Las Ruinas de San Ignacio Miní en la provincia de Misiones son las mas famosas y mejor conservadas de todas las reducciones jesuíticas que existieron en Argentina. Las mismas son Monumento Nacional desde 1943 y Patrimonio de la Humanidad UNESCO desde 1984. Se encuentran a unos 60 kilómetros de Posadas, la capital provincial, con la cual está muy bien comunicada por la Ruta Nacional Nº 12.
Lo mejor si se viene haciendo un recorrido por la provincia es dejar San Ignacio Miní para el final. Si llegan desde alguna de las otras reducciones jesuíticas de la zona (y sería un "pecado" no hacerlo), enseguida notaran cuanto mas grande es la estructura de San Ignacio Miní, y cuantos mas visitantes recibe en comparación a las otras reducciones vecinas.
Luego de pagar la correspondiente entrada se accede a un centro de interpretación en donde hay fotos, dibujos, muñecos y maquetas que explican la disposición que tenía la reducción, y todo lo referente a su modo de vida, costumbres e historia, pero lo mejor esta apenas salimos.
La Misión de San Ignacio fue originalmente fundada en 1610, en la Región del Guayra (actual estado de Paraná, en Brasil) por los padres Simón Masseta y José Cataldino, quienes también habían fundado en la misma zona y el mismo año, la Reducción de Nuestra Señora de Loreto. Hasta hace muy pocos los Jesuitas tenían misioneros itinerantes que pese a funcionar como "punta de lanza" en esta primera incursión en América del Sur, no había arrojado demasiados resultados satisfactorios a la orden religiosa. A partir de entonces se decide fortalecer la labor fundando reducciones, ya que los Jesuitas sentían que habían llegado tarde a todas las posibilidades que significaba el Nuevo Mundo.
El actual emplazamiento quedó establecido recién en 1696, tras haber guiado "río abajo"por el caudaloso Paraná a unos 12.000 indígenas evangelizados por la Compañía de Jesús que buscaban zonas mas pacíficas. Sólo desde entonces lleva el nombre de San Ignacio Miní (la menor), para diferenciarla de San Ignacio Guazú (la mayor), una reducción anterior que también llevaba el nombre de Ignacio de Loyola, un líder religioso español de la Contrarreforma, con pasado militar. Fue fundador de la Compañía de Jesús (los Jesuitas), la que respondía solamente al Papa. En 1622 fue canonizado por la Iglesia Católica, y desde entonces es conocido y venerado como San Ignacio de Loyola.
Durante dos siglos se fundaron desde aquí otras misiones en la zona, pero estas primeras, me refiero a las reducciones de Loreto y de San Ignacio Miní, fueron las únicas que lograron sobrevivir a los ataques de los Bandeirantes, hasta que finalmente fueron destruidas por estos "piratas de tierra" durante las Invasiones Paraguayas de 1817. La misma suerte corrieron las otras reducciones a manos de estos hombres llegados desde Sao Paulo, el escollo mas serio (junto a algunos belicosos indígenas) a los que tuvieron que enfrentarse los Jesuitas.
A diferencia de muchas, la reducción de San Ignacio Miní nunca estuvo abandonada del todo. Hubo un intento de re población y mas tarde un conjunto de indígenas Guaraníes volvió a establecerse aquí hasta 1821, año en el que fueron los Paraguayos quienes volvieron para asolar lo que aún quedaba de las misiones jesuíticas de la zona.
A lo poco de andar se llega a la postal mas famosa de San Ignacio Miní, que no es mas que una suerte de "arco de entrada" de arenisca rosada, y que resulta ser el sitio mas fotografiado del lugar. Quizás está demasiado intervenido por la mano de los restauradores, pero de todos modos se aprecia un buen ejemplo del Barroco Americano propuesto por los artesanos de la orden religiosa para sus edificios mas importantes, con claras influencias del arte de los sensibles Guaraníes.
