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lunes, 13 de agosto de 2018

Signagi, la ciudad del vino y del amor

Nuestro primer destino en Georgia fue Signagi (o Sighnaghi), "la ciudad del amor". Son miles los georgianos que elijen este lugar para contraer matrimonio, y también centenares de extranjeros, ya que como en Las Vegas sólo se necesita de un pasaporte.
Signagi (სიღნაღი) tiene una población de poco más de 3.000 habitantes (una de las más chicas de Georgia, y queda en el corazón de la región vitivinícola de este pequeño gran país del Cáucaso, en donde vienen produciendo vino desde hace literalmente miles de años. Cada familia parece tener su propia vid en sus casas, y el vino siempre está de oferta.

A Georgia entramos por tierra desde la frontera de Lagodekhi, un pueblo fundado en el siglo VIII y que hoy hace frontera con Azerbaiján. Tras recorrer algunos centenares de metros a pie llevando nuestros equipajes nos juntamos con Georgi, nuestro nuevo guía para estos primeros días en Georgia, más precisamente en la Región de Kakheti.
En lo particular estaba muy contento pues visitar Georgia era un sueño que perseguía hace décadas y aquí estaba, con tres amigos más entrando por una de las puertas traseras del país.
En el camino intentamos hacernos de unos Laris (la moneda local) y volvimos a subirnos a la Mitsubishi Delica de nuestro guía hasta Signagi, nuestra próxima y primer parada.
Con las increíbles vistas que regala Georgia a cada paso, puede que esta no sea la mejor puerta de entrada, pero aún vale la pena.

Lógicamente lo primero que vimos fueron las vistas sobre el Valle Alazani con las montañas del Cáucaso al fondo y la muralla fortaleza que protegía a Signagi. Su construcción fue autorizada en 1801 por el rey Heraclius II con la incorporación de esta ciudad al Imperio Ruso. Este rey buscaba proteger a Georgia y acercarse a Europa, sueño que los georgianos siguen persiguiendo al día de hoy.
En aquellos tiempos Signagi llevaba el nombre de Sighakh. La idea de estas murallas era proteger a la ciudad de los constantes ataques de las tribus de la vecina República del Dagestán, que todo robaban mientras sembraban terror, violando mujeres y matando todo lo que camine.
La muralla tiene cuatro metros y medio de alto y uno y medio de ancho. Cuenta además con un sistema defensivo que constaba de 23 torres y 6 entradas a lo largo de casi 5 kilómetros.
Los habitantes de Signagi se rebelaron contra los rusos clamando su independencia. Los rusos no le daban mayor importancia a esta ciudad salvo por su ubicación cerca del Dagestán, pueblo al que desde entonces intentan doblegar, cosa que no han logrado del todo.
Estos sucesos derivaron en la "Guerra del Cáucaso" o "Invasión rusa del Cáucaso" lo que ocurrió entre 1817 y 1864 cuando el Imperio Ruso se hace de todos los eternamente conflictivos territorios del Cáucaso Norte o Circasia (Karacháyevo-Cherkesia, Kabardino Balkaria y Adiguesia), expulsando a los musulmanes nativos hacia tierras pertenecientes al Imperio Otomano
En la región del Cáucaso existe una cantidad sorprendente de grupos étnicos, por lo que la zona siempre fue un polvorín, y lo sigue siendo.

Entre 1826 y 1829 Rusia se enfrentó al Imperio Otomano y a los Persas, y los resultados de estas guerras fueron dando lugar de alguna manera a los límites actuales que existen entre las nuevas repúblicas que se encuentran entre el Mar Negro y el Mar Caspio.
Antes de salir a caminar por la ciudad aprovechando el resto de la tarde fuimos a dejar nuestro equipaje en el hotel. Éste se encontraba justo al frente de la Iglesia de St George (o San Jorge), una de tantas en este país, el segundo en adoptar el Cristianismo, pocos años más tarde que Armenia.

