miércoles, 31 de agosto de 2016

Al Médano Blanco una semana antes

Una vez, hace como 10 años, llegué a un mostrador de Lufthansa para hacer el check in y despachar mi valija. Acababa de devolver el auto alquilado y estaba pronto para regresar a Buenos Aires. Tan pronto estaba que llegué 24 horas antes de la partida de mi avión.

El viernes este pasado me sucedió algo similar. Resulta que veníamos gestando una salida corta con mis amigos y compañeros de travesías. Dos días y medio en la arena, haciendo un recorrido con grandes intervalos culinarios, desde Miramar hasta el Médano Blanco, a unos 35 kilómetros al sur de Necochea.

La noche anterior estaba con esa sensación de estar olvidando algo. Repasaba mentalmente la lista de cosas para el viaje. Tenía ropa en un pequeño bolso, plata para combustible, comida y alojamiento. Ya tenía cargada una caja con queso, vino y Chocolates. Tenía apiladas tres sillas de playa y había dejado en el baúl un preciso equipamiento de rescate constituido por una pala, un compresor de aire, un kit de reparación de neumáticos y las planchas de desatasco. Todo parecía estar en su lugar.

Al día siguiente, exactamente a las 8.30 AM, mando un mensaje de WhatsApp a mis amigos del grupo anunciando que ya estaba en camino, jaja. En eso recibo un mensaje de Andy, ese emoticon de la cara con los ojos grandes, como de sorpresa.
Resulta que había salido una semana antes que el resto del grupo...

Si hubiera estado en solitario hubiera pegado la vuelta para aprovechar la cama aún calentita, pero como estaba acompañado por una mujer y un niño (quienes habían madrugado para estar listos y puntuales) decidí continuar con algo parecido a los planes originales.

Previamente compartimos unas tiritas de asado en el jardín de la casa de Cecilia y Andy en Mar del Plata, y con 3 horas de sol aún disponibles salimos rumbo a Necochea para poder hacer el recorrido del Médano Blanco al día siguiente.
Mi genio no pudo esperar, así que a la altura de Centinela del Mar tomamos por 17 kilómetros el camino rural en donde está el viejo silo de cemento, y luego de tomar hacia el lado contrario a Necochea encontramos la forma de bajar a la playa para avanzar por arena.
En esa parte del recorrido la arena estaba muy floja, el viento firme y el paisaje muy ameno. Nunca había circulado por esta sección de la Costa Atlántica Argentina.

Tras andar unos pocos kilómetros rumbo sur, cruzamos el primero de los tres arroyos que tiene esta parte del recorrido. Ese arroyo requiere mayor atención y cuidado, los otros dos me resultaron menos peligrosos al existir piedras sobre su lecho sobre las cuales pisar con mayor seguridad. En el camino divisamos sobre la playa el cuerpo de una pequeña ballena muerta.

Salimos ya de noche cerca de la localidad de Arenas Verdes, y desde allí apuntamos por asfalto hasta la ciudad de Necochea con energía suficiente como para pegarnos una ducha y salir a comer mariscos.
El día sábado amaneció gris y frío. Tras el desayuno subimos a la camioneta, y en una de las playas del centro mismo de Necochea, distante a menos de 400 metros de nuestro hotel, bajamos a la arena para continuar nuestro recorrido con rumbo sur hasta el notable Médano Blanco, el cual había visitado hasta el momento solo en una oportunidad.
Desde Necochea hacia el sur la playa se torna ancha y la arena es mas compacta, por lo cual se avanza con facilidad, y si se sabe interpretar el terreno, las posibilidades de encaje son muy bajas, al menos en esa primer parte del recorrido (a excepción del cruce del arroyo cercano al Balneario Los Angeles, que pueden tener suelo traicionado o presentar gran caudal después de las lluvias).
En el camino se va pasando por cientos de grutas cavadas por la acción del viento y el agua de mar. Hasta hace no muchos años, cuando en la zona habían grandes maizales, los loros barranqueros eran considerado plaga. Todavía hoy se ven grandes bandadas que permiten ver los colores de su plumaje.

Por momento los acantilados llegan hasta el mar mismo, por lo que hay que buscar variantes hacia arriba. Está lleno de huellas y es imposible perderse. Hay huellas de todo tipo. Algunas mas playas y otras mas trialeras.
Toda la costa de Necochea, especialmente hacia el sur, resulta un paraíso para aquellos pescadores en busca de buenos ejemplares de corvinas, lisas, anchoas, pejerreyes de mar, gatuzos, lenguados, brótolas y tantos otros que terminarán en alguna parrilla o en los mercados internacionales.
Como zona de estirpe para navegantes y pesqueros, hay cientos de barcos encallados que le imprimen un toque de tragedia y romanticismo a la zona. Muchos de esos restos aún permanecen visibles. Otros aparecen con las mareas bajas o ya han sido corroídos por la sal y la acción del mar.
Antes de llegar al Médano Blanco hicimos algunas paradas para ir practicando con las tablas de sandboard las primeras "temerarias bajadas".
Animados (por el frío que se nos colaba por todos lados) continuamos avanzando hacia la zona de los grandes médanos, donde los paisajes que ofrece la arena dan satisfacción.
Desde ahí y hacia arriba se abre todo un mundo de posibilidades. Con la aparición de los grandes campos de dunas este resulta un enorme patio para jugar y jugar, y es mas desafiante que el circuito típico, si es que existe tal.
Está lleno de recovecos donde uno puede imaginarse tirado en una reposare, protegido de los vientos y gozando de buena lectura mientras se cuece algún bicho a las brasas, sólo o bien acompañado.
Pude safar el fin de semana. Lo pasamos bárbaro hasta que llegó un enorme grupo de personas a bordo de ruidosos y explosivos ATV y UTV para tomar control del Médano Blanco. Hasta ese momento no nos habíamos cruzado con nadie en ninguno de los dos días.
En todo caso ya era mediodía e íbamos a compartir el resto de la tarde en Arenas Verdes, por lo que fue una gran idea salir temprano desde el hotel.

Curiosamente cuando salgo de la olla del médano, me acerco al grupo para saludar, pero no me dieron ni cabida. Saqué la mano por la ventana para hacer mas evidente mi despedida, pero fui completamente ignorado. Ni se mosquearon en torcer sus cascos para mirarme.
Por suerte hay kilómetros de dunas y médanos para disfrutar en soledad y buenos amigos esperando.

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