Esta era mi tercer visita a las Ruinas de San Ignacio, pero nunca había venido de noche. Las primeras veces probablemente ni siquiera haya existido el "Show de Luces y Sonido" que ofrecen como complemento a las ruinas mas famosas de la provincia de Misiones, pero de todos modos siempre me las había arreglado para llegar con la fresca. Esta vez y ante esta oportunidad (y por que también dormiría cerca), me quedé a ver la caída del sol en este territorio tan Guaraní, a la espera de la oscuridad
Éramos un grupo, no lo recuerdo bien pero supongo que entre todos sumábamos unas 20 personas, o quizás un puñado mas, todos dispuestos y ansiosos por iniciar este show guiado por las ruinas, pero de noche, lo cual sin dudas suma unos porotos a la experiencia.
En la primera parte de este espectáculo de "Son et Lumiere" son los animadores quienes comienzan a captar nuestra atención por el empeño que le ponen a la tarea que les fue encomendada.
Para mi sorpresa el espectáculo está muy bien montado, con lo que parecen ser (no soy experto) equipos multimedia de primer nivel, con un sonido envolvente e imágenes proyectadas en los muros, a las que sólo le faltan unos anteojos 3-D para hacer una experiencia inolvidable, pero para compensar, la visita puede ser seguida en cuatro idiomas diferentes.
Hay una introducción histórica al sitio por parte de los guías, que para los mas entendidos carece de sustento y veracidad. De todos modos se entiende adaptación que hacen para darle mas valor al sitio.
Sólo a partir de entonces es que el juego de luces y sonido sobre los muros de las ruinas comienzan a tomar parte verdadera de este recorrido. A través de ellos se narra y muestran las costumbres, ritos, tradiciones y modo de vida de los Guaraníes, antes y durante los años en los que estos fueran evangelizados por la Compañía de Jesús.
Este recorrido de cierre de jornada hace sentir especial al visitante, ya que este puede "penetrar" en algunos sitios sólo abiertos para el show nocturno, como los cuartos de los Padres y algunos otros pocos recintos, gracias a las proyecciones nocturnas que complementan la escena.
El resto es puro goce cuando vemos las ruinas del entorno cambiando de color e iluminando con lo justo para dotar de profundidad al conjunto edilicio, y ya que estamos, uno sepa por donde caminar.
Tal como ocurría en la gran mayoría de las misiones jesuitas, la vida se organizaba alrededor de la plaza principal. Es decir, allí estaban sus edificios mas importantes, como la iglesia, el cabildo, la casa de los Padres o sacerdotes, la escuela, los depósitos, las fábricas, talleres, carpinterías o herrerías, e incluso los sitios en donde fabricaban pólvora, costumbre que se repitió en casi la mitad de los reducciones, por pura necesidad de defensa frente a los constantes ataques de los Bandeirantes.
En los márgenes de la plaza principal, en segunda línea o tercera línea (acorde al tamaño de cada reducción) se encontraban las Casas de Indios, construidas en hileras y muchas veces reconocibles por sus galerías dobles. Generalmente este conjunto de casas se encontraban cerca de la huerta, de gran importancia para la subsistencia de este pueblo, cuya dieta era principalmente vegetariana, ya que el consumo de carne estaba estrechamente ligado a los resultados de la caza y/o la pesca. También hay otras construcciones que formaban parte de la misión, y por motivos que desconozco no gozan de la misma protección que el resto del conjunto.
Cabe recordar que los indígenas evangelizados eran muy bien tratados dentro de las reducciones Jesuitas, y tenían los mismos derechos del cual gozaban los españoles. En el caso de los Guaraníes fue mas fácil la evangelización, ya que en su estructura social, estos respondían a un único cacique. Una vez convertidos, o evangelizados, trabajaban como socios de los jesuitas en verdaderas y eficaces empresas agrícolas como en el caso de Estancia Santa Catalina y muchas otras de las cuales fui escribiendo en los tres años de vida del blog.
En el caso puntual de la reducción de San Ignacio Miní, crearon un colectivo agrario en donde el cultivo de yerba mate y las artesanías en madera eran los pilares económicos fundamentales de esta misión que llegó a contar con 4.500 pobladores. También se sembraba batata, maíz, una amplia variedad de porotos (frijoles), zapallo, mandioca y marihuana. Caña de azúcar, tabaco y trigo, cultivos que eran atendidos día por medio, combinando esta con la enseñanza religiosa y otras actividades orientadas al bien común de la comunidad.