No sé por qué en turco, pero Signagi significa "un puerto" en ese idioma, y aunque no hay grandes ríos o mares en las cercanías, esta fue una de las paradas en la vieja Ruta de la Seda, que comunicaba Asia con Europa. Una suerte de puerto para los miles de viajeros que pasaron por aquí.
Visitamos uno de los mercados locales. El aspecto es el de un mercado comunista como algunos que he visto en Cuba, Laos o Vietnam, con pocos productos internacionales y una reducida oferta de alimentos y textiles y botellas de bebidas populares rellenas de aceites o jugos de frutas.
Por primera vez probamos la Churchkehla, un dulce de nueces o avellanas en harina sumergidas en vino o mosto, y que es un postre o dulce tradicional en forma de salchicha seca. Una fuente de energía y calorías al que uno va tomándole del gusto cuando visita esta región.
Luego y sin apuro recorrimos las calles adoquinadas aires italianos de este bonito pueblo lleno de rincones románticos, restaurantes, fuentes y colores, y que además está pasando por un tiempo de remodelaciones y pestas en valor.
Pese a que no tiene una historia tan larga como la de algunas ciudades cercanas, este parece ser un lugar en donde el tiempo se ha detenido. A cada paso íbamos descubriendo los peculiares balcones de sus casas y sus estatuas de cobre.
Alrededor de la plaza principal de Signagi se encuentra la municipalidad o ayuntamiento, como sucede la mayoría de las veces. También está el teatro de la ciudad y uno de sus mejores hoteles. También un museo con varias obras de Niko Pirosmani (Pirosmanashvili), hijo de la ciudad y uno de los pintores georgianos de mayor relevancia internacional.
No muy lejos de la plaza principal hay una suerte de esplanada con una plaza pequeña y un largo monumento a los soldados georgianos caídos en la Segunda Guerra Mundial. Resulta que en aquellos años Stalin mandó a movolizar más de 700.000 hombres de Georgia para engrosar las listas del ejército ruso. En aquellos tiempos Georgia tenía una población de casi 3.5 millones de habitantes, de los cuales murieron 350.000 hombres sólo durante la contienda. Carne de cañon como le dicen.
A la noche y sin tiempo parauna ducha fuimos a una bodega familiar donde nos esperaban para comer y beber. Para empezar nos mostraron los vinos que hacen en la zona, y que comprenden más de la mitad de la producción total de Georgia. Allí pudimos ver que los métodos de fermentación no se parecen a los utilizados en América, Europa, Australia o el sur de África.
Esa visita a esta bodega familiar resultó toda una intoducción a la idiosincracia de Georgia a la hora de comer y beber. La mesa estaba cargada de platillos a base de queso, carne y vegetales, como sucedería en cada uno de los días posteriores en este pequeño gran país. Aunque lo sabía de antemano también descubrimos la importancia que tiene el brindis para los georgianos, haciendo de este momento uno especial. Si no fuera por que a la postre se brinda en un millar de oportunidades, diría que uno recordaría los sentidos y pensados brindis que hacen en honor a uno.
Dormimos plácidamente acariciados por la brisa llegada de las montañas del Cáucaso y desayunamos 10.000 calorías antes de arrancar un nuevo día en este pequeño pueblo. La verdad es que no quedaba mucho para ver o hacer, pero de todos modos resulta una experiencia agradable.
No se si volveré a este pueblo en particular (por que sí pretendo volver a Georgia), pero de seguro guardaré los mejores recuerdos de esta región cargada de vino y que en nada se parece a otras del país

viernes, 20 de abril de 2018

Livingstone Museum

Livingstone es una ciudad de Zambia al norte del río Zambezi y cercana a las Cataratas Victoria.  Tiene una clara influencia británica y cuenta con una población de unos 150.000 habitantes. Allí se encuentra el Livingstone Museum, dedicado a uno de los grandes personajes del siglo XIX.

