Cada una de las Estancias jesuíticas de la provincia de Córdoba tienen algo que las hace especiales, y que las destaca por sobre las otras. La Estancia Santa Catalina fue la mas grande de todas ellas. Fundada en 1622 por la Compañía de Jesús apenas compraron una estancia ya existente y en funcionamiento, que consistía de 167.000 hectáreas, miles de cabezas de ganado, mulas que vendían al Alto Perú, ovinos y algunas precarias construcciones.
Apenas se llega a Santa Catalina se vislumbra de lejos la figura blanca y colosal de su vieja iglesia de dos torres, uno de los mejores exponentes de la arquitectura barroca colonial en el país, y que la UNESCO considera, con el resto del conjunto, Patrimonio Cultural de la Humanidad desde el año 2000, por tratarse de uno de los mejores ejemplos, y mas destacados de la arquitectura de los siglos XVI y XVII en la Argentina.
En la calle en donde se estaciona antes de bajar a recorrer las instalaciones se aprecian los restos de lo que antiguamente eran las rancherías en donde hay por lo menos 50 habitaciones. Al menos una de ellas sigue funcionando hoy en día como bar y almacén.
El problema principal de la estancia era la falta de agua para los animales. Para ello los jesuitas trajeron en forma subterránea el agua desde la ciudad de Ongamira, distante a varios kilómetros. Se aseguraron de esta manera la posibilidad de contar con un número mucho mas grande de ganado. Hasta el día de hoy, este tajamar sigue siendo la fuente de agua de esta y algunas estancias vecinas.
La estancia fue un gran contribuyente de la Compañía de Jesús, que había creado ese mismo año (1622) la primera universidad del país (Universidad de Córdoba), y el Colegio Máximo.
La imponente iglesia de nave única, que acompaña y magnifica el conjunto edilicio de la estancia, fue construida a lo largo de los 100 primeros años del establecimiento. Los arquitectos se dejaron influenciar por el estilo Barroco Colonial típico de aquellos años en Europa Central, y como fueron varias las nacionalidades de esos arquitectos, varios son los estilos que se dejan apreciar.
En su interior guarda algunas obras muy valiosas como su Cristo, un gran altar dorado que los brillantes artesanos nativos tallaron en madera, su púlpito de algarrobo y ese aire que solo regala lo viejo.
El conjunto de Santa Catalina es Monumento Histórico Nacional desde 1941, y aunque la estancia es del estado, la casa ha permanecido en la familia Diaz, que la sigue usando, pese al paso de las generaciones, y a contar actualmente con unos 40 dueños.
Aquí, en la Estancia de Santa Catalina, vivió sus últimos años el gran y genial músico Doménico Zipoli, quien abandono su carrera en Europa para dedicarse a la vida sacerdotal en América del Sur.
Sus restos se encuentran en el interior de la iglesia, y es recordado con una placa.
En el patio principal del casco se llevaban a cabo las actividades sociales mas importantes, y de mayor jerarquía de la estancia, a diferencia del resto del conjunto, es de estilo italiano.
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