El comercio se realizaba entre los habitantes de las diferentes misiones, que sumaban unas 40 en total, y que ofrecían otras mercancías propias a las posibilidades del lugar en el que estaban emplazadas las respectivas reducciones, o aunando fuerzas entre todas para comercializar al por mayor con los establecidos puertos de Buenos Aires y/o de Santa Fé.
Con esta producción se podía mantener en funcionamiento la reducción. Lo mas importante es que cada una de las familias recibía una paga con la cual podían mantener a propios, sus viudos y enfermos, e incluso pagar los impuestos "correspondientes" a la Corona Española (maniobra con la cual los Jesuitas recuperaban parte de las ganancias).
Claro que con los Guaraníes no fue del todo fácil. Si bien eran dóciles, naturalmente agradecidos y talentosos, y fue sencillo convencerlos de las "ventajas" con las que contarían tras su evangelización, ya que éstos no eran muy afectos al trabajo, y tampoco querían mudarse a las nuevas reducciones. Hasta entonces nunca se habían preocupado por los días futuros, y problemas de esa índole. Solían arreglárselas con lo (poco) que proveían sus antiguos dioses. A cambio los Jesuitas consiguieron un enorme territorio fértil, con miles de aguadas y lleno de recursos de todo tipo en lo que comprenden al menos parte de lo que son Argentina, Brasil, Paraguay e incluso Bolivia, y que supieron administrar hasta que en 1767 fueron expulsados de América por orden de un Edicto Real.
Los Guaraníes (mas de 150.000 para ese entonces) aprendieron también a manejar el ganado con la responsabilidad pertinente que eso implica, por lo que la carne se convirtió en parte esencial de su dieta habitual. Con el paso del tiempo se empezó a juntar un número interesante de ganado bovino, despertando el interés no sólo de los Bandeirantes sino de algunas tribus salvajes y belicosas llegadas desde El Impenetrable en el Chaco, y otras regiones vecinas en donde los Jesuitas no tuvieron el éxito logrado en estas latitudes, probablemente por no practicar la agricultura.
La visita a las Ruinas de San Ignacio Miní (sumado a las ruinas vecinas) es uno de los imperdibles si el destino te trae hasta estos lares. Tras las Cataratas del Iguazú es el sitio mas relevante de la provincia de Misiones. No por nada ambos comparten la distinción de ser sitios Patrimonio de la Humanidad.
Lo mejor si se viene haciendo un recorrido por la provincia es dejar San Ignacio Miní para el final. Si llegan desde alguna de las otras reducciones jesuíticas de la zona (y sería un "pecado" no hacerlo), enseguida notaran cuanto mas grande es la estructura de San Ignacio Miní, y cuantos mas visitantes recibe en comparación a las otras reducciones vecinas.
Luego de pagar la correspondiente entrada se accede a un centro de interpretación en donde hay fotos, dibujos, muñecos y maquetas que explican la disposición que tenía la reducción, y todo lo referente a su modo de vida, costumbres e historia, pero lo mejor esta apenas salimos.
La Misión de San Ignacio fue originalmente fundada en 1610, en la Región del Guayra (actual estado de Paraná, en Brasil) por los padres Simón Masseta y José Cataldino, quienes también habían fundado en la misma zona y el mismo año, la Reducción de Nuestra Señora de Loreto. Hasta hace muy pocos los Jesuitas tenían misioneros itinerantes que pese a funcionar como "punta de lanza" en esta primera incursión en América del Sur, no había arrojado demasiados resultados satisfactorios a la orden religiosa. A partir de entonces se decide fortalecer la labor fundando reducciones, ya que los Jesuitas sentían que habían llegado tarde a todas las posibilidades que significaba el Nuevo Mundo.
