Me habían extirpado la vesícula días antes de este viaje por agua. Un poco temeroso partí junto a mi hermana a Río de Janeiro, y digo temeroso porque si me llegaba a pasar algo relacionado con mi reciente operación, iba a estar a varias horas del hospital mas cercano.
Volamos en TAM llegando puntual al aeropuerto desde donde tomamos un bus de tres horas con destino Angra Dos Reis.
El bondi nos bamboleaba de lado a lado en cada una de las muchas curvas. Al principio parecía divertido. Luego había que prestar atención y adelantarse a la curva para no perder la oportunidad de agarrarse de algo. Al final era un sufrir.
Nosotros teníamos que bajarnos un poco antes, en un lugar llamado ¨Puerto Pirata¨.
Fue un alivio bajar. Solo nos restaba caminar unos cientos de metros, para encontrarnos con mi madre y su marido (el capitán). No habían pasado ni cinco minutos que ya todos nos habíamos encontrado.
Nos surtimos de algunas provisiones indispensables y otras que no tanto.
Nos quedaban unas pocas horas de luz y zarpamos. Yo era el único en el barco que no conocía la zona siendo los otros viajeros recurrentes. Me maravillaba el color del mar salpicado por estos islotes tupidos de vegetación.
Comimos a la luz de la luna varios mariscos frescos y rato mas tarde ya estábamos durmiendo profundamente, mecidos por el mar.
Siempre es el agua golpeando el casco la que te levanta cuando dormís en un velero. Sumado a las responsabilidades que a cada uno le tocan a bordo uno siente culpa de quedarse ese ratito más en cama. Las mías eran preparar el Whisky o la Caipirinha y no mucho más que recuerde.
Tras unas 20 hs en el agua nos fuimos acercando a Ilha Grande disfrutando de magnificas vistas al mar, a las islas, a las grandes mansiones que dominan desde arriba de ellas o a los leprosarios que alguna vez albergó la isla en su rico pasado.
Comenzamos recorriendo casi una docena de las 100 playas que tiene la isla dejando lo mejor para el final. Todas tenían algún atractivo. Siempre hay alguna cascada cercana, o una ensenada que asombra.
Navegabamos de día. Nadábamos cada tanto y reíamos seguido. Siempre parábamos en algún restaurante flotante en el que tenía que privarme de casi todo por mi condición de recién operado. En Brasil todo lo cocinan frito y eso era lo que mas debía evitar las primeras semanas.
Los lugares eran increíbles. La gente bebía cerveza y se tiraba de estas plataformas flotantes a las cálidas aguas. Nadie es indiferente al paraíso en el que está. El ambiente era de puro disfrute.
La primera vez dejábamos nuestro gamón atado a una palmera y nos fuimos caminando por un sendero que nos hizo transpirar. Vimos monos, cañas tipo bamboo de un alto espectacular y una víbora verde casi fluo finita pero de varios metros de largo.
La densa vegetación convidaba un poco de sombra, pero cuando no, la pucha, como quemaba la arena.
El recorrido lleva varias horas y moderado esfuerzo, pero bien vale la pena. La vegetación es exuberante y cuando se adivina luego de este sacrificio la playa de Lopes Mendes uno siente como que está descubriendo el lugar.
La playa extensa. La arena pesada y finita y nuestros píes que en ella se hunden. De un lado la selva tropical, imponente y salvaje. Tan verde. De el otro lado el mar. Transparente este y con la particularidad de tener unas buenas olas. Todo enmarcado por verdísimos peñones a cada costado. Es un placer pasar en el las horas mirando el verde mas allá de la playa.
Hacía rato que no pasaba tanto tiempo dentro del agua. Era un verdadero lujo la vista que se tenía, la calidez del mar y esa sensación que uno se siente más vivo que en otras oportunidades y te dan ganas como de salir a correr, o algo.
Devolvimos puntuales el velero alquilado. La vuelta sería mas larga para nosotros. Partimos en varias etapas a Sao Paulo para volver a Buenos Aires en tres vuelos. El de Río de Janeiro a Sao Paulo, el de Sao Paulo a Buenos Aires que a medio camino regresó a Guarulhos pues se había roto el tren de aterrizaje y allí podía recibir mecánica.
No entendíamos nada cuando llegamos nuevamente a Sao Paulo luego de hora y media de viaje.
El aterrizaje fue violento. Golpe seco contra la pista.
Mas de una hora de espera en el avión lleno de gente ansiosa y malhumorada y el calor que se empezaba a hacer notar. Nos remolcaron marcha atrás y mientras las horas pasaban lograron reubicarnos en otro vuelo de TAM hacia Buenos Aires a la que llegamos con diez horas de retraso.
Volamos en TAM llegando puntual al aeropuerto desde donde tomamos un bus de tres horas con destino Angra Dos Reis.
El bondi nos bamboleaba de lado a lado en cada una de las muchas curvas. Al principio parecía divertido. Luego había que prestar atención y adelantarse a la curva para no perder la oportunidad de agarrarse de algo. Al final era un sufrir.
