En mi cuarto viaje a la provincia de Misiones, pude pasar, a diferencia de los anteriores visitas, mucho tiempo en la selva, en contacto directo con la naturaleza. Aunque la provincia solo represente menos del 1% del territorio argentino, es aquí donde se preservan los espacios selváticos mas grandes del país.
Esta vez viajaba con acompañantes franceses que no querían viajar tantas horas por tierra. Como el pasaje de avión hasta Asunción del Paraguay costaba varios cientos menos que un vuelo de cabotaje a Posadas (la capital provincial de Misiones), ellos salieron en avión desde Buenos Aires, y yo, por tierra.
Inicié mi viaje temprano en la mañana, y 11 horas mas tarde (o 1.100 kilómetros mas adelante) llegaba a mi querida Asunción del Paraguay, "la madre de las ciudades". Saque noche en el emblemático y recientemente renovado Hotel Guaraní. Me tome dos o tres tragos en el casino, y me fui a dormir.
Al día siguiente busqué a mis amigos en el Aeropuerto Internacional Silvio Pettirossi, y pronto encaramos nuevamente hacia la Argentina. El cruce lo hicimos por la siempre colmada frontera entre Encarnación y Posadas. Fue uno de esos días que uno pasa arriba de la camioneta. Cuatro horas para llegar, cuatro horas de cola, y por suerte un buen hotel del otro lado de la frontera para terminar bien el día, ubicado afuerita de la ciudad, como para salir rápido al día siguiente.
Mi idea era poder conocer el sector oriental de Misiones, pero sin dejar de mostrarles lo mejor de la provincia, como son las Ruinas Jesuitas, las Cataratas de Iguazú, y los saltos de Mocona, pero hoy, en este post, quiero centrarme en varias caminatas que realizamos durante nuestra recorrida.
La próxima parada que me permitió conocer un sector nuevo de la provincia de Misiones fue cuando visitamos el Parque Provincial Salto Encantado, sito en la localidad de Aristóbulo del Valle, en el centro provincial.
Tras abonar la entrada nos hicimos con un mapa del lugar, y establecimos una ruta para conocer sus saltos y caminar por sus varios senderos. Así llegamos al Saltos Agutí, Salto La Víbora y algún otro antes de toparnos con el Salto Encantado, que con su caída de agua de mas de 60 metros, se convierte en la estrella indiscutida del lugar.
Los recorridos en este parque provincial son de baja y mediana dificultad, y aunque hay alguna piedra suelta o sendero resbaladizo, son el calor y la humedad nuestros peores adversarios.
En todo momento hay señalización en los senderos, y los miradores están colocados en los mejores lugares y ofrecen vistas siempre diferentes.
Sabía que con estas caminatas iba a dejar a los franceses con ganas de mas. Mi plan iba viento en popa.
En varias oportunidades logramos ver, desde sus miradores, las escarpadas y accidentadas vistas de sus valles, que son mas lindas cuando uno conoce la leyenda que envuelve al lugar.
La leyenda cuenta que en el Valle de Cuña Pirú habitaban dos tribus enemistadas entre sí.
Un día Yate-í, la hija de uno de los caciques, conoció a Cabure-í, valiente hijo cazador de la tribu odiada y vecina. Estos dos no tardaron en enamorarse. Ese amor prohíbido acabo con la paz en la región, y ambas tribus se trenzaron en un violento combate.
El padre de la dulce princesa fue uno de los que murió peleando, y cuando la bella Yate-í lo vió, salió corriendo hacia él, llorando desconsolada. Dicen que cada vez que una de sus lágrimas tocaba el suelo, esta se convertía en uno de los tantos saltos de agua que tiene el parque.
Su enamorado, al ver el dolor de su amada corrió hacia ella para consolarla, pero ambos jóvenes fueron abatidos por la lluvia de flechas de ambas tribus.
Tupá (el Dios de la tierra) hizo que las lágrimas de Yate-í se conviertan en arroyos, y entre rayos, centellas y truenos abrió la tierra para que los amantes tengan su cobijado y merecido lecho de muerte.
Son 250.000 hectáreas que limitan con Brasil. Mientras caminábamos, escuchábamos de tanto en tanto el sonido con eco de algún disparo. Aquí todavía sobreviven algunos que otros preciados ejemplares de Yaguareté, pero hay fauna y cazadores de sobra.
En esta oportunidad llevamos un guía que tenía preparado un recorrido de varias horas a través de las pendientes inclinadas de la Reserva de Biósfera Yabotí.
El tipo se movía como pez en el agua, y con su machete iba despejando el camino de malezas. Varias veces, ante la imposibilidad de seguirle el ritmo tuvimos que pedirle que vaya mas despacio.
Como le demostraba interés, se tomo todo el tiempo para mostrarnos la diferente fauna, y con el paso del tiempo nos fue explicando cuan fácil sería sobrevivir en la selva.
Cada una hora, mientras seguíamos trepando y tratando de no patinar por las pendientes, nos mostraba algún salto de agua. Belleza inexplorada para unos pocos y privilegiados testigos.