El actual emplazamiento quedó establecido recién en 1696, tras haber guiado "río abajo"por el caudaloso Paraná a unos 12.000 indígenas evangelizados por la Compañía de Jesús que buscaban zonas mas pacíficas. Sólo desde entonces lleva el nombre de San Ignacio Miní (la menor), para diferenciarla de San Ignacio Guazú (la mayor), una reducción anterior que también llevaba el nombre de Ignacio de Loyola, un líder religioso español de la Contrarreforma, con pasado militar. Fue fundador de la Compañía de Jesús (los Jesuitas), la que respondía solamente al Papa. En 1622 fue canonizado por la Iglesia Católica, y desde entonces es conocido y venerado como San Ignacio de Loyola.
Durante dos siglos se fundaron desde aquí otras misiones en la zona, pero estas primeras, me refiero a las reducciones de Loreto y de San Ignacio Miní, fueron las únicas que lograron sobrevivir a los ataques de los Bandeirantes, hasta que finalmente fueron destruidas por estos "piratas de tierra" durante las Invasiones Paraguayas de 1817. La misma suerte corrieron las otras reducciones a manos de estos hombres llegados desde Sao Paulo, el escollo mas serio (junto a algunos belicosos indígenas) a los que tuvieron que enfrentarse los Jesuitas.
A diferencia de muchas, la reducción de San Ignacio Miní nunca estuvo abandonada del todo. Hubo un intento de re población y mas tarde un conjunto de indígenas Guaraníes volvió a establecerse aquí hasta 1821, año en el que fueron los Paraguayos quienes volvieron para asolar lo que aún quedaba de las misiones jesuíticas de la zona.
A lo poco de andar se llega a la postal mas famosa de San Ignacio Miní, que no es mas que una suerte de "arco de entrada" de arenisca rosada, y que resulta ser el sitio mas fotografiado del lugar. Quizás está demasiado intervenido por la mano de los restauradores, pero de todos modos se aprecia un buen ejemplo del Barroco Americano propuesto por los artesanos de la orden religiosa para sus edificios mas importantes, con claras influencias del arte de los sensibles Guaraníes.
Esta era mi tercer visita a las Ruinas de San Ignacio, pero nunca había venido de noche. Las primeras veces probablemente ni siquiera haya existido el "Show de Luces y Sonido" que ofrecen como complemento a las ruinas mas famosas de la provincia de Misiones, pero de todos modos siempre me las había arreglado para llegar con la fresca. Esta vez y ante esta oportunidad (y por que también dormiría cerca), me quedé a ver la caída del sol en este territorio tan Guaraní, a la espera de la oscuridad
Éramos un grupo, no lo recuerdo bien pero supongo que entre todos sumábamos unas 20 personas, o quizás un puñado mas, todos dispuestos y ansiosos por iniciar este show guiado por las ruinas, pero de noche, lo cual sin dudas suma unos porotos a la experiencia.
En la primera parte de este espectáculo de "Son et Lumiere" son los animadores quienes comienzan a captar nuestra atención por el empeño que le ponen a la tarea que les fue encomendada.
Para mi sorpresa el espectáculo está muy bien montado, con lo que parecen ser (no soy experto) equipos multimedia de primer nivel, con un sonido envolvente e imágenes proyectadas en los muros, a las que sólo le faltan unos anteojos 3-D para hacer una experiencia inolvidable, pero para compensar, la visita puede ser seguida en cuatro idiomas diferentes.
Hay una introducción histórica al sitio por parte de los guías, que para los mas entendidos carece de sustento y veracidad. De todos modos se entiende adaptación que hacen para darle mas valor al sitio.
Sólo a partir de entonces es que el juego de luces y sonido sobre los muros de las ruinas comienzan a tomar parte verdadera de este recorrido. A través de ellos se narra y muestran las costumbres, ritos, tradiciones y modo de vida de los Guaraníes, antes y durante los años en los que estos fueran evangelizados por la Compañía de Jesús.
Este recorrido de cierre de jornada hace sentir especial al visitante, ya que este puede "penetrar" en algunos sitios sólo abiertos para el show nocturno, como los cuartos de los Padres y algunos otros pocos recintos, gracias a las proyecciones nocturnas que complementan la escena.