Nosotros teníamos que bajarnos un poco antes, en un lugar llamado ¨Puerto Pirata¨.
Fue un alivio bajar. Solo nos restaba caminar unos cientos de metros, para encontrarnos con mi madre y su marido (el capitán). No habían pasado ni cinco minutos que ya todos nos habíamos encontrado.
Nos surtimos de algunas provisiones indispensables y otras que no tanto.
La idea de este viaje era recorrer la isla mas grande la de Bahía de Angra dos Reis, ahí donde muchos afirman que se encuentra el paraíso.
Una vez abordo nos dirigimos a un pequeño muelle para hacernos de combustible.Cargamos hectolitros de Gasoil en los tanques de nuestro velero alquilado para la ocasión, el "Geminis", que sería nuestra casa durante la próxima semana.Nos quedaban unas pocas horas de luz y zarpamos. Yo era el único en el barco que no conocía la zona siendo los otros viajeros recurrentes. Me maravillaba el color del mar salpicado por estos islotes tupidos de vegetación.
Comimos a la luz de la luna varios mariscos frescos y rato mas tarde ya estábamos durmiendo profundamente, mecidos por el mar.
Siempre es el agua golpeando el casco la que te levanta cuando dormís en un velero. Sumado a las responsabilidades que a cada uno le tocan a bordo uno siente culpa de quedarse ese ratito más en cama. Las mías eran preparar el Whisky o la Caipirinha y no mucho más que recuerde.
Tras unas 20 hs en el agua nos fuimos acercando a Ilha Grande disfrutando de magnificas vistas al mar, a las islas, a las grandes mansiones que dominan desde arriba de ellas o a los leprosarios que alguna vez albergó la isla en su rico pasado.
Comenzamos recorriendo casi una docena de las 100 playas que tiene la isla dejando lo mejor para el final. Todas tenían algún atractivo. Siempre hay alguna cascada cercana, o una ensenada que asombra.
Navegabamos de día. Nadábamos cada tanto y reíamos seguido. Siempre parábamos en algún restaurante flotante en el que tenía que privarme de casi todo por mi condición de recién operado. En Brasil todo lo cocinan frito y eso era lo que mas debía evitar las primeras semanas.
Los lugares eran increíbles. La gente bebía cerveza y se tiraba de estas plataformas flotantes a las cálidas aguas. Nadie es indiferente al paraíso en el que está. El ambiente era de puro disfrute.
Cuando llegaba la noche buscábamos protección en alguna de las bahías para anclar el velero y comenzar con los quehaceres domésticos. Un manto de estrellas cubrió el cielo cada una de las noches.
La isla esconde varios tesoros y son interesantes los pueblos de pescadores que allí se presentan. Recorrimos los más importantes el resto de las tardes y noches antes de volver al mar a dormir.
Nos recibieron una tarde unos amigos Brasileros que tienen casa allí, y tras unas obligadas Caipirinhas mirando el sol caer, nos honraron con típica comida del país.
Los últimos dos días de esta semana recorriendo Ilha Grande lo pasamos en la fantástica y mundialmente famosa Playa de Lopes Mendes (si, si, las dos veces con 'ese').La primera vez dejábamos nuestro gamón atado a una palmera y nos fuimos caminando por un sendero que nos hizo transpirar. Vimos monos, cañas tipo bamboo de un alto espectacular y una víbora verde casi fluo finita pero de varios metros de largo.
La densa vegetación convidaba un poco de sombra, pero cuando no, la pucha, como quemaba la arena.
El recorrido lleva varias horas y moderado esfuerzo, pero bien vale la pena. La vegetación es exuberante y cuando se adivina luego de este sacrificio la playa de Lopes Mendes uno siente como que está descubriendo el lugar.
La playa extensa. La arena pesada y finita y nuestros píes que en ella se hunden. De un lado la selva tropical, imponente y salvaje. Tan verde. De el otro lado el mar. Transparente este y con la particularidad de tener unas buenas olas. Todo enmarcado por verdísimos peñones a cada costado. Es un placer pasar en el las horas mirando el verde mas allá de la playa.
Hacía rato que no pasaba tanto tiempo dentro del agua. Era un verdadero lujo la vista que se tenía, la calidez del mar y esa sensación que uno se siente más vivo que en otras oportunidades y te dan ganas como de salir a correr, o algo.
Fue una semana muy agradable. En familia, con alegrías varias y compartiendo otro viaje.
No entendíamos nada cuando llegamos nuevamente a Sao Paulo luego de hora y media de viaje.
El aterrizaje fue violento. Golpe seco contra la pista.
Mas de una hora de espera en el avión lleno de gente ansiosa y malhumorada y el calor que se empezaba a hacer notar. Nos remolcaron marcha atrás y mientras las horas pasaban lograron reubicarnos en otro vuelo de TAM hacia Buenos Aires a la que llegamos con diez horas de retraso.
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