Me había levantado otra vez muy temprano, como cada día, para disfrutar en soledad de los templos. Esta vez tocaba Ta Prohm, famoso por estar invadido de vegetación (tal como estuvieron todos los demás antes de ser rescatados de la selva), y claro, por "Tomb Raider", la película de Angelina Jolie, que fue filmada aquí, aunque en ella robaron tomas también de otros de los templos vecinos.
La luz del sol apenas aparecía en el horizonte y en el camino de entrada hacían sonar su música algunas de las muchas víctimas mutiladas por las minas, quizás con demasiado orgullo para simplemente pedir sin dar nada a cambio, regalaban agradables sonidos y me hacían recordar todo el horror que el pueblo vivió en Camboya.
Estaba practicamente solo caminando por el lugar, sintiéndome como un explorador que iba descubriendo esta maravilla a cada paso cuando un mar de gente comenzo lentamente a acercarse a las ruinas solo para arruinarme este momento que no quería compartir con los demás. Estaba en mi propia película, pisando las grandes e irregulares piedras, tocando las paredes y viendo como la luz del nuevo día se colaba por entre los grandes ficus gibossa casi con dificultad. La imagen me resultaba obviamente familiar, y feliz sabía que estaba en Ta Prohm. Traté de adelantarme caminando en contra del gentío, pero en los interiores encontré un photo shooting de modelos con todo un séquito de ayudantes, entre los que tenían paraguas, pantallas y todos los trucos que usan los fotógrafos . Buena locación para una producción pero se iban a cagar en los demás, ya que entre todos ocupaban mucho espacio.
El monasterio real de Ta Prohm era conocido en sus buenos tiempos como Rajavihara. Fue mandado a construir en los primeros tiempos del gran y fértil rey Jayavarman VII, quien mandó a construir no menos de quince templos en estilo Bayón, el último y gran período de la arquitectura Jemer.
En su mejor momento llego a alojar no menos de 13.000 personas en una suerte de universidad budista de los Mahayanas, pero necesitaban 80.000 súbditos para su manutención.
Con un mapa antiguo intenté llegar a alguna de sus torres, pero me fue imposible.
Traté de volver tras los mismos pasos que hasta allí me llevaron. Ya eran cientos los que lo estaban recorriendo fascinados el lugar.
Era casi media mañana y volví hacia mi tuk tuk driver para que me lleve a otro templo entrando esta vez por su lado sur.
La luz del sol apenas aparecía en el horizonte y en el camino de entrada hacían sonar su música algunas de las muchas víctimas mutiladas por las minas, quizás con demasiado orgullo para simplemente pedir sin dar nada a cambio, regalaban agradables sonidos y me hacían recordar todo el horror que el pueblo vivió en Camboya.
Estaba practicamente solo caminando por el lugar, sintiéndome como un explorador que iba descubriendo esta maravilla a cada paso cuando un mar de gente comenzo lentamente a acercarse a las ruinas solo para arruinarme este momento que no quería compartir con los demás. Estaba en mi propia película, pisando las grandes e irregulares piedras, tocando las paredes y viendo como la luz del nuevo día se colaba por entre los grandes ficus gibossa casi con dificultad. La imagen me resultaba obviamente familiar, y feliz sabía que estaba en Ta Prohm. Traté de adelantarme caminando en contra del gentío, pero en los interiores encontré un photo shooting de modelos con todo un séquito de ayudantes, entre los que tenían paraguas, pantallas y todos los trucos que usan los fotógrafos . Buena locación para una producción pero se iban a cagar en los demás, ya que entre todos ocupaban mucho espacio.
El monasterio real de Ta Prohm era conocido en sus buenos tiempos como Rajavihara. Fue mandado a construir en los primeros tiempos del gran y fértil rey Jayavarman VII, quien mandó a construir no menos de quince templos en estilo Bayón, el último y gran período de la arquitectura Jemer.
En su mejor momento llego a alojar no menos de 13.000 personas en una suerte de universidad budista de los Mahayanas, pero necesitaban 80.000 súbditos para su manutención.
Con un mapa antiguo intenté llegar a alguna de sus torres, pero me fue imposible.
Traté de volver tras los mismos pasos que hasta allí me llevaron. Ya eran cientos los que lo estaban recorriendo fascinados el lugar.
Era casi media mañana y volví hacia mi tuk tuk driver para que me lleve a otro templo entrando esta vez por su lado sur.
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