Llegué a Warnemünde por agua y lo primero que hice fue ir a disfrutar del verano en estas playas del frío mar Báltico. No sin antes recorrer el apacible pueblo de Warnemünde, claro, con sus lindas puertas casi queriendo hacer énfasis en las casas, su mercado pegado al agua, y el sonido de las hojas de los árboles que bailan con la brisa marina.
Mi padre nos agarró de la mano a mi hermana y a mí, y nos llevo a ver uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX: La caída del muro de Berlin.
Esa fue la primera vez que había estado en Rostock. Ocurrió en el año 1989 y por casualidad. Fue la única vez que me dejaron faltar al colegio, y bien que lo valió, pues ese momento quedo grabado a fuego por siempre en mi memoria.
Tras varios días en la capital de la ex Alemania Oriental emprendimos nuestro regreso a Hamburgo. Algún camino erramos y estuvimos perdidos varias horas en la Pomerania. Terminamos en alguna área rural en las afueras de Rostock, y sin combustible. Preguntábamos a los locales y no dábamos con el dato. Nos mandaban "de acá para allá". Era la época de " Ossies" y " Wessies" , los del este y los del oeste. Había todavía cierto resentimiento y mucho escepticismo.
No tuvimos mayores problemas y logramos llegar a Hamburgo tarde esa misma noche.
20 años mas tarde, volvía a Rostock para ver la ciudad con otros ojos.
El faro es el ícono de la ciudad, y fue el primero en ser abierto al público en 1899. Desde arriba se tienen agradables vistas al puerto, el pueblo, el río y el mar. El faro funciona como un museo. Su estructura es muy bella y da placer colaborar con su mantenimiento.
Las playas estaban diseñadas por Dios y moldeadas por el hombre. El agua fría, pero no soy ningún valiente.
Caminé todo cuanto pude por la playa de arena blanca hasta unos acantilados muy bonitos, desnudo pues así estaban el resto de las personas.
Volví por un bosque de pinos situado arriba de la playa, ya buscando un poco de sombra y un nuevo camino. Desnudo, siempre desnudo.
Pude ver unos unas lechuzas aunque son aves nocturnas, y campos sembrados allá al fondo.
Volví a la playa más cercana al pueblo y observé a la gente. Era sábado. Había mucha.
El Alemán es muy libre y naturista. Se lo puede encontrar en alguna plaza de cualquier gran ciudad disfrutando del sol en pelotas, pero acá veía como se iban encontrando los locales con conocidos y les presentaban ahí mismo, desnudos a sus respectivos. No van a decir que cuanto mucho no es raro.
El sol comenzaba su retirada y ya no era divertido estar sin ropas. Sólo quedaba ver que mas tenía guardado el Alte Strom (la zona mas pintoresca) para mí.
Mi padre nos agarró de la mano a mi hermana y a mí, y nos llevo a ver uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX: La caída del muro de Berlin.
Esa fue la primera vez que había estado en Rostock. Ocurrió en el año 1989 y por casualidad. Fue la única vez que me dejaron faltar al colegio, y bien que lo valió, pues ese momento quedo grabado a fuego por siempre en mi memoria.
Tras varios días en la capital de la ex Alemania Oriental emprendimos nuestro regreso a Hamburgo. Algún camino erramos y estuvimos perdidos varias horas en la Pomerania. Terminamos en alguna área rural en las afueras de Rostock, y sin combustible. Preguntábamos a los locales y no dábamos con el dato. Nos mandaban "de acá para allá". Era la época de " Ossies" y " Wessies" , los del este y los del oeste. Había todavía cierto resentimiento y mucho escepticismo.
No tuvimos mayores problemas y logramos llegar a Hamburgo tarde esa misma noche.
20 años mas tarde, volvía a Rostock para ver la ciudad con otros ojos.
El faro es el ícono de la ciudad, y fue el primero en ser abierto al público en 1899. Desde arriba se tienen agradables vistas al puerto, el pueblo, el río y el mar. El faro funciona como un museo. Su estructura es muy bella y da placer colaborar con su mantenimiento.
Caminé por sus solitarias calles. Por momentos parecía que nadie vivía aquí. Luego cruce puentes y vías y almorcé arriba de un barco un generoso plato de arenque con papas mientras miraba el canal y alimentaba desde la altura a los patos gordos que merodeaban en el agua esperando una dádiva.
El comunismo había dejado su huella en la forma de ser de la gente y en su arquitectura de gusto dudoso.Las playas estaban diseñadas por Dios y moldeadas por el hombre. El agua fría, pero no soy ningún valiente.
Caminé todo cuanto pude por la playa de arena blanca hasta unos acantilados muy bonitos, desnudo pues así estaban el resto de las personas.
Volví por un bosque de pinos situado arriba de la playa, ya buscando un poco de sombra y un nuevo camino. Desnudo, siempre desnudo.
Pude ver unos unas lechuzas aunque son aves nocturnas, y campos sembrados allá al fondo.
Volví a la playa más cercana al pueblo y observé a la gente. Era sábado. Había mucha.
El Alemán es muy libre y naturista. Se lo puede encontrar en alguna plaza de cualquier gran ciudad disfrutando del sol en pelotas, pero acá veía como se iban encontrando los locales con conocidos y les presentaban ahí mismo, desnudos a sus respectivos. No van a decir que cuanto mucho no es raro.
El sol comenzaba su retirada y ya no era divertido estar sin ropas. Sólo quedaba ver que mas tenía guardado el Alte Strom (la zona mas pintoresca) para mí.
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