El día que llegamos en auto desde Ciudad de México nos encontramos con un Acapulco pesado y peligroso. Esa mañana vimos colgados de un puente los cuerpos de tres personas en la ruta principal de acceso a la ciudad.
Mas tarde, en el diario, nos enteramos que no habían sido tres, si no una docena de personas las asesinadas esa noche. Aparecían mutilados en baúles de autos, en ascensores y también en calles poco transitadas. Les habían cortado la cabeza a algunos de ellos. Sus muertes como las de otros miles estaban ligadas al flagelo narco que hoy vive México.
Claro que los diarios acá son tan sensacionalistas que gotean sangre, pero ya se me estaban yendo las ganas de quedarme a dormir. Además lo que había visto hasta el momento de Acapulco no me parecía para nada atractivo.
El lugar esta muy venido a menos. Claro que hay zonas mas cuidadas y hasta se puede encontrar cierto lujo, pero en términos generales viene decayendo, y mucho. Supongo que desde hace treinta años.
Al momento de esta nota tiene el triste récord de ser la segunda ciudad con mas asesinatos del mundo.
Todo esto me parecía una mierda. No había nada que captase mi atención o fuera digno de un elogio.
La ciudad es sucia, ruidosa, mal envejecida y las playas no son la gran cosa tampoco.
Lo que mas me interesaba ver en Acapulco era el Fuerte de San Diego construido en 1616.
El fuerte nació como una necesidad de los conquistadores para repeler el ataque de los piratas Holandeses e Ingleses que merodeaban periódicamente la zona.
El Fuerte San Diego es el fuerte marítimo mas grande de todos los que hay sobre la costa del Océano Pacífico en el mundo.
Si se lo observa desde el aire, el fuerte tiene la forma de un pentágono.
En 1776, cuando estaba en obra, ya que siempre se continuó agrandando su estructura, fue afectado por un terremoto y fue parcialmente reconstruido. Entraban en él 2000 personas con los víveres necesarios para subsistir durante un año.
Protegían la descarga de los bienes que provenían de Asia, especialmente desde Filipinas y China en míticas naves como la Nao de Manila.
Mas tarde, se aprovechó la estructura del Fuerte de San Diego, y durante años funcionó como cárcel, y también como un hospital comunitario.
Aquí adentro funciona el Museo Nacional de Antropología e Historia. Tras recorrerlo, mirar miles de mapas y aprender un poco sobre la época colonial en el Pacífico, nos subimos nuevamente al auto para acercarnos a nuestro próximo punto de interés.
El Club La Perla tiene la mejor de las vistas no gratuitas de la ciudad para ver en acción a los famosos clavadistas de Acapulco. Desde 1934, los clavadistas se lanzan de cabeza a las aguas del Pacífico arriesgando su vida. Lo hacen diariamente desde un acantilado conocido por todos aquí como "El Despeñadero".
Esperan a que las olas choquen contra las rocas de abajo y saltan los 45 metros que los separan del mar.
El espectáculo no demandaría tanta valentía (y digo tanta) desde otro salto de similar altura, pero aquí las aguas de mas abajo nunca llegan a superar los 4 metros de profundidad. Si no le embocan, será una dura muerte contra las rocas.
De noche se tiran con antorchas de fuego y acrecientan el suspenso entre el público.
La vista sobre la bahía es muy buena y la comida y atención del lugar al menos en el momento de mi visita fue pésima.
Habíamos decidido no dormir ahí así que como al día le quedaba poco y viajábamos sin reservas, nos pusimos a ver cuales eran nuestras posibilidades.
Nuestro próximo destino nos iba a llevar todo un día de manejo y yo quería bajarme un poco del auto. Le veníamos dando duro a las rutas Mejicanas.
Nos subimos hacia la carretera panorámica que va bordeando el Pacífico y nos dirigimos hacia el lado contrario a nuestro próximo destino, sabiendo que (lo habíamos visto en los mapas) al día siguiente íbamos a tener que desandar el mismo camino.
La vista era fantástica, no me importaba nada.
De movida no había pueblos grandes por donde íbamos a pasar, de modo que aceleré para aprovechar que todavía había luz. De noche (en México y tantos otros sitios) hay que extremar las medidas de seguridad, y si es posible, no manejar.
Lo que no imaginé es que solo íbamos a encontrar lugar en un hotel 4 horas y 250 kilómetros mas adelante. Que fiaca.
Fue cuando finalmente llegamos a un lugar artificial llamado Ixtapa, de esos que se llenan de turistas próximos a la tercera edad, que visten camisas de flores y no salen de sus hoteles all inclusive.
Lo bueno es que había lindos hoteles, y yo quería uno para dormir bien y hasta tarde.
Tras varias vueltas caímos en uno enorme de la cadena Barceló. Que cagada de lugar!
Ya desde el cuarto se oía una música cubana a todo volumen. Decidimos bajar y sumarnos (si no puedes contra ellos, úneteles). El show era pésimo pero contaba con una gran cantidad de bailarines. Pedimos algo para tomar y había solo cerveza, ron o vinos. Creo que pedimos un Cuba Libre y nos lo trajeron en un vaso de plástico. Que tipo de lugar era este? Pedí uno de vidrio y me lo negaron ya que parece que la gente no acostumbraba a devolverlos.
El cuarto no valía lo que costaba. Camas viejas, cortinas que se salían y un televisor que tenía varias décadas. Eso sí, era enorme. Tenía dos camas grandes, dos escritorios, y una mesa para seis.
El desayuno tampoco era lo que esperaba. Ya había pagado por dos noches y no tenía ganas de buscar un nuevo hotel, así que me deje fornicar por Barceló y nos fuimos con mi novia a recorrer pueblitos costeros de pescadores, que no estaban en nuestros planes originales.
Pasamos por la cercana Zihuatanejo y la recorrimos. Seguimos por la pequeña Coacoyul que no tenía nada para contarnos. Igual disfrutaba estar acá. Hay muchos Mexico dentro de Mexico, y este, una vez mas, era otro diferente.
Bajamos a la playa, a una desierta con palmeras y un bote roto pintado de amarillo. Allí nade un rato desnudo y satisfechos volvimos al hotel a comer y pasar nuestra última noche.
Al día siguiente tras un nuevo desayuno partimos por la misma ruta, como volviendo a Acapulco y tratar de seguir mas allá. No aprendimos de nuestro error y volvimos a salir sin reservas. Es mas, ni siquiera chequeamos los mapas para ver nuestras posibilidades de alojamiento sobre la costa.
Para colmo frenamos a almorzar en un lugar tan lindo, que se nos paso el día. Comprámos a un pescador un regio ejemplar de un pez local (Huauchinango del Golfo) y nos lo cocinaron mientras veíamos el sol caer.
Compartimos nuestra comida con los locales y nos tomamos una o dos Micheladas (cerveza con jugo de limón y alguna salsa picante).
La noche no tenía luna. Costó encontrar mis zapatos olvidados en la arena.
Nos aprontamos a salir. Había que volver al camino.
Los nativos nos aconsejaban no seguir en ruta a la noche por la amenaza narco. Yo no quería volver a Acapulco y menos a Ixtapa, que ya había quedado lejos, además.
Horas mas tarde eran los militares, quienes encapuchados nos revisaban todo el auto en la banquina de la ruta. Dos adelante, dos atrás, uno en el baúl y once mas aguardaban parados con ametralladoras en sus manos y hasta un lanza granadas, pero eso es otra historia.
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