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martes, 30 de agosto de 2022

Visitando a la Difunta Correa

Corría 1840 cuando las montoneras de Facundo Quiroga irrumpieron en la provincia de San Juan, en el tranquilo pueblo de Angaco, en pleno corazón del Cuyo. Ellos iban de regreso a La Rioja. Eran los tiempos de Unitarios y Federales que mantenían dividido al país.

En un modesto rancho de barro en las afueras del poblado  comían pan Deolinda Correa, su marido Clemente Bustos y su hijo de apenas unas pocas semanas. Sin previo aviso llegaron las tropas y se llevaron por la fuerza al padre y sostén de la familia.
Acosada por un policía local y alertada de que su marido pudo ser tomado prisionero por las tropas de Unitarios, es que decide Deolinda salir en su busca, o rescate, o quien sabe con que intenciones más que las de juntarse con su marido, su amante, su todo en esta vida. Tomó unas pocas provisiones y dos sacos repletos de agua, y siguió las huellas de los arrieros por dónde tiempo antes habían pasado los que iban con su marido.
El calor sanjuanino sabe ser implacable. Cielos diáfanos sin ninguna nube que tape nunca el sol, y poca sombra para guarecerse una vez que uno se va internando en los valles y en el desierto. Las temperaturas nocturnas son bajas y rigurosas, y un cielo bañado en estrellas tampoco ayuda a soportar el frío. Con esas condiciones estuvo caminando Deolinda Correa por algunos días, hasta que se le acabó el agua y toda ración de alimento.
Quebrada y sin fuerzas busca la sombra y protección de un cercano algarrobo, y es allí dónde pasa sus últimas horas, o días, acercándose al día final, siempre atendiendo las necesidades de su bebe. La luz de Deolinda Correa se fue apagando sin que nunca pusiese llegar a su amado marido don Clemente Bustos.
Dos o tres días más tarde un grupo de arrieros que pasaba por el lugar se vio sorprendido por el llanto de un bebe. Al acercarse al algarrobo encontraron el cuerpo sin vida de Deolinda Correa, y entre sus brazos y pechos, esos pechos  que aún podían darle de comer.
Los arrieros improvisaron un funeral bajo el algarrobo y le dieron sepultura a Deolinda Correa. Del hijo nunca más se supo mucho, aunque las versiones sobre su destino son de lo más variopintas.
Lo cierto es que la historia de Deolinda Correa (o Dalinda Antonia Correa) se hizo conocida en este y otros valles cercanos, y así comenzó a cobrar fuerza la leyenda de la Difunta Correa.
Una tarde oscura y con una tormenta de esas que asustan, un tal Zeballos, chileno y arriero como tantos otros puso en peligro su trabajo cuando todo el ganado que debía llevar a salvo se le dispersó en el eterno desierto asustado por los truenos. Temeroso y empapado se acercó a ese algarrobo bajo cuya sombra descansaban los restos de Deolinda Correa, y se le ocurrió pedir a la difunta ayuda para juntar a los animales y proseguir con el largo viaje.

A la mañana siguiente todos los animales pastaban tranquilos. El arriero pudo agarrarlos y continuar su ruta hacia Chile, no sin antes agradecer a la difunta dejándole una promesa. 
Al regresar Zeballos de su viaje a Chile se acercó nuevamente al algarrobo de la Difunta Correa, y en el lugar en dónde solo había una cruz comenzó a construir con sus manos este santuario en forma de eterno agradecimiento.
Tras este segundo milagro conferido (el primero sería la supervivencia del bebe aún lactando), la gente comenzó a ir acercándose cada vez en números más grandes al santuario de la Difunta Correa.
El de Vallecitos (así se llama la localidad del departamento Caucete de la provincia de San Juan) es el primer santuario dedicado a la Difunta Correa, pero con el correr de los años comenzaron a aflorar, especialmente en Cuyo, pero también en otras zonas del país, cientos de santuarios para venerar a Deolinda Correa, aquella heroica madre que murió por sed y por amor. Esta figura pagana de la fe.
Existen en este sitio 17 capillas donadas por los fieles que ya pidieron al Papa Francisco el proceso de beatificación de Deolinda Correa. Los camioneros y los numerosos arrieros de la zona son sus principales devotos y difusores de los milagros de la Difunta Correa.
Hoy el Oratorio de la Difunta Correa es uno de los sitios de peregrinación más importantes de Argentina. Más de un millón de personas pasan por aquí cada año, especialmente durante el Día de las ánimas, la Fiesta Nacional del Camionero o Semana Santa.

martes, 19 de abril de 2016

A un pelo de salir (día 7)

Atrapados en el monte espinoso no quedó otra que armar campamento ahí, tan cerca de salir y tan lejos a la vez. Ya lo veía en la pantalla de mi GPS desde el día anterior. Estábamos a muy pocos kilómetros en línea recta de la Ruta 40 pero aún quedaba ver como hacer el cruce mas peligroso del río Bermejo.
(El relato viene de: Una jornada dura en el Paso Lamar)
Viéndolo en retrospectiva siempre es lindo estirar cualquier encuentro entre amigos, pero la noche anterior me había quedado "con la espina en el ojo" por no poder concluir a tiempo esta travesía que nos trajo por las provincias de San Luis, San Juan y La Rioja. Ahora que lo escribo meses mas tarde me siento un pelotudo por que el amor sabe esperar, pero en ese momento hacía poco mas de un mes que había conocido a mi actual novia y en el medio había metido dos viajes por lo cual estábamos llevando una relación a la distancia justo al principio, el peor momento. También tenía obligaciones que cumplir en Buenos Aires, tal como el resto del grupo.

Después se me pasó. El cielo estaba cubierto de estrellas, disfruté de las charlas nocturnas alrededor del fuego y del vino Sanjuanino. También del entorno, tanto mas ameno si se hace de a pie. La arena blanda hizo de colchón hasta que las voces de mis amigos me despertaron a la mañana siguiente.
Desayunamos alrededor del fuego y levantamos campamento. Exactamente a las 9:26 AM comenzábamos nuestro último día de travesía, con la idea fija (al menos yo) de ir hacia el Este buscando la salida hacia la ruta y el cruce de este último río.

La primer parte del recorrido consistió en salir de el monte en el cual estábamos atrapados, otra vez avanzando como podíamos por sobre la (no tan) rala y siempre espinosa vegetación.
Finalmente, tras salir del monte, estábamos frente a frente a la parte mas complicada de sortear. Por la época del año el cauce del río se encontraba con poco caudal de agua. De todos modos es ancho y el mayor peligro radica en la ciénaga en la que se convierte su piso.

Teníamos a mano todos los implementos de rescate, así que sin mas comenzamos a cruzar el río. Todo "manso" pero a 20 metros del final, mis dos ruedas traseras desaparecen en el fango. Si miraba hacia atrás solo veía grandes burbujas que ratificaban mi hundimiento. Ni valía la pena intentar traccionar a riesgo de hundirme mas, por lo que le pasé el cable de plasma de mi malacate a Tobhias, quien me lo cruzó al otro lado. Una vez ahí usé su camioneta de ancla y pude salir sin problemas.
Con todo el grupo sano y salvo del otro lado del río Bermejo continuamos nuestro camino por el lecho de este buscando un lugar en donde los "escalones" no sean tan pronunciados. Allí nos aguardaba un vistoso y divertido campo de arena color manteca, con trepadas cortas y empinadas y la ocasional apariciones de árboles de mucho mayor porte del que habíamos estado viendo los últimos días.
Saliendo de ahí nos subimos a unas huellas bastante marcadas que iban hacia la Ruta 40. Al cabo de unos pocos kilómetros llegamos hasta el puesto (o "Balde") de Montegrande, en donde estaban todos sus pobladores, e incluso algunos familiares de ellos que habían llegado de visita.
Siempre con ánimo de hacer nuevos amigos y aprender mas sobre las costumbres de los lugareños de los los sitios que visitamos (y que la mayoría de las veces son remotos), paramos a presentarnos.
El dueño del lugar nos llevó con orgullo a conocer el "Balde" del Puesto Montegrande, sin el cual no sería posible la vida permanente en este lugar desértico.
Un "Balde" es como se conoce a este tipo de pozos desde donde se extrae agua de las capas freáticas. Se encuentran en algunas zonas remotas y desérticas. En la región del Cuyo se usan hace 400 años.
Estos pozos de agua suelen ser cuadrados y están empalizados con alguna madera dura como el Quebracho, el Algarrobo, Guayacán  o Lapacho. En algunos casos (y a un coste obviamente mayor) pueden ser redondos y revestidos de ladrillos.

Siempre es una bendición al acceso al agua potable, y está clarísimo como influye en el desarrollo de los pueblos.
Vimos el funcionamiento del balde. Como van subiendo el agua de a poco, para pasarlo a otros recipientes y ser aprovechada. Primero se llenan los bebederos para los animales (cabras, gallinas, algún caballo o mula) y mas tarde los bidones que son para consumo humano. Mientras charlábamos tomamos unos sorbos de agua.
Estamos en la cercanía de las Minas de Gualcamayo (de Yamana Gold). La boca del túnel de entrada a esta mina se encuentra a 2.200 metros sobre el nivel de los mares. Desde ahí y 500 metros bajo tierra extraen 2.500 toneladas de mineral cada día (oro y plata).

Paradójicamente se usa una cantidad desproporcionada de agua, justo aquí, en un lugar que tanto falta. Ni hablemos del uso de Cianuro y otras sustancias que envenenan las napas.

Consultando el tema aquí nos dicen que "las cosas son como son", pero lo dicen como en el buen sentido. Ellos ven el desarrollo de la mano de las mineras. Los empleos (500 trabajadores sólo este yacimiento minero), los caminos, todo sienten que se lo deben a ellas, aunque el precio se pague con la salud de las generaciones venideras.
Como era un día especial para la familia, algunos de los hombres estaban carneando un cabrito, que acompañado con vino de Damajuana nunca falta en estas zonas. Con mucho gusto les hubiéramos bien comprado un animal para sumarnos al "festejo", pero la realidad era que siendo domingo y estando a mas de 1.400 kilómetros de nuestras casas, ya debíamos emprender la vuelta.
Llegados a la ruta nos despedimos con besos y abrazos felicitándonos por otra exitosa y divertida travesía por la geografía argentina. Desde ahí, y cada uno a su ritmo comenzaríamos nuestro lento regreso hacia nuestros hogares.

Le metí pata en la ruta como un "caballo desbocado". Los kilómetros caían bastante rápidos entre las canciones de José Larralde, Ramones, Dire Straits, Led Zeppelin, Johnny Cash y Bob Marley. Quizás pararía unas horas en algún lugar hotel de la ruta. Así es que van apareciendo cada vez con mas frecuencia las ciudades a la vera del camino, mejoran las rutas y hasta aparece la luz por momentos. Estaba tentado con frenar en Rosario, pero faltaba "tan poco" que seguí. Así fue como cerca de las 4 AM estaba entrando a mi casa en Buenos Aires. 

viernes, 15 de abril de 2016

Una jornada dura en el Paso de Lamar (día 6)

La idea de este sexto día era seguir recorriendo estas porciones tan poco célebres de la provincia de La Rioja, hasta alcanzar el desconocido Paso Lamar, un abra entre los cerros Rajado y el Morado, por donde discurría en antaño parte de la extensa red vial de los Incas conocida como Chapaq Ñam o el Camino del Inca, y por donde re ingresaríamos a la vecina provincia de San Juan.

En lo que creíamos que sería nuestro "último" día de esta travesía, intentaríamos probar lo que nadie había hecho antes en un vehículo de cuatro ruedas, si es que lográbamos sortear con éxito los múltiples escollos que presenta el hostil terreno. Tendríamos un día duro por delante.
Hacia el Paso Lamar
Tras cargar combustible y hacernos de unos pocos víveres dimos inicio a la jornada, saliéndonos hacia esos costados que uno siempre mira desde la Ruta 40.
Ya habíamos tenido suficientes ramas dibujando rayas en nuestras camionetas durante varios días de esta travesía, pero la primer parte de este recorrido nos obligaba nuevamente a circular por sobre la espinosa maleza, aunque (sólo) de momento por un terreno mas gentil pero que atravesó las telas de mas de una goma.
Paisaje Marciano
(Viene de acá)
Comenzar ese día en un hotel de esos con buenas camas, duchas con presión y un calórico desayuno fue un placer necesario. Llevábamos algunas jornadas sin bañarnos y le debíamos a nuestros cuerpos varias horas de sueño.

Bien relajados, llenos de energía y gozando del paisaje Marciano a mas no poder fuimos avanzando a buen ritmo por una traza geodésica (mínima longitud entre dos puntos) intentando acercarnos al cerro Rajado (uno de los mas altos del área) y también al río Bermejo.
Si pensaban que ya habíamos tenido suficiente, se equivocan. Las próximas jornadas iban a presentar obstáculos de los mas variopintos , incluso antes de llegar al río Bermejo, el único escollo que temíamos por lo cenagoso de su piso, con información de primera mano de nuestros amigos, el arqueólogo Aldo Lombardi y el motero Néstor Queralt, quienes tuvieron que luchar "a brazo partido" contra el suelo del río, que nunca tiene un momento "ideal" para cruzarlo.
El día anterior habíamos tenido un "cruce" de final feliz con los guarda parques del vecino Parque Nacional Talampaya, y sabíamos que a falta de algo mejor que hacer iban a estar tras nuestros pasos, comprobando si habíamos seguido sus consejos abandonando la zona. Es mas. Los escuchábamos por la radio y sabíamos perfectamente en donde estaban.

En la serie de consejos del día anterior veían como un acto estúpido e insensato el intentar el cruce del río Bermejo y/o algunos de sus varios brazos, a riesgo de perder nuestros vehículos "chupados" por su cenagosa y traicionera superficie. Sabíamos del riesgo e íbamos preparados para lo peor.
Para no meternos gratuitamente en quilombos fuimos haciendo un esfuerzo considerable para circular siempre por fuera de los dominios que están bajo su protección, alejándonos mas y mas de ellos.
Los primeros vadeos de la mañana sucedieron sin mayores sobresaltos tal como debía ocurrir. Si encontrábamos problemas con estos cruces ya no tendría sentido intentarlo mas adelante cuando el cauce del río es tanto mas ancho, peligroso y profundo.
La verdad es que en ese momento no quería estar en ningún otro lugar. Nuevamente Argentina nos regalaba paisajes como salidos de otro planeta.
Algunas horas mas adelante, y de a poco, empezaría a cambiar de opinión. Si bien el paisaje me seguía gustando, ya no quería estar ahí. Vamos por partes.
En este momento del recorrido íbamos avanzando a buen ritmo por un terreno muy divertido de transitar, lleno de pequeños obstáculos que no revestían de mayor dificultad, mas que las ocasionales subidas con suelo poco firme que debíamos superar para ir uniendo los diferentes bolsones.
Cada tanto no quedaba otra que internárnos nuevamente entre la ya odiada maleza de estos bolsones buscando el modo mas efectivo de salir de tan intrínseca geografía
Cada tanto hacíamos una parada para leer el terreno (nadie quería dar vueltas "al pedo") y de paso robar unas galletitas dulces que nunca faltan en el kit de supervivencia del profe Cinicola.
Con la temperatura en ascenso casi llegando al medio día nos topamos a sabiendas con unas barrancas altas. Desde allí tendríamos que buscar el modo menos arriesgado para intentar un nuevo cruce, esta vez del Río Seco de la Petiza, otro de los ríos de la zona del que no se tiene registro de vida alguna, pues su curso de agua sumamente irregular nunca es permanente.
El terreno se iba abriendo mientras avanzábamos hacia el oeste yendo en paralelo al río. En esta instancia hacen su aparición los primeros escalones difíciles de sortear del día, de esos que irremediablemente harán tope contra nuestros paragolpes traseros o bumpers.
Al cabo de un rato dimos con el único lugar por donde podríamos cruzar este río en particular, nuevamente a sabiendas que mas adelante sólo podía ser peor el panorama.
Río Seco de la Petiza, en La Rioja
¿Podremos cruzar y salir de aquí?

Supongo que era la pregunta generalizada. Ganas de salir no me faltaban. Cada cruce de río era mas exigente e iba acentuando y complicando nuestra situación en caso de no poder superarlos. Cualquier rescate a esta altura iba a demandar de muchas horas, si no días, y como bien nos habían advertido, hasta corríamos el riesgo de perder nuestros vehículos.
Por otro lado, esas ansias de "conquista" y superación nos daban la fuerza y el estímulo necesario para seguir tentando a la suerte.
Buscamos una vez mas la forma mas amena de re ingresar a la provincia de San juan, localizando subidas superables y lugares en donde el lecho del río se presente lo mas firme posible a modo de cruzar con la mayor de las seguridades.

Con suerte y si todo seguía al relativo buen ritmo que llevábamos, podíamos encarar la vuelta hacia Buenos Aires el sábado a la noche llenos de rayas y buenas anécdotas.
Como el nuevo cruce de río fue exitoso, nos tomamos un rato para parar y comer algo bajo los rayos del sol. Necesitábamos un poco de energía para continuar por la parte mas difícil de nuestro periplo.
Tras un almuerzo con pan del día y bebidas casi frías continuamos nuestro camino viendo a nuestro paso paisajes con figuras muy parecidas a las que se pueden encontrar en el vecino y popular Parque Nacional Talampaya, sintiéndonos cada vez mas cerca de cumplir nuestros objetivos del día y del viaje.
Como dije antes, lo mas difícil aún estaba por llegar, pero "a cuenta gotas". En el cuarto o quinto cruce de ríos, el cumpa Panastas pierde tracción y queda encajado en el río. No le queda otra que mojarse las "patitas" para enganchar el malacate de Denis que ya lo está esperando en la otra orilla del río junto al resto del grupo.

Por varios kilómetros un ruido molesto lo acompañaría, hasta que paramos a sacar un buen número de pequeñas piedras atrapadas entre los discos de freno de la Toyota Hilux.
Mas tarde quedamos encajonados entre grandes paredes. El sol a esta hora está pegando muy fuerte.
Estamos buscando la manera de re ingresar a la provincia de San Juan para encarar el bendito y merecido Paso de Lamar.

El grupo se separa en tres buscando alternativas. En un momento parecía que íbamos a tener que volver por sobre nuestras huellas, pero es Panastas el que nos saca de aquí, moviendo unas piedras y creando una huella superable que nos permite avanzar un poco por los filos, desde donde lográbamos una mejor visión del área.
El objetivo ahora es bajar nuevamente al valle para encontrar un lugar óptimo y con el suelo lo mas firme posible, de modo de poder cruzar el gran escollo del día. Un río Bermejo que hacia estos lares es cada vez mas ancho, profundo y traicionero.
Desde esta suerte de valles fuimos dando muchas vueltas buscando las subidas que sean superables, guardando todos los tracks (el recorrido) para todos los que usan Viajeros Mapas.
Tras unas breves idas y vueltas volvemos a penetrar la provincia de San Juan. Vamos trepando las faldas del Cerro Rajado, por momentos dándole la espalda a la Cordillera de los Andes, pero siempre apuntando hacia el oeste.
Ahora íbamos en busca de una antigua Tambería Inca que se encuentra a los pies de la Sierra Morada (límite con La Rioja). Para llegar tuvimos que cruzar el río mas ancho del día. Esta vez fui yo el que quedó encajado en las aguas, pudiendo salir a fuerza de malacate usando la Nissan Patrol como a ancla.

Los restos de esta Tambería hoy son apenas visibles. Para algunos historiadores se trata nada menos que de "La ciudad perdida de Lamar", un lugar del que no se tiene certeza alguna de que alguna vez haya siquiera existido.

Quizas en el futuro sepamos mas, ya que desde 2013 es un sitio arqueológico "protegido" por los entes provinciales de San Juan. Veremos si algo cambia.
Tras cruzar por el Paso de Lamar volvimos a encontrarnos con una vegetación muy tupida que iba cerrando nuestro paso. Estábamos a sólo 3 kilómetros (en línea recta) del famoso y aguardado río Bemejo, el último y gran escollo de esta travesía.

Perdidos entre la espesura del monte nos agarró la noche. Ya no tenía sentido seguir intentando avanzar. Era imposible encontrar por donde salir, o siquiera ganar unos metros. Al menos ese día.
En cuanto encontramos un lugar despejado paramos para hacer una nueva noche de campamento. Había leña seca en los alrededores, y lo mas curioso es que cada tanto aparecía señal de teléfono proveniente de las instalaciones de la cercana Mina Gualcamayo (oro y plata).

Estábamos "a un pelito" de salir pero ya no tenía sentido seguir probando. Con un rico Risotto by Elsa y varios vasos de rico vino Sanjuanino nos fuimos acostumbrando al frío, con una rara sensación de estar acampando tan cerca de la ruta, pero aún nos quedaba hacer el cruce grande de río Bermejo.

Estábamos A un pelo de salir

domingo, 10 de abril de 2016

Hacia la mina abandonada de Amaná (dia 3)

La idea de este tercer día de travesía era intentar llegar a unas antiguas minas abandonadas que hay en la provincia de La Rioja, y desde ahí proseguir nuestro camino por los mismos lugares que habitaron los primeros dinosaurios del planeta hacia nuestros verdaderos objetivos.

