdoba.
Instalaciones Mina Julia
Se movían en promedio unas 17.000 toneladas de azufre, doblando esa cantidad en los momentos mas prósperos, o cuando el azufre era un asunto estratégico de estado por su uso militar.
Veta abierta de azufre en Mina Julia. En el fondo el Vn Lastraria
Mirando hacia el oeste está el volcán Lastarria que es otro de los puntos que marcan el límite con Chile. A lo lejos se ven las fumarolas que expende su boca. Al fondo a la derecha el Salar de Río Grande.

Tras tratar de llegar a cada rincón de Mina Julia aguantando los embates del viento, tomamos en dirección a Mina La Casualidad, en donde se refinaba el azufre y vivía la mayoría de los mineros junto a sus familias.
El azufre hirviendo del Volcán Lastarría 
Llegar a Mina la Casualidad, aún sabiendo que es lo que uno va a encontrar, duele. De alguna manera me hacía acordar a Epecuén, aunque la historia de su desaparición es muy diferente.  Esta ciudad abandonada era el lugar en donde vivían los mineros que extraían el azufre de Julia, la verdadera mina de azufre sita mas de 1.000 metros mas arriba en donde la vida humana permanente es casi imposible.

Aunque descubierta una década antes, fue fundada en 1951y administrada por Fabricaciones Militares
la mina redujo notablemente su producción en 1978 y dejó de funcionar por un decreto del entonces Ministro de Economía José Alfredo Martinez de Hoz. Del día a la mañana, este pueblo que parecía próspero con sus 3.000 habitantes, su cine, casino y escuelas y todo lo necesario para una subsistencia digna en lo mas alto de la Puna, dejó de existir. Lo mas triste es que la historia de "Julia"es una mas entre 600 empresas que cerraron en esta gran proyecto de desindustrialización iniciado por el gobierno militar.Un proyecto que con el tiempo también se cargo a los ferrocarriles.
Nótese la linea de azufre que desciende desde Mina Julia
Era un pueblo con todas las comodidades que podía ofrecer la época tales como agua corriente, electricidad, cloacas, teléfono, gas, lugares recreativos como un club o un casino, escuelas etc. Con el tiempo todo el pueblo fue saqueado en repetidas oportunidades. Se llevaron techos, ventanas, artefactos y hasta los postes en donde se apoyaba el extenso cable carril que traía el azufre de Julia.

En el camino hacia Antofagasta de la Sierra subimos y bajamos sendas huellas y pasamos por el pequeño paraje de Mina Arita  desde donde lo alto de sus cortas calles ya se podía apreciar la curiosa formación de El Cono de Arita un cuerpo perfecto de 200 metros de altura que asemeja la forma de un volcán, o una pirámide y yace en el Salar de Arizaro. No son pocos lo que piensan que esta pudo haber sido una construcción milenaria hecha por el hombre, y según dicen un centro ceremonial de los Incas, pero lo mas probable es que este cono haya sido el trabajo constante e incesante de un viento que sabe soplar en todas las direcciones. Lo cierto es que además de bonito, este curioso cono es enigmático.
El paisaje vuelve a cambiar abruptamente cuando cruzamos el Salar de Antofalla.
De camino a Antofagasta de la Sierra
En otra linda porción de camino, en la que yo venía como cola de la caravana, veo que las dos camionetas del grupo original paran sobre el camino.
¿Pasara algo?
Nada. Un simple momento para estirar las piernas, y es que desde el "lejano" mediodía en La Casualidad que no tomábamos cerveza. El sol dibujaba sombras en los cerros y las latas estaban heladas. Como hechas para ese momento.
La gente del Tano Baldi de Hostería Incahuasi nos esperaban a las 23 horas con un rico cordero, y veníamos con tiempo de sobra, como para llegar relajados.

Faltando unos 100 kilómetros para llegar a Antofagasta de la Sierra, vuelvo a pinchar mi neumático trasero izquierdo. Esta vez destrucción total.