Apenas supe de este lugar, me prometí a mi mismo que si algún día venía a las Cataratas Victoria, iría a visitar el Museo de Livingstone. Finalmente el día había llegado.  Estaba tan cerca que no se me podía escapar la oportunidad, aunque cruzar a Zambia no estaba en los planes del grupo con el que viajaba y tampoco teníamos permisos para llevar allí las camionetas. Para hacerlo había organizado la noche anterior un transporte para cruzar la frontera, visitar el museo, y recorrer los sitios mas relevantes de Livingstone, conocida como la "capital africana de la aventura".
Los trámites aduaneros esta vez fueron sencillos, especialmente del lado de Zambia. Cambiamos de auto (alguien le prestó un taxi a nuestro guía) y cruzamos el famoso puente de hierro con la genial imagen de hacerlo con elefantes a nuestro lado. Continuemos por la carretera de Mosi -o- Tunya que bordea al río Zambezi hasta llegar a la parada obligada. Nuestro guía, un tipo con buena formación lo sabía todo acerca de la ciudad.
Lo primero que hicimos fue ir al Museo de Livingstone. Ya con esto me conformaba en mi breve visita a Zambia, aunque quedando convencido de que es un lugar que volveré a visitar para recorrer sus grandes planicies y conocer los múltiples grupos étnicos que componen este país. 
El Livingstone Museum fue el primer museo fundado en Zambia en 1934, cuando el mundo era muy diferente y Zambia aún no era Zambia. Al día de hoy sigue siendo el museo de mayor tamaño en el país, pese a estar a 470 kilómetros de Lusaka, la capital. El museo da un muy completo panorama de la herencia cultural del amplio territorio que hoy comprende a Zambia.
David Livingstone nació en Blantyre, Escocia. Fue explorador, investigador, misionero y uno de los grandes héroes del siglo XIX. Cuando Livingstone llega a este lugar y antes de la fundación de lo que fuera la antigua y primera capital de Rodesia del Norte, existía a menos de 10 kilómetros de distancia un importante asentamiento llamado Mukuni habitado por los Baleya, una tribu de Zimbabwe que como muchas otras había llegado tiempo atrás desde el Congo.
Desde 1960, el Museo de Livingstone está dividido en 5 salas que comprenden mas de 250.000 años (desde la Edad de Piedra hasta el presente). La sala arqueológica recorre la evolución del hombre en Zambia desde la Edad de Piedra hasta la Edad de Hierro, la sala etnográfica muestra objetos y artesanias de todos los grupos étnicos de Zambia, también hay instrumentos musicales. La sala histórica en donde se traza el origen de la población Bantú, de la que tantas veces he hablado en este blog, y el desarrollo del colonialismo y de la posterior independencia de Zambia. La sala artística, y la sala dedicada a Livingstone con memorabilia y objetos personales del gran explorador que fueron donados por su familia. Aunque son solo 5 las salas o galerías, el museo cubre mucho mas tópicos.
Desde la independencia de Zambia en 1964, el Museo de Livingstone (antes de 1966 este lugar se llamaba David Livingstone Memorial Museum and Rhodes-Livingstone Museum) ha financiado decenas de expediciones en el país, como las excavaciones de Kalambo Falls, un asentamiento prehistórico de la Edad de Piedra con muestras de la evolución del hombre hasta la Edad de Hierro, expedición al mando del Dr Desmond Clark, un arqueólogo quien fuera el primer director del museo.
Todas las salas tienen algo de interés, pero la dedicada a David Livingstone es única en el mundo. Poder ver y leer sus cartas de puño y letra, nos permite adentrar en su mundo personal, como así observar las armas, medicinas y objetos que lo acompañaron durante sus expediciones por el África desconocida. Hay cientos de fotos de sus contactos con las diferentes tribus que fue conociendo en sus expediciones por el río Zambezi o buscando la fuente del río Nilo, en la que dió conocimiento al mundo de un puñado de grandes lagos.
En 2005 remodelaron el interior del museo con fondos de la Unión Europea, y colocaron en el exterior del lugar algunas estatuas en tributo a personajes importantes para la historia de Zambia. Claro que no podía faltar la de David Livingstone, pero también hay otras dedicadas a la memoria del explorador y etnógrafo Checo Emile Holib, creador del primer mapa detallado del área de Victoria Falls (recién en1875), y que casi que se hizo rico vendiendo mas de 13.000 ejemplares de mas de 400 especímenes de animales, fósiles, insectos, moluscos, etc.
Nuestro guía ocasional había esperado en el taxi durante las dos horas que nos habíamos tomado en nuestro recorrido por el museo. Cuando nos subimos nuevamente al bólido fuimos a conocer el New Fairmont Hotel & Casino, lo que fuera el primer hotel de Livingstone. Desde allí seguimos a ver el hospital de lejos, el club de golf, el cuartel de bomberos, y otros sitios de este lugar con un recuerdo latente de su pasado colonial. También pasamos por la St Andrews Church, erigida en 1910 en memoria a David Livingstone.
Tras el tour por la ciudad de Livingstone fuimos a visitar 2 mercados locales. En primer lugar el Maramba Township Market donde venden ropa, herramientas, estereos de muy baja calidad, CD´s, artesanías, camas talladas de madera, sillones de pana o cuerina, mesas y adaptadores de enchufes.
También hay zapatillas truchas y calzado de todo tipo, cacerolas de colores, relojes despertadores de plástico verde o violeta, pilas con nombres parecidos a los de las grandes marcas, juguetes para niños, comida, remeras de fútbol de equipos europeos, corbatas en oferta, copiado de llaves, mecánica de motos, ruedas usadas de camiones, soluciones para la cocina, etc.
Algunos personajes locales no estaban contentos con las pocas fotografías que tomé del lugar, pero en líneas generales, los habitantes de Zambia son extremadamente hospitalarios y buena onda.

