lunes, 28 de junio de 2021

Victoria, la ciudad de las siete colinas

 La ciudad de Victoria es muy bonita. Se encuentra en la provincia de Entre Ríos, a la vera de dónde comienza el enorme Delta del Paraná. Está asentada sobre una colina, desde donde emerge verde y apacible haciéndose notar. De hecho a Victoria se la conoce como "la ciudad de las siete colinas".

Victoria está ubicada a unos 100 kilómetros de Paraná, la capital provincial, y a tan sólo 60 de Rosario, la tercera ciudad más poblada e importante del país. Suena como una estratégica ubicación, y lo es, pero no siempre fue así. Victoria por su condición mesopotámica estaba prácticamente aislada del país. Tedioso era llegar aquí haciendo uso de barcazas. Tras una monumental obra de ingeniería, la ciudad quedó finalmente conectada con el otro lado del río Paraná en el año 2003.

Imagino a decenas de inmigrantes que en el 1900 soñaban con una Victoria pujante y de rápido crecimiento. Del otro lado del Paraná, la ciudad de Rosario estaba experimentando un crecimiento impresionante. Sólo era cuestión de apostar y esperar. Ya pronto llegarían las mieles del progreso.

El 22 de mayo de 2003 finalmente se inauguro el "Puente Nuestra Señora de Rosario", una monumental obra que se hizo esperar y qué hoy une a las ciudades de Rosario (Santa Fé) y Victoria (Entre Ríos). Este conjunto de puentes (uno atirantado de 608 metros de longitud seguido por otros doce puentes que totalizan 59,4 kilómetros de largo, de los cuáles la mayoría construidos sobre terraplenes. Una gran obra a la que también se conoce como "Puente del Mercosur" por su condición de corredor bioceánico, uniendo los puertos de Valparaíso (cercano a Santiago de Chile), con el de Santos en Brasil (cercano a Sao Paulo).
Hasta 1829 Victoria era conocida como Matanza, o La Matanza, nombre que llevaba tras una expedición del por entonces gobernador de la provincia de Santa Fe, don Francisco Antonio de Vera y Mujica, en dónde aniquiló a una gran cantidad de indígenas. Hoy sólo queda un cerro con ese nombre.

Victoria también es conocida como "la ciudad de las rejas", mote que le sienta tan bien como el de las colinas. Desconozco cual es el origen de esta costumbre local, pero rejas y balcones de las casas todos parecen competir por cuál tiene un trabajo más exquisito.

Como sucede en la mayoría de los pueblos de nuestro país, alrededor de la plaza principal se concentran algunos de los edificios más importantes de la ciudad, y Victoria no es la excepción a esa regla. Una de esas construcciones es la Parroquia Nuestra Señora de Aranzazú que tiene un origen ligado a la mariología española, ya que fue mandada a construir por el comerciante vasco Salvador Joaquín de Ezpeleta, quien era oriundo de Guipúzcoa, y devoto él de la Virgen de Aranzazú, quien, según la tradición vasca, había hecho su aparición en 1468 ante el pastor Rodrigo de Balzategui.
La parroquia mandada a edificar en 1875 cuenta con dos torres macizas y dos campanarios que le dan al conjunto una imagen externa tipo medieval o románica, pero puertas adentro es barroca.  Tiene una cruz latina sobre el altar y las paredes bellamente ornamentadas.
Cada 8 de septiembre se celebra a la Virgen de Aranzazú, patrona de la ciudad.

De variados estilos arquitectónicos y con un puñado de edificios notables, como el Palacio Municipal o la Jefatura de Policía, el Centro Cívico de Victoria fue declarado Bien de Interés Histórico Nacional. A unas cuadras de aquí se encuentra la primera plaza de la ciudad, que forma parte de este conjunto de interés cultural.
Por estas mismas calles galoparon las fuerzas unitarias de Juan Lavalle antes de asediar y saquear la ciudad en abril de 1840, tras un intento de levantamiento en su contra. Poco más de 10 años más tarde, y pese a este revés, Victoria es declarada ciudad en 1851.
Con la construcción del Sol Victoria Hotel & Casino, el más grande y elegante del país, Victoria cierra una notable oferta de alojamiento para su cada vez más grande número de visitantes, y es que son muchos los atractivos que tiene esta ciudad, tanto sobre la costanera como en los alrededores. No es de extrañar que la mayor parte de los visitantes lleguen desde la cercana ciudad de Rosario, lo que le garantiza un buen porvenir y mucho margen de crecimiento a la ciudad de las rejas más lindas.
Siempre había dejado a Victoria para algún viaje corto, ya que está a poco más de 500 kilómetros de mi hogar. La posibilidad de tomarme unos días me llevaron a organizar un pequeño viaje por la Mesopotamia, siendo Victoria mi primer parada. Como casi todos entré desde Rosario, ya que tampoco conocía el "nuevo" puente. Son estos días de Covid 19 y en Argentina se han presentado pocas ventanas para viajar. No había que perder la oportunidad, pero por esta razón, la ciudad se presentaba prácticamente cerrada a las actividades que la hacen una opción para tantos.
Sentí la calidez de la gente y recorrí sus calles de ida y de vuelta y cuanta barranca había. Descubrimos varias joyas de esta ciudad que invita a volver. Gran idea es hacer un combinado haciendo eje con las ciudades de Crespo y Paraná, en dónde existe un buen número de colonias de Alemanes del Volga, de las que oportunamente comentaré.
A unos tres kilómetros del centro de Victoria y apostada a unos metros de la Ruta 11 se encuentra desde 1899 La Abadía del Niño Dios, que fue creada por Monjes Benedictinos que habían llegado desde la localidad francesa de Belloc, haciendo de esta abadía la primera en su tipo en todo Hispanoamérica.
Aquí hay misas con cantos gregorianos y famosos son sus licores y cervezas. También producen miel.

Victoria y estas ciudades de la Mesopotamia también se presentan como buenas opciones para paliar un poco las temperaturas invernales que tenemos hacia el oeste y sur del país. Tiene la urbe una buena oferta culinaria y todo tipo de alojamiento, como he comentado con anterioridad. La oferta cultural es aceptable y muy rica la natural.
Victoria es una ciudad que invita a volver y seguramente así será. Quien sabe quizás, finalmente, le llegó la hora a este lugar, y aquellos inmigrantes del 1900 que soñaban con una Victoria pujante, guiñan desde el cielo un ojo. Nadie más que ellos sabían del dulce porvenir de estas orillas.


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