El Kiasma, como se conoce al Museo de Arte Contemporaneo de Helsinki, no te dejará indiferente. Eso de seguro. El arte siempre es subjetivo, lo sé, pero hay quienes puedan odiar a este lugar pues algunas de las obras que aquí exponen resultan una franca tomada de pelo.
La obra del edificio es del premiado arquitecto Estadounidense Steven Hall quien la construyó entre 1993 y 1998. Hoy es aceptada por casi todos los ciudadanos de Helsinki como un ícono de la denominada "nueva arquitectura" en la región. Otros siguen sin aceptarla queriendo mudar este museo, y devolverle a la ciudad su cara mas característica.
Aparentemente esta estatua ecuestre del condecorado y respetado mariscal, y sexto presidente de Finlandia, Carl Gustaf Emil Mannerheim, estaba acá, y su vista ahora resulta perjudicada desde un ángulo por la construcción del Museo de Kiasma. Eso tampoco gusta.
El museo está en pleno corazón de la ciudad sobre la avenida Mannerheimintie. El edificio ya causo desde el principio un revuelo entre los habitantes, no solo por su ubicación, si no por lo osado de su arquitectura que poco y nada tiene que ver con los edificios que lo rodean.
De todos modos, dentro de sus 12.000 metros logran atmósferas diferentes en todos sus ambientes, lo que no es poco. El juego que provocan las luces en sus distintas galerías es notable y muy original en cuanto a lo que se suele ver en otros museos del mundo. Es que esa es la especialidad del arquitecto.
Muchas de las galerías del Kiasma son oscuras, por lo que hacen que la obra expuesta sobresalga mucho mas.
Aquellos que disfuten del Arte Contemporáneo se encontrarán a gusto, y para todos los demás, considero que vale la pena la experiencia que regala esta visita.
En algunas instalaciones estamos invitados a participar en forma activa, o sea a formar parte de la obra. Los cinco sentidos son necesarios a veces para entenderlas.
El Kiasma es un museo "vivo" que nunca deja de acompañarnos en todo nuestro recorrido por sus frías muertas entrañas de hormigón.
La cafetería está muy buena. El diseño Finés siempre a la vanguardia y en cada rincón.
Desde las paredes al techo, todo esta genialmente intervenido. Además se come rico. Puede ser una buena idea almorzar aquí tras la visita, que nos demandará unas dos horas.
También hay una librería con buenos ejemplares de calidad y una tienda de souvenirs.
Se dictan clases y seminarios, y gran parte de la obra está en constante cambio.
La obra del edificio es del premiado arquitecto Estadounidense Steven Hall quien la construyó entre 1993 y 1998. Hoy es aceptada por casi todos los ciudadanos de Helsinki como un ícono de la denominada "nueva arquitectura" en la región. Otros siguen sin aceptarla queriendo mudar este museo, y devolverle a la ciudad su cara mas característica.
Aparentemente esta estatua ecuestre del condecorado y respetado mariscal, y sexto presidente de Finlandia, Carl Gustaf Emil Mannerheim, estaba acá, y su vista ahora resulta perjudicada desde un ángulo por la construcción del Museo de Kiasma. Eso tampoco gusta.
El museo está en pleno corazón de la ciudad sobre la avenida Mannerheimintie. El edificio ya causo desde el principio un revuelo entre los habitantes, no solo por su ubicación, si no por lo osado de su arquitectura que poco y nada tiene que ver con los edificios que lo rodean.
De todos modos, dentro de sus 12.000 metros logran atmósferas diferentes en todos sus ambientes, lo que no es poco. El juego que provocan las luces en sus distintas galerías es notable y muy original en cuanto a lo que se suele ver en otros museos del mundo. Es que esa es la especialidad del arquitecto.
Muchas de las galerías del Kiasma son oscuras, por lo que hacen que la obra expuesta sobresalga mucho mas.
Aquellos que disfuten del Arte Contemporáneo se encontrarán a gusto, y para todos los demás, considero que vale la pena la experiencia que regala esta visita.
En algunas instalaciones estamos invitados a participar en forma activa, o sea a formar parte de la obra. Los cinco sentidos son necesarios a veces para entenderlas.
El Kiasma es un museo "vivo" que nunca deja de acompañarnos en todo nuestro recorrido por sus frías muertas entrañas de hormigón.
La cafetería está muy buena. El diseño Finés siempre a la vanguardia y en cada rincón.
Desde las paredes al techo, todo esta genialmente intervenido. Además se come rico. Puede ser una buena idea almorzar aquí tras la visita, que nos demandará unas dos horas.
También hay una librería con buenos ejemplares de calidad y una tienda de souvenirs.
Se dictan clases y seminarios, y gran parte de la obra está en constante cambio.
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