Proseguimos nuestro camino a un segundo mercado, este dedicado a la venta de frutas, verduras, especias, hortalizas y alimentos en general. Estos mercados no turísticos pueden muestran la cara mas auténtica de una ciudad. En este caso una porción vibrante, colorida y muy africana del país.
La vuelta fue nuevamente por la costa del río Zambezi hasta la frontera, en donde nuevamente pagamos visa para volver a entrar a Zimbabwe.
Hechos los trámites migratorios cambiamos nuevamente de auto en la frontera y volvimos al hotel para buscar nuestra camioneta para continuar nuestro camino de retorno a Botswana.

viernes, 3 de febrero de 2017

Escenas de mercados en Essaouira

Cuando uno visita Marruecos o cualquiera de los países que forman parte del Magreb, las imágenes de los mercados o souks parecen multiplicarse, y Essaouira y los pueblos que la circundan no son la excepción.
En "la capital africana del viento" (como se conoce a Essaouira gracias a la constante acción de los Vientos Alisos) los mercados de especies, de ropa, carne, cerámicas y otros se van repitiendo por doquier. Existen decenas. Al andar uno siempre termina internado en una suerte de laberinto en donde es imposible no perder el sentido de orientación, y eso lo hace tanto mas divertido.
Las calles de Essaouira nunca dejan ver del todo lo que se esconde mas allá de los 40 o 50 metros inmediatos, pero de seguro que a la vuelta de la esquina te toparás con alguno de ellos. En la Medina funciona el souk Jdid con varios mercados dentro (carne, cereales, comida en general). A la postre se van repitiendo hasta hacer de ésta una experiencia quizás monótona para quienes llegan hasta aquí sin buscar algún producto en particular como pueden ser las especias o el famoso aceite de Argán.
El aceite de Argán De hecho aquí, y en especial en la ruta que va o viene de Marrakesh, existen un montón de cooperativas de aceite manejadas generalmente por mujeres. En esta oportunidad conocí la de Afous Argan (a 20 kilómetros de Essaouira), una típica trampa para turistas en donde, por ejemplo, venden el aceite mucho mas caro que en las ciudades grandes. Aún así vale la pena la experiencia de ver su manufactura, colaborar, y disfrutar del paisaje circundante, en donde es muy común ver a las cabras trepadas a lo mas alto de los árboles tratando de llegar a sus frutos.
En Marruecos el regateo parece ley. Los mercados de comida hacen excepción a esta regla y son, junto a los hoteles, los restaurantes y el transporte público, de las pocas cosas en el país que funcionan con precios fijos. No vale la pena intentarlo. Allí no hay lugar para el regateo ni las negociaciones.
Si uno muestra interés en algún producto de los caros (por ejemplo una alfombra), les será ofrecido un vasito con té de Hierbabuena (شاي بالنعناع - parecido a la menta) como gesto de hospitalidad y para entablar la negociación necesaria con el vendedor.
Luego se vuelve a servir una segunda ronda de té, y es en esa instancia cuando se espera acordar en el precio. Recuerden no ofertar "al divino botón", pues esta gente esta tratando de ganarse el pan.
A la salida de la Medina de Essaouira se encuentra el Mercado Bab Doukkala. Este mercado está orientado al marroquí, y no al turista. Se vende mucha baratija, de la onda de "Todo x $2". Una de esas bolsas de nylon reforzado que se ve a la derecha de la foto superior todavía la tengo. Es irrompible.