Verdad que el viento soplaba fuerte, pero no imaginé el "desastre ecológico" que produciría tras abrir el baúl de la camioneta que necesitaba tener abierto para acceder a mi segunda y última rueda de auxilio. Todo lo que era liviano (pañuelos, chaleco refractario, etiquetas, sobres de sopa, bolsas plásticas) salió volando a la intemperie. Me desesperé en recuperar toda mi basura, sintiendo mi primera falta aguda de aire. Estaba a 4.600 msnm

Tras comenzar con las tareas de recambio de neumático dí aviso por radio a mis compañeros. Algunos kilómetros por delante estaban Denis de piloto y Andy en la Toyota Land Cruiser. Algunos kilómetros por detrás Elsa y Eduardo con la Toyota Hilux. Mucho mas adelante el Tano, Gastón, Sandra y Omar, quienes se perdieron de la cerveza.

Cuando llegaron a  mi camioneta no había hecho mas que desenganchar el auxilio de los bajos de mi camioneta y colocar el cricket.
Eduardo  maniobra el cricket. Con cada centimetro de altura ganado el cricket oscila y la camioneta también. Dos piedras en las ruedas delanteras ayudan a frenar el bólido.

El viento sopla muy fuerte. Hay una tormenta que acecha y nadie quiere vivir, y un cordero que espera, ademas de sábanas limpias y una merecida ducha caliente.

De golpe veo en el "Pit Stop" que era el único que no estaba trabajando en el recambio del neumático de mi camioneta, por lo que tomé la goma destrozada para llevarla a la caja de la pick up de Elsa. La llevé rodando, pero con cuidado pues era barranca abajo, y cuando llegué a la camioneta blanca, tuve que hacer mucha fuerza para colocar la cubierta a la altura de mi cintura. Perdía fuerzas y se me caía, entonces fue cuando recordé el consejo que me había dado Gastón Baldi ese mismo día: "Yo cuando necesito subir una cubierta al techo, me ayudo pegándole un rodillazo de abajo"- me dijo.
Eso fue lo que hice, y casi me voy de culo al piso. Mas no quería soltar la puta goma, y con un esfuerzo bestial y descomunal, de esos que casi desgarran músculos y ponen las venas gordas, logré superar la tapa y subir la rueda en la camioneta de Elsa.

Casi la quedo. Literalmente. Durante dos o tres eternos minutos, pensé que moría. Mi corazón requería bombear sangre como nunca en su vida. No alcanzaba el lugar que mi pecho le da. Lo sentía latir hasta en mis oídos, y sin quererlo estaba preparándome mentalmente para tener un infarto.

-"Ya está. Este es mi último camino en la vida. Te iba a pasar viajando" - pensaba.

Mis deudos iban a consolarse diciendo "Murió haciendo lo que mas le gustaba".
No mis queridos. No me quiero morir cargando una fucking rueda de auxilio.

El viento (ya lo dije) soplaba muy fuerte. Como buscando aire apunté mi boca abierta y desesperada al soplido inútil y carente de oxígeno que nada podía hacer por mí. Mi campera abierta, como queriendo respirar por el pecho mismo y ese corazón a punto de explotar.

Andy se preocupa y cierra mi campera. La necesitaba abierta. Nada puede hacer mi amigo por mi. Estoy por morir.
Controlo mi respiración. Trato desesperadamente de no desesperarme. Estoy asustado. No se me pasan las mil imagenes por la mente ni veo la luz al final del túnel, pero le pido a Dios por mi. Quiero vivir.

Una vez repuesto de mi susto, proseguimos el camino. Yo con la inseguridad de no contar con una goma de auxilio para esos últimos 100 kilómetros hasta Antofagasta de la Sierra.

El cordero estuvo fantástico y nos la pasamos genial hasta "altas" horas de la noche. Un gran combustible para el alma. ¡La puta que vale la pena estar vivo!

(Viene de acá)