El resto es puro goce cuando vemos las ruinas del entorno cambiando de color e iluminando con lo justo para dotar de profundidad al conjunto edilicio, y ya que estamos, uno sepa por donde caminar.
Tal como ocurría en la gran mayoría de las misiones jesuitas, la vida se organizaba alrededor de la plaza principal. Es decir, allí estaban sus edificios mas importantes, como la iglesia, el cabildo, la casa de los Padres o sacerdotes, la escuela, los depósitos, las fábricas, talleres, carpinterías o herrerías, e incluso los sitios en donde fabricaban pólvora, costumbre que se repitió en casi la mitad de los reducciones, por pura necesidad de defensa frente a los constantes ataques de los Bandeirantes.
En los márgenes de la plaza principal, en segunda línea o tercera línea (acorde al tamaño de cada reducción) se encontraban las Casas de Indios, construidas en hileras y muchas veces reconocibles por sus galerías dobles. Generalmente este conjunto de casas se encontraban cerca de la huerta, de gran importancia para la subsistencia de este pueblo, cuya dieta era principalmente vegetariana, ya que el consumo de carne estaba estrechamente ligado a los resultados de la caza y/o la pesca. También hay otras construcciones que formaban parte de la misión, y por motivos que desconozco no gozan de la misma protección que el resto del conjunto.
Cabe recordar que los indígenas evangelizados eran muy bien tratados dentro de las reducciones Jesuitas, y tenían los mismos derechos del cual gozaban los españoles. En el caso de los Guaraníes fue mas fácil la evangelización, ya que en su estructura social, estos respondían a un único cacique. Una vez convertidos, o evangelizados, trabajaban como socios de los jesuitas en verdaderas y eficaces empresas agrícolas como en el caso de Estancia Santa Catalina y muchas otras de las cuales fui escribiendo en los tres años de vida del blog.
En el caso puntual de la reducción de San Ignacio Miní, crearon un colectivo agrario en donde el cultivo de yerba mate y las artesanías en madera eran los pilares económicos fundamentales de esta misión que llegó a contar con 4.500 pobladores. También se sembraba batata, maíz, una amplia variedad de porotos (frijoles), zapallo, mandioca y marihuana. Caña de azúcar, tabaco y trigo, cultivos que eran atendidos día por medio, combinando esta con la enseñanza religiosa y otras actividades orientadas al bien común de la comunidad.
El comercio se realizaba entre los habitantes de las diferentes misiones, que sumaban unas 40 en total, y que ofrecían otras mercancías propias a las posibilidades del lugar en el que estaban emplazadas las respectivas reducciones, o aunando fuerzas entre todas para comercializar al por mayor con los establecidos puertos de Buenos Aires y/o de Santa Fé.
Con esta producción se podía mantener en funcionamiento la reducción. Lo mas importante es que cada una de las familias recibía una paga con la cual podían mantener a propios, sus viudos y enfermos, e incluso pagar los impuestos "correspondientes" a la Corona Española (maniobra con la cual los Jesuitas recuperaban parte de las ganancias).
Claro que con los Guaraníes no fue del todo fácil. Si bien eran dóciles, naturalmente agradecidos y talentosos, y fue sencillo convencerlos de las "ventajas" con las que contarían tras su evangelización, ya que éstos no eran muy afectos al trabajo, y tampoco querían mudarse a las nuevas reducciones. Hasta entonces nunca se habían preocupado por los días futuros, y problemas de esa índole. Solían arreglárselas con lo (poco) que proveían sus antiguos dioses. A cambio los Jesuitas consiguieron un enorme territorio fértil, con miles de aguadas y lleno de recursos de todo tipo en lo que comprenden al menos parte de lo que son Argentina, Brasil, Paraguay e incluso Bolivia, y que supieron administrar hasta que en 1767 fueron expulsados de América por orden de un Edicto Real.
La visita a las Ruinas de San Ignacio Miní (sumado a las ruinas vecinas) es uno de los imperdibles si el destino te trae hasta estos lares. Tras las Cataratas del Iguazú es el sitio mas relevante de la provincia de Misiones. No por nada ambos comparten la distinción de ser sitios Patrimonio de la Humanidad.
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