En los alrededores de la ciudad, digamos en un radio de unos 40 kilómetros cuadrados, existen numerosos souks. Se trata de los "mercados semanales" (casi siempre al aire libre), en donde la actividad rota alrededor de los pueblos como para darle lugar y protagonismo a todos.
En cualquiera de los mercados se consiguen todos los ingredientes básicos de la gastronomía Marroquí. Naranjas, pimientos, aceitunas, especias y dátiles se van repitiendo en las estanterías de los puestos.
En los mercados especializados de ciertas calles se vende carne de cabra y de cordero, que son las mas consumidas en Marruecos y el Magreb.
Cuando hay tiempo para un recreo se ve a hombres jugando al Fetach, un juego de estrategia originado en Medio Oriente (probablemente Egipto) y que es antecesor del juego de Damas.
En español es conocido como Alquerque.
No tan grande como el de Marrakesh, aunque igualmente interesante, el Mercado de las Especias es un festín para los sentidos.
Como en tantos otros mercados del mundo, en Essaouira también venden esas yerbas milagrosas que todo lo curan.
La alfarería está muy presente en la cultura de Marruecos. Cada ciudad tiene su propio tipo de cerámica. Son habituales las tiendas de recuerdos donde venden platos y tajines, y dispares los precios acorde a la calidad de cada uno de los trabajos o tipo de material utilizado.
En el puerto de Essaouira hay una verdadera ciudad de pescadores. Allí se encuentra el bien ponderado Fish Market , una de las propuestas imperdibles de esta ciudad que basa gran parte de su economía en la pesca, en especial para quienes nos gusta todo lo que sale del mar.
Sólo las sardinas y los langostinos cuestan menos que en otras latitudes, y como uno tiende a tratar de probar cosas nuevas, habrá que desembolsar unos cuantos Dírham.
Lo bueno es que uno elige el pescado, acuerda un precio con tal o cual vendedor, y te lo preparan ahí mismo a la parrilla. Más fresco imposible. Sin duda el mejor lugar de la ciudad a la hora de comer.

martes, 25 de octubre de 2016

La Feria de Simoca

Simoca es una localidad de la llanura deprimida de Tucumán. Tiene menos de 10.000 habitantes y su nombre deriva del Quechua "Shim Mu kay", que significa algo así como lugar de paz, o tranquilo. Puede que esto sea cierto siempre y cuando no se pase por aquí un día sábado, y es que desde hace mas de 300 años funciona la tradicional Feria de Simoca, el mercado mas grande y famoso de la provincia. Tan famosa es su feria que es sede cada mes de julio de la "Fiesta Nacional de la Feria".
Tres o cuatro veces había pasado por la ciudad de Simoca, en el sudeste de la provincia, y a sólo 50 kilómetros de San Miguel de Tucumán, la capital provincial. Esta vez era sábado, y aunque volvía viajando a contrarreloj de una travesía de varios días por las montañas, no quise perder la oportunidad de echarle un vistazo a la que llaman la "cuna de la tradición y del folclore".
Simoca es conocida, además de por su feria, por ser la "Capital Nacional del Sulky", y eso tiene una razón de ser. En Simoca es completamente usual ver sulkys por sus calles cumpliendo tareas de transporte o de carga, pero no como sucede en ciudades sub desarrolladas, si no como símbolo de un pueblo que mantiene las centenarias tradiciones rurales. Los sulkys están adaptados a la geografía local, pues son livianos y pueden superar con sus grandes ruedas los humedales comunes de la zona.