Yo estaba obnubilado por el lugar. La naturaleza manifiesta a pleno. Ahí empecé con mi fantasía de tener una casita contra el Arroyo Paraíso u otro. Maderas de la zona, un buen deck mirando al agua y una chimenea para los días de lluvia, y por que soy romántico y adoro el fuego.
Nuestro guía nos mostró una planta que guardaba mucho agua en su interior, y con un certero machetazo la corto para enseñarnos. Bebimos el vital líquido de las entrañas de esta planta.
El único que se quejaba del calor y el cansancio era yo, y cuando vi nuevamente el arroyo, sentí que me estaba invitando a dar un chapuzón en sus frescas y verdes aguas.
Eso hice y lo disfruté por un rato hasta que empecé a sentir que mi cuerpo estaba siendo picado por algún molesto bicho que no llegaba a ver.
No me equivoqué. El resto de la caminata y el día siguiente me la pase rascando. Incómodo pues me habían picado donde se juntan los dedos de la mano y es difícil calmar el picazón. Para peor, se metieron en la raya mas oscura de mi cuerpo, ahí donde no llega el sol.
Apenas podía sentarme, y me lastimaba cada vez que me rascaba, pero no podía evitarlo. Mientras tanto charlaba con la dueña de las cabañas, amable y gran conocedora de la zona. Ella nos contó que en la provincia de Misiones ya casi no queda selva virgen (o primaria). Todo, o la mayor parte fue arrasado por el hombre, sin embargo, aún quedaba una pequeña porción de esa selva virgen que comentaba a unos 80 kilómetros de donde nos encontrábamos.No lo recomendaba. El acceso era difícil, y podíamos perdernos. A la postre todo resultó cierto.
Misiones es uno de los lugares de Argentina que mas disfruto para hacer offroad. Tierra colorada, barro, cualquier cantidad de arroyos, y un escenario tan verde que lastima.
Verdad que estábamos en un solo vehículo, pero en mis viajes casi siempre es así.
Estaba por llover, pero el barro y yo nos llevamos de lo mas bien y nos encanta bailar juntos.
Estuvimos perdidos un rato. Mis 2 GPS tenían dificultades en encontrar señal por lo cerrado de la vegetación, y lo alto de los centenarios árboles que nos rodeaban.
La vegetación acá es mucho mas tupida, y por momentos se pone muy oscuro.
Nos largamos a caminar. Acá no hay senderos, y si los hubiera, la naturaleza avanzaría sobre ellos muy rápido. De todos modos encontramos varias veces la huella del hombre, esta vez con muchos de estos montículos de cañas que mas tarde se llevarán ilegalmente.
Es muy fácil desorientarse, pues uno no puede marcar referencias. En algunos sectores es físicamente difícil adentrarse por entre la vegetación.
Nos bajábamos, hacíamos caminatas de 10 o 15 minutos y volvíamos.
El camino era malo, y nosotros teníamos intención de cruzar las sierras y llegar a la ruta pavimentada. El cielo gris anunciaba la prometida lluvia.
La vegetación nunca perezosa estaba invadiendo el camino. Se notaba que nadie había pasado por esta huella en meses. Varias veces hubo que mover ramas del camino. Los laterales de mi camioneta recibían estoicos las garras afiladas de estas ramas que parecían por momentos no querer dejarnos pasar.
Cada tanto nos bajábamos para nuestras caminatas, a ver si descubríamos algún lugar mas abierto.
Pero no. Esta porción de la selva es mucho mas cerrada, y uno no se siente bien recibido.
El camino obligaba a circular despacio, y con cada una de nuestras caminatas nos arriesgábamos a no contar con la luz a nuestro favor en caso de un contratiempo.
No me importaba nada. El atractivo del día era aquí y ahora e intimamente (lo confieso ante ustedes) estaba cruzando los dedos por que se largue a llover de una buena vez.
El camino (o la huella) iba subiendo y bajando según el antojo de la sierra que cruzábamos, pero cada tanto, en las partes altas encontrábamos un pedazo de cielo abierto que nos dejaba apreciar los valles.
Por supuesto empezó a llover copiosamente, y no tardo en aparecer barro. El suelo se ponía blando y resbaladizo, y yo trataba de no patinar para no dármela contra un árbol, especialmente cuando en una bajada di dos trompos perfectos sobre el camino mientras intentaba detener mi bólido.
Al cabo de unos pocos kilómetros nos topamos con algo que no estaba en nuestros planes. Se había caído el puente, y ya no teníamos tiempo, ni ganas de pegar la vuelta.
Bajé a analizar el camino. Por suerte el río que pasaba por debajo del puente estaba bajo, y pudimos sortearlo sin dificultad, y subir nuevamente al camino. Apenas perdimos unos minutos buscando por donde pasar la camioneta, mientras la copiosa lluvia se colaba por el cuello de mi campera.
Del otro lado aparece vida nuevamente luego de un rato de andar. Están todas las iglesias cristianas del tercer mundo, con sus fachadas pobres pero coloridas. Generalmente están hechas con tablones de maderas baratas de la zona. La gente es tímida y casi nadie devuelve el saludo.
Cruzamos las sierras "por adentro" y bajo la lluvia continúamos nuestro camino ya por asfalto hacia las Minas de Wanda, pero eso es otra historia.
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