Casi no pegué un ojo esa noche en San Agustín del Valle Fértil así que a la mañana siguiente fui al primero en apersonarme en la mesa de desayuno del hotel en donde NO había dormido. Tuve que tomar varias infusiones para entrar en calor mientras mis compañeros de travesía iban apareciendo uno a uno y con caras de bien dormidos. (Viene de acá)
Tras actualizar algún que otro GPS y comprar un poco de pan fresco y una botella de Fernet partimos por la Ruta Provincial 510. No tardamos mucho en salirnos del camino ya flanqueados por esos cerros colorados que caracterizan tanto a la provincia de La Rioja, y que pertenecen a la misma cuenca geológica que el Parque Nacional Talampaya (al día siguiente andaríamos por su "patio trasero".
En la primer parte del recorrido abandonamos la provincia de San Juan y fuimos buscando el lecho de un río que nos permitiera avanzar a mayor velocidad y por el cual ingresamos a la provincia de La Rioja. Todavía nos rodeaban una buena cantidad de algarrobos y chañares.
Íbamos en busca de una vieja huella minera abandonada hace mas de 20 años que nos depositaría en una suerte de villa minera con dos bocaminas cercanos.

Poco después adivinamos por sobre un cerro una huella que no es la que estábamos buscando, pero que podría eventualmente acercarnos a nuestro próximo objetivo. Lo "único" que quedaba era subirla, pero a lo poco de andar vimos que nos iba a demandar cierto tiempo.
El camino presentaba varias partes angostas que nos obligaban a prestar mucha atención y dejarnos guiar por alguno de nuestros compañeros, para no poner nuestras ruedas en los grandes socavones provocados por dos décadas de lluvia o el vacío mismo.
A los poco de andar nuestra querida Elsa, quien venía al frente, comandando la caravana con Eduardo de Copiloto, destalona una de sus cubiertas delanteras intentando sacar la camioneta de una pequeña grieta del camino a la cual había caído.
No hubo forma de salvar la Yokohama Geolandar  que queda con un gran tajo en su lateral exterior. Nada que a Elsa le importe ni que pusiera en riesgo la continuidad del viaje.
La ubicación de la camioneta no deja mucho lugar para maniobras ni para cambiar el neumático con la mayor de las comodidades, pero tampoco teníamos otra opción.
Mientras tanto algún buen samaritano siguió ascendiendo a pata para ver que es lo que deparaba aquella huella mas adelante, volviendo con noticias de las malas. Era una posibilidad que ahora confirmábamos. Por allí no podríamos seguir, por lo que tuvimos que descender marcha atrás nuevamente hacia el valle.
Probamos otras variantes rodeados de estos valles en antaño conocidos como "Amanao", y que fueron habitados por la Cultura Aguada, de la que aprendimos mucho de la mano de Aldo Lombardi (Q.E.P.D.) en un posterior viaje en el que nos pasamos Buscando la ciudad perdida del Pantano.

No tardamos en dar con la huella que teníamos marcada, y que (aún no lo sabíamos) tras cierto esfuerzo físico nos dejaría en un lugar ideal para pasar esta tercera noche de travesía.
Claramente abandonada por el gobierno y la empresa que explotaba la mina durante la década del 90´, la huella requirió de constante atención. Por la gran cantidad de derrumbes de los últimos años hubo que mover piedras y cuidar los bajos de las camionetas cuando estas eran superables.

Con el sol pegando de frente en mi parabrisas sucio no pude leer correctamente el terreno cayendo en un socavón de considerable tamaño. El golpe del diferencial contra las piedras parecía como una campanada marcando exactamente las 13 horas.
Con un poco de esfuerzo físico colocamos algunas piedras sueltas bajo la rueda que quedaba en el aire a modo de otorgarme la tracción necesaria para salir de aquella trampa.
Seguíamos ganando altura. La huella todavía nos dejaba avanzar. A poca velocidad pero alejándonos de la civilización cada vez mas. Hubo tramos con piso muy suelto que solo pudimos superar con la ayuda de los malacates de nuestras camionetas.
Una hora mas tarde vuelvo a quedar colgado del diferencial, esta vez con dos piedras flojas en el camino que se empecinaron en no dejarme pasar. Nada grave. En dos minutos y con alguna nueva abolladura en mis bajos estaba pronto.
Paramos a almorzar en cuanto el camino nos dio la oportunidad (la única parte ancha) ya sabiendo que "nos nos daba el día" para conocer las minas abandonadas y proseguir nuestro camino en el que intentaríamos llegar a la localidad de Pagancillo.
Repusimos energías de la mano de unas ricas milanesas con ajo, papas fritas y berenjenas, todo hecho al disco con maestría.
Hacia las 15 horas proseguimos nuestro avance por un camino angosto en exceso y en donde en varios momentos hubo que bajar de las camionetas para mover piedras que bloqueban la antigua huella. Algunas enormes y sólo negociables con un poco de dinamita, que claro está no teníamos.
Foto Elsa Ons
Nunca pegaríamos la vuelta salvo que sea estrictamente necesario. En alguna oportunidad quise mover una de las piedras grandes con poderes adquiridos en los monasterios de Laos, pero no me fue posible.
Tuvimos que bajar todos los hombres. Ya saben: "La unión hace la fuerza", y siguiendo con la Tercera Ley de Newton pudimos correr la maldita roca afuera de la calzada.

Habíamos avanzado hasta entonces muy pocos kilómetros por este camino ascendente y de buenas vistas pero que obligaba a ir siempre atento.
Villa Minera
Cuando divisamos las instalaciones de la Mina Amaná fue reconfortante. Aún quedaban dos o tres horas de luz por lo que nos acercamos hasta donde nos fue posible en las camionetas pasando por arriba de arbustos tan altos como nuestros capots, y cuando ya no podíamos avanzar continuamos de a pie hasta la antigua bocamina desde donde se extraía Basalto, dando mano de obra a todo un pueblo que desde entonces lucha por sobrevivir.

Estoy francamente agotado como muchos en el grupo. Para ese entonces ya sabemos que lo mejor es pasar la noche en las instalaciones de la mina ¿Hubo acaso otro plan?
Cuando volvimos de las entrañas de la antigua mina nos dispusimos a conocer las instalaciones de la Villa Minera en donde vivían los trabajadores, muchos de ellos, según pudimos constatar mas tarde, habían llegado desde Bolivia.

A excepción de casi todos los vidrios rotos, las cosas están en el mismo lugar en el que se encontraban 30 años atrás. Todas las casillas de los obreros aún se encuentran con su mobiliario original. En varias de ellas es posible ver tapas de las revistas "El Gráfico" con los jugadores de River Plate levantando la Copa Libertadores de América de la mano del Beto Alonso, pósters de vedettes de la época como Monica Guido, Edda Bustamante o Beatriz Salomon, y cosas por el estilo que afirman que todo en este lugar está como detenido en el tiempo.
Por suerte el camino hasta aquí es difícil, si no los "amigos de lo ajeno" ya se hubieran robado todo el remanente mobiliario de las instalaciones, pero son pocos los que han llegado hasta aquí, y bien identificables.
Suite delux 
Cada uno se buscó un lugar en donde pasar la noche. Dos en carpa y bajo techo, uno en la camioneta y el resto en algunas de las casillas para obreros. Yo encontré una que supongo era para algunos de los jefes de la mina, ya que contaba con dos o tres habitaciones y hasta una chimenea.
Intuía que mi buena suerte no iba a ser tal. Había logrado unir dos camas en donde colocar mi colchón infalible de plaza y media. Había restos de madera seca en la zona así que hice un fuego para enfrentar la fría noche que se venía.
Como dicen los americanos "too good to be truth". El cuarto se llenó de humo y tuve que hacerme de un nuevo lugar para dormir, esta vez en el comedor, pegado a una ventana sin vidrios que pude parcialmente cubrir utilizando una mesa.
La comida de esa noche empezó temprano y vino acompañada de muchas risas. Incluso festejamos el cumpleaños de Panastas con todos los elementos que debe acompañar una circunstancia tal.
Elsa se copó haciendo unos huevos con panceta y cebolla que fueron regados con generosas dosis de vino tinto para ir paliando el frío.
Tras ordenar todo y levantar nuestra basura nos fuimos sin mas a dormir. En mi caso fue mas complicado ya que estuve siempre acompañado por el ronquido de don Eduardo Cinícola. Lo mas loco es que en dos momentos de la noche me levanto y veo que por la ventana me observaba alguien sonriendo. Uno con gorro y facciones indígenas. Era imposible que haya llegado otro humano hacia aquí sin que lo advirtiéramos, sin embargo días mas tarde al ver las fotos, aparecía en una de ellas….

El relato sigue aquí >>>>> La Quebrada de Ikebana