Se fabrican en Simoca en al menos tres talleres. Están generalmente construidos de lapacho u otra madera dura. Se pueden desarmar para la exportación y llevan la marca "Sulkys de Simoca".

A finales de cada noviembre y desde 1980 se realiza la Fiesta Nacional del Sulky, otra fiesta tradicionalista de la ciudad, esta vez con desfile de carros, carrozas, carruajes y sulkys, en un marco multitudinario en donde pasarla bien parece ser la premisa.
En la Feria de Simoca hay decenas de parrillas o comederos en donde degustar la gastronomía local, que en Tucumán existe, y no sólo por sus empanadas. A este tipo de lugares aquí le dicen "Ranchos", y al menos durante las fiestas nacionales tienen precios idénticos para los platos típicos.
Desde tempranas horas de la mañana, el humo de las parrillas llama y abre el apetito de los visitantes y locales, mientras se cuecen a las brazas diferentes tipos de animales ¿Quien no se comería una porción de cabrito, aunque fuesen las 9 de la mañana?
En puestos muy bien organizados, y como sucede en este tipo de mercados utilizados por los locales, es posible acceder a una oferta muy completa de frutas (algunas pocas raras) y vegetales, aunque lo que mas abunda, como siempre en el NOA son las hortalizas.
No todo huele a humo en Simoca. El olor a carne asada se confunde en algunos pasillos con el de alguna garrapiñada de maní, o el aroma de las especias, que me recordaba a los mercados de Marrakesh pero sin el hastío constante de los vendedores.
Como en tantos mercados del mundo las baratijas fueron ganando su lugar. En Simoca se consigue de todo. Desde esas pomadas mágicas que curan los hemorroides, corrigen el pie plano y sacan el dolor de garganta hasta juegos completos de vajilla, pasando por películas truchas, artesanías en madera (bateas, cucharas y platos) y equipos de audio con calcomanías en sus parlantes alertando de su feroz potencia.
Algunas cosas se consiguen en pocos lugares del noroeste argentino o solamente en la Feria de Simoca, como los arropes de algarroba, chañar, misto o de tuna (dulce o jarabe sin agregado de azúcar) usados desde tiempos precolombinos, los rosquetes y también los cigarrillos de chala de maíz, tal como los fumaban en el siglo XIX, o sea hojas de maíz envueltas con hojas de tabaco a veces perfumada con cáscara de naranja o anís.
El siglo XXI le cambió la cara a la Feria de Simoca para bien y para mal. Antiguamente era una feria del campo para el campo, y mucho de eso se perdió, aunque en los pasillos centrales aún es posible encontrar lazos de cuero, rebenques, cinturones o algún par de botas. En este aspect esperaba mas de la Feria de Simoca.
Como contrapartida la Feria de Simoca ha recibido mejoras para albergar una mayor cantidad de puestos y recibir a las 20.000 personas que en promedio llegan aquí cada sábado, resultando en una importante fuente de ingresos para los habitantes de la comuna.
Apenas un sábado de primavera en la localidad de Simoca y el calor ya aprieta. Unos grados mas y derrite los "Pasteles de Novia", esas tortas con esos colores tan particulares también vistas en otros mercados de Bolivia y Perú.
Se trata de una receta de origen sirio a base de pollo acompañado por huevo, una gran cantidad de azúcar, duraznos o damascos, cebolla, canela, vino blanco y clavo de olor. Se servía a temperatura ambiente (y sigue sirviéndose) como plato principal en los casamientos de los mas humildes.
Puede que Simoca base su economía en el cultivo de la caña de azúcar, como tantas otras localidades de la provincia, pero cuando alguien la recuerda es por su feria, sus gauchos